viernes, 30 de octubre de 2009

Capitulo 3 - El Pueblo Fantasma (Completo)

"El hombre que ha de mendigar amor es el más miserable de todos los mendigos." Rabindranath Tagore

Siete cuerpos celestiales cruzaban el firmamento. Maya era una de esas siete hermanas, de pureza y belleza tan única que las inmortalizaron en estrellas. Viajaban a través del eterno espacio juntas, mientras las otras estrellas eran condenadas a vivir solitarias eternamente. Pero estaban lejos que seguras, ya que se veía al cazador legendario Orión, con su arco adornado con estrellas cómo perlas y su escudo de la piel perdida de Tauro, lentamente aproximándose a ellas.
Él era un cazador legendario, que había realizado tales proezas en vida que los dioses olímpicos lo inmortalizaron con su retrato en el cielo nocturno. Orión siempre posaba su mirada hacia las siete hermosas palomas, quienes vivían juntas, hermanas unidas en un fondo negro espectral, emitiendo luz blanco azulado, y quienes vivían escapando de él. Orión quería tener de trofeo a las siete pléyades.
Ellas corrían por todo el firmamento, y Orión las perseguía con su estampida de súbditos, esperando poder alcanzarlas, y lentamente ganándoles ventaja a través de los eones eternos. El tiempo en las más altas esferas del éter es irrelevante.
Las siete hermanas palomas eran lentamente subyugadas a ese cazador ruin quien las intentaba cazar una a una. Orión las derrotaba disparándoles con su arco adornado con estrellas cómo perlas, moviendo su brazo derecho Betelgeuse a través del cosmos infinito. Una a una las siete palomas era atravesada por una flecha estelar, hasta que Maya quedó sola.
La indecisión en la cara inexistente del ruin cazador era evidente. Comenzó a hablar, emitiendo rayos cósmicos en vez de sonidos, que tardó eones en atravesar los incontables años luz que lo separaba de la paciente pléyade, quien quería saber porque su cazador no la había aniquilado. La voz del cazador resonó, dándole una razón de su extraño comportamiento.
—Naciste Lucrecia, huérfana en un mundo cruel. — Sentencia la extraña onda cósmica. —Despierta cómo Maya, la última de las hermanas paloma. —
Una extraña succión la arrancó del eterno firmamento. Maya pataleaba y gritaba mientras la era extirpaba del cielo. Se movía cada vez más cerca de una estrella solitaria de la galaxia eterna, cada vez más cerca, un hermoso caballero estelar, rodeado de sus 9 allegados. Sol le sonrió mientras caía en Tierra, y donde se sintió material nuevamente.
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Lucrecia se despertó de su extraño sueño. Se levanta del inmundo piso de su callejón favorito. No tenía techo donde dormir ni comida que comer, ni siquiera un nombre al que referirse a ella misma. No tenía nada en el mundo, y no caía en la sombra de la desesperación eterna simplemente porque no conocía nada mejor.
Su sueño sólo sirvió para afligirla aún más, ¿Acaso había hecho algo para merecer ser despertada de tan hermoso sueño y aparecer en un mundo ruin y despiadado? No se acordaba de casi nada de su sueño, no tenía fuerzas para gastar en tan inútiles usos. Apenas tenía energía para mover su marchito y solitario corazón dentro de su desnutrido pecho, menos tenía para memorizar delirios. Hasta su nombre era símbolo de miseria, era cómo ella se refería a sí misma, pero proviene de una burlona aldeana que la comparó con la súcuba Lucrecia, quién destruyó la República de Roma. Por ausencia de una mejor referencia el nombre se mantuvo.
El sol comenzaba a salir por su callejón. Los rayos de luz dorada purgaban la inmundicia en la que vivía, el callejón cerca de la plaza central de Antares. El callejón entraba en la categoría de “error en la planificación” del pueblo, un pasillo sin ventanas que le quitaran la poca privacidad que Lucrecia podía conseguir en un lugar público. Un basurero que ella había puesto en la entrada para disimular la entrada era un lugar de crianza de moscas e insectos voladores.
Ella sale de su caja de madera, su refugio contra la noche y se levanta de su letargo. Estira sus desnutridas extremidades y suelta un bostezo profundo. Se levantó demasiado rápido, la sangre se le bajó de la cabeza y casi se desmaya, pero su débil pulso logró reponerse antes de caer inconsciente. Su estómago gruñó, tenía hambre. Cómo siempre. Rara vez conseguía comida para saciarse, sólo se mantenía viva por pura mala suerte. Solo lograba sobrevivir para poder sufrir más. Así de simple era su existencia, Tan simple que jamás la cuestionaba.
Tenía aproximadamente 14 años de edad, una composición débil y famélica, vestía un quitón color natural que logró encontrar en un basurero, y que aún olía a la carne podrida junto con la que fue encontrada. Ese quitón tenía huecos y estaba todo rasgado por todos lados, pero aún la cubría con la poca decencia casi animal que le era necesaria. Su cabello rubio trigo estaba todo rancio y descuidado, lleno de caspa y de parásitos. Su piel, que en condiciones ideales hubiera sido un color pastel cremoso, estaba cubierta de mugre y de desperdicios repugnantes. Su brillante mirada verde hoja atravesaba la suciedad cómo la única luz al final del túnel. Las llagas en su piel a veces sangraban sin razón, jamás se lograron curar.
Mientras camina hacia la salida de su callejón se acordaba de unos pocos detalles de su sueño, se acordó del cazador celestial, quién parecía quererla matar. Pensaba en las muchas veces en las que pudo haberle quitado ese trabajo y falló por cobardía. Se acordó de la paz que sintió con sus otras seis hermanas. Pensó en esto, se arrodilló y puso sus grasientas manos en su sucio cutis para arrancar la dulce memoria de su cabeza. Tan dulce que empalagaba y le arrancaba lágrimas.
No, no debía llorar. Debía ser fuerte, debía sobrevivir. Se levanta lentamente, evitando que la sangre se le baje otra vez de la cabeza, y sale del oscuro callejón, esperando mendigar algo en la plaza de Antares.
La plaza comenzaba a ser poblada por aldeanos. El sol ardía con fuego divino desde el firmamento, alumbrando la plaza con su luz dorada. La plaza central de Antares era casi cuadrada, con la iglesia en una cara y las otras tres caras desembocaban en las calles principales del pueblo. La plaza estaba cubierta de establecimientos de todo tipo, desde tripas de pollo hasta sandalias.
Por horas pide comida a hipócritas aldeanos que le mentían por asco. Ninguno le otorgaba nada, ninguno parecía tener sobrantes. La sequía de ese verano causó una hambruna espantosa, y nadie podía siquiera pensar en regalar comida.
Ya para éste momento estaba recorriendo las cercanías de la iglesia de Antares. El padre de la iglesia, parado afuera con los brazos cruzados recibiendo a los feligreses, le tenía un ojo encima a Lucrecia. Ya le había advertido no acercarse a la iglesia, no podía permitir que las ofrendas de la iglesia fueran usurpadas por una pagana no bautizada.
Lucrecia se detuvo, viendo al padre con sus ojos verdes. El padre la detenía con su mirada. Se quedaron así unos segundos más hasta que un ruido ensordecedor estremeció a Lucrecia.
DING DONG DING DONG
El padre ni parpadeó mientras el campanario sonaba. Toda la plaza entendió el mensaje y comenzó a caminar hasta la iglesia para la misa dominical. Lucrecia se recupera del golpe sonoro y mira de vuelta al padre, quien le devuelve la mirada. Los aldeanos entran, dejando solos a Lucrecia y al padre, quién sin apartarla de su mirada entra por la puerta y la cierra con llave. Tanta ayuda le ha dado la religión a Lucrecia, le ha dicho que su destino es ir al infierno por no haberle sido perdonado el pecado que cometieron Adán y Eva al principio de los tiempos. El pecado original seguía vivo en ella, y con el pecado original moriría. Su destino era castigo eterno, su pecado simplemente existir.
Lucrecia aparta su mirada de la puerta de la iglesia con una lágrima ensuciando aún más su cara. Comienza a caminar antes de su cara voltearse completamente y choca con una persona que estaba justo detrás de ella. Su cuerpo débil no soporta el golpe y cae al suelo.
— ¿Está bien señorita?— pregunta una la voz del hombre que estaba detrás de ella. Ella lo mira a la cara, no creyendo que alguien le hablara voluntariamente. Al verla a la cara el señor intenta disimular su cara de asco, cosa que realiza en menos tiempo que la mayoría de la gente. — ¿Está usted bien?—
Lucrecia no se atreve a responder. En vez una voz detrás del hombre es quien habla.
—Señor Tántalo, Estamos tarde. — Era un soldado con una armadura gris con detalles en naranja, un soldado de Flamma. —La misa comenzó. —
Lucrecia posa su mirada sobre Tántalo. Era un soldado también, de al menos 25 años y una armadura carmín de Aer. Su cabello rubio corto era otro atributo de él, junto con sus ojos azules. Se veía extrañamente familiar, cómo si lo hubiera conocido antes. Tántalo mira a Lucrecia de vuelta y se agacha hacia ella.
—Necesitas comida, ¿verdad?— Tántalo abre su bolso de cuero que tenía atado a la cintura y saca un puñado de biscochos de guerra. —Te propongo algo, te doy estos biscochos si te olvidas que me viste. ¿De acuerdo?—
Lucrecia, aún en el suelo, asiente con la cabeza, sin siquiera aún poder hablar, intrigada ante esta súbita muestra de generosidad. Tántalo le pone los biscochos en la mano y va hacia la iglesia, seguido de soldados aliados.
Lucrecia se levanta contemplando muchas cuestiones. Primero, ¿Por qué no querían que los recordara? Segundo, ¿Cómo iban a entrar a la iglesia si estaba trancada? Tercero, ¿Quiénes eran ellos?
Ninguna de estas preguntas fue suficientemente relevante cómo para evitar que se levantara del piso y que corriera a su callejón con los biscochos agradeciendo al señor Tántalo su buena suerte. Ahora tendría algo en el estómago ese día.
Entra al callejón y se sienta en el mohoso piso, acariciando su tesoro comestible. Se mete un pedazo a la boca y lo mastica lo más lentamente posible. Intenta disfrutar la comida. Los insípidos biscochos eran angelicales. Se sentía más fuerte. Se sentía menos animal. Ella aún tenía esperanzas. Come otro trozo. La estaba reconfortando. Se sentía tonificada. Comió otro trozo. Y otro. Y otro. Se habían acabado los bizcochos.
Lucrecia aún tenía hambre y no sabía qué hacer. Oyó unos pasos acercándose a su callejón, no debía permitir que la vieran. Rápidamente va hacia el basurero y se esconde detrás de él, Lucrecia sabía que nadie entraría voluntariamente a su callejón.
Oye a una persona que se acerca y luego oye unos ruidos sobre el basurero. Alguien estaba tirando la basura de una de las casas de al lado. Lucrecia espera a que la persona se vaya y se levanta para ver que encuentra entre los desperdicios.
En la enorme caja de madera flotaba un repugnante olor a desechos orgánicos podridos. Encuentra entre los desechos otro trozo de comida, ¡Que día más afortunado! Era un trozo de carne rancia con unas manchas verdes en un extremo. Lucrecia sabía que si evitaba esas manchas podría comer el trozo de carne, así que inmediatamente lo agarró y lo aseguró bajo su brazo. Oyó algo al lado de ella.
Un perro se acercó al basurero y comenzó a escarbar, buscando comida. Lucrecia se sintió horrible, estaba haciendo lo mismo que un animal. Se sintió sucia, deshonrada. Inhumana. Ella se comienza a alejar y entra a su callejón, donde se prepara para comer el trozo de carne cruda. Pero en el momento en que se sienta el perro llega hacia ella y le comienza a gruñir. El perro le quería robar la carne. Lucrecia sabía que ella era demasiado débil para ganarle a ese perro. Tuvo que ceder la comida. Le tiró el trozo de carne y esperaba que el perro se atorara con la carne. No quería tener que pasar por eso otra vez.
Justo cuando pensaba que su día no podía empeorar comienza a llover. El perro se va con el trozo de carne en su mano huyendo del agua. Lucrecia busca su diminuta caja de madera y se intenta refugiar del agua. Se pone dentro en posición fetal y espera que el agua se vaya rápido. No quería que se le durmieran las extremidades.
¡Increíble! ¡Justo cuando su día iba mejorando todo regresa al horrible status quo! ¿Todo porque consideró que al fin lograba completar algo, tan siquiera haber saciado su hambre por poco tiempo? Todo por ese perro. Ella estaría ahora saboreando la rancia y jugosa carne si ese perro no hubiera estado. Patético. Culpando a un pobre perro de su infortunio. Ese perro simplemente tenía la suerte de ser un poco más fuerte. ¿Eso la hacía inferior? ¿Acaso ese perro era mejor solamente por ser más fuerte que ella? Sí. Un perro callejero era mejor que ella. No merecía el título de humana, apenas animal le hace justicia. Se sentía inferior, Inhumana. Y por primera vez en años, verdaderamente inmunda. ¿Estaba siendo castigada? ¿Por qué? ¿Por qué merecía esto? No debía llorar, ella debía ser fuerte. No debía llorar, debía ser fuerte. No debía llorar, ella debía ser fuerte. Sólo los fuertes tienen derecho a sobrevivir.
Lloró.
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Una centuria de Vigilantes Urbanos de Aer era una fuerza realmente minúscula para cualquier operación militar, menos si es de tal envergadura. No eran más que adolescentes pobremente entrenados, mal equipados, completamente inexperimentados y absolutamente inútiles en combate abierto.
Llevaban una semana marchando desde la ciudad de Aer, en ruta al cementerio que una vez fue el pueblo de Antares. Ellos eran los investigadores del incidente, y de ellos dependería limpiar el nombre de toda la Alianza.
Esta era una operación combinada entre Unda y Aer; Flamma fue excluido de su participación cuando desertó de la reunión de los Tres Reyes. Había representantes de las dos cortes reales, y un neutral que deseaba no estar ahí…
Camila rodeada de soldados adolescentes quienes aún se encontraban atónitos de su presencia. Todos la rodeaban y la observaban sin disimulo, en parte asustados y en parte escandalizados. Las mujeres no tienen lugar en un campo de batalla, menos en armadura y mucho menos con el felino arsenal que ella portaba.
Finalmente se desespera de una semana entera de miradas de reojo esa mañana. Hoy ella se encontraba de especialmente mal humor. Un grito de guerra silencia todos los murmullos a su alrededor. — ¡¿Qué les sucede, acaso no han visto nunca a una amazona, animales romanos?!—
Los soldados, la mayoría de su misma edad, empalidecen y se quedan callados. La miraban aún más asustados, ahora resultaba ser que la marimacha era agresiva. No sabían qué esperar.
— ¿Y bien, alguno se atreve a poner dinero en sus palabras?— Dice ella con una idea y una sonrisa — ¿Alguien se atreve a desafiarme?—
Un soldado un año mayor que la fiera Camila da un paso adelante. —Mi nombre es Cleopas Ralla, centurión de esta unidad de vigilantes. Cómo oficial al mando asumo la responsabilidad de este desafío y apuesto 20 denarios a la-—
Camila interrumpe al charlatán capitán. —Igualo la apuesta, el ganador se lo lleva todo— Camila sonríe, estos iban a ser los 20 denarios más fáciles de su vida. Ya observó los brillantes que podrá conseguir en el mercado.
Los soldados se alejan y dejan un ruedo alrededor de los dos combatientes. Camila y Cleopas se encontraban solos. El centurión desenvaina. Camila arremete contra su presa, evade un corte horizontal con felinos reflejos, rodea a su presa y lo agarra por el cuello con un pequeño puñal en su mano.
— ¡Te falta velocidad!— La leona ruge — ¡Ríndete, ahora!—
Pero Cleopas le golpea a Camila en el vientre. Ella ruge de sorpresa y de ira. El centurión aprovecha para intentar tumbarla, pero ella se recupera demasiado rápido y responde con presión en el cuello del centurión. El centurión ve sus fuerzas rápidamente minadas.
Cuando la mirada se le enciende de iracundo fuego zafiro es cuando los soldados se percatan que la subestimaron. Ella le había ganado al mejor de entre todos.
—Acepto mi derrota— Dice Cleopas resignado. —No la volveré a subestimar, señora—
Camila suelta a su presa y le demanda con un gesto de malicia las monedas. Cuando ya estaban en sus manos ella las traquetea en el aire de manera fastidiosa. — ¿Alguien más quiere cooperar?— Al notar la negativa guarda las monedas y maúlla una canción de victoria.
Octavio aparece por la dirección contraria justo cuando la amazona desaparece de su campo de visión. Octavio era el comandante de Aer en la operación y el militar de mayor rango entre todos los presentes, por lo que su palabra pesaba cómo un puño de hierro. — ¿Qué es toda esta bulla?—
Cleopas inmediatamente le responde. —Creo, señor, que una súcuba se infiltró en nuestros rangos señor, y en conjunto nos encontramos asustados, pues no sabemos- —
Octavio interrumpe a Cleopas. Tanta jerga complicada le provoca indigestión. — ¿A Camila te refieres? Ignórenla—
—Pero señor, la moral de mis tropas se verá fuertemente afectada por la presencia avasalladora de la marimacha- —
Octavio interrumpe ante tal insulto a su hombría, si Camila era marimacha entonces él por magnetismo, sería un… —Esa es mi prometida de la estás hablando, soldado, sugiero que midas tus palabras. —
Cleopas abre los ojos completamente desorientado mientras el general se aleja. — ¿Alguien entre ustedes, mis leales soldados, se postula para voluntariamente explicarme qué es lo que acaba de pasar entre mi superior y yo? No entendí- —
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Octavio contemplaba el significado del sueño que tuvo esa mañana. Un cazador con un arco de estrellas como perlas cazando a las siete hermanas paloma y dejando a Maya ir. Al final se aburrió de tanta contemplación y decide pensar en otra cosa.
Octavio se encontraba cabalgando en la vanguardia de la fila unas horas más tarde. A su lado se encontraban los otros dos representantes de los reinos, ninguno de los dos parte del escalafón militar.
—Tus soldados, Octavio, son todos unos cobardes— Comienza nuevamente Camila, la representante neutral de toda la operación. Prácticamente obligada a estar al lado de la persona que más odiaba en toda la tierra. Cabalgaba sobre su corcel blanco Escorpio y portaba toda su armadura cómo insulto a la hombría de Octavio.
Octavio intentaba controlar la ira que los insultos de Camila provocaban. —No hables mal de mis hombres, malcriada, si no los has visto en combate. — Decía él. — Al menos ellos portan espadas para combatir, no cómo tú, que las portas para insultar. —
— ¿Qué insinúas, gusano?— La mirada zafiro comenzaba a encenderse nuevamente.
—Que ellos han visto más combate que tú, amazona, tiene mayor experiencia. Tu aún no te has enfrentado a ningún enemigo, y si por mi fuera, así te quedarías. —
Camila se queda callada, reteniendo la marejada de insultos que su boca quería escupir, pero sabía que era verdad. Todo su conocimiento era pura teoría, jamás había matado a nadie, y jamás se había enfrentado a alguien que no fuera o romano o amazónico.
Octavio sonríe.
Pero el tercer representante rompe su silencio. — ¡Para una pareja de jóvenes esposos ustedes sí pelean mucho! ¿Porque no se dan tregua y discuten sus problemas, cómo lindos tortolitos que son?— Estérope Aras, hermana mayor de Paris, les comenta con sincera preocupación.
—Tú no sabes nada de nosotros, ¿verdad?— Octavio la hostiga. — ¿Acaso Lucio no te ha contado sobre la verdadera situación que nosotros sufrimos?—
Estérope niega con la cabeza.
—Pues, señorita, déjeme iluminarla. La única razón por la que estoy casado con esa maldita amazona es porque nací así. Camila y yo nacimos el mismo día al mismo tiempo- —
—Yo soy mayor-
— Por un estúpido minuto— Octavio intenta continuar entre tanta ira que le causaba el tema. Apenas podía controlarse lo suficiente para no atacar a Camila con su espada. —La supersticiosa madre de esa insolente lo consideró un augurio divino y arregló con mi padre el matrimonio sin yo siquiera haber nacido- —
— Fue tu propio padre el de la idea- —
—-¡No me interrumpas, sabandija! Así es cómo termine con tal súcuba de esposa sin yo siquiera opinar. Un matrimonio político entre los embajadores de Amazonia y los reyes de Aer. A mi padre de seguro le debió haber gustado esa idea para sacarle el jugo a esa raza de marimachas- —
—A las cuales les importa un comino una nación tan insignificante cómo la Alianza- —
— -¡Te lo estoy advirtiendo!—
Octavio, Estérope y Camila se quedan los tres en silencio mientras intentan calmar un poco los ánimos. Estérope sentía lastima por Octavio, quien se encuentra apresado y castrado por una mujer a quién no le importa sino su propio ego. Se agacha silenciosamente sobre su corcel Virgo, un purasangre crema, y le susurra al oído. El corcel parece sonreír.
La centuria continuaba marchando tras la guarda del comandante, y su indisciplina se mostraba en las risas con las que respondían a los chistes de sus compañeros. Octavio suspiraba fuertemente al encontrarse cómo niñero de tal cuadrilla de chiquillos.
Pero la sensación de pesadez los obliga a dejar de sonreír. Una vileza se respiraba en el aire, un tenue aroma de putrefacción avanzaba hacia sus narices. Los escasos árboles a su alrededor se marchitaban incluso mientras caminaban, parecían sentir pena ante los soldados que lentamente avanzaban hacia ellos. La alta hierba, casi ininterrumpida en toda la Alianza, cambia de color a un negro verduzco. Todo ser vivo había evacuado hacia lugares sin vicias, excepto por centenares de demoníacos buitres que volaban sobre los romanos y expedían alaridos de dolor. La mayor concentración de estas bestias aladas se encontraba sobre una mancha negra a la distancia, desde la que nacían hilos de humo que llegaban hasta el cielo color orina. Habían llegado a Antares.
Antares ahora era un pueblo fantasma, consumido por las llamas y sirviendo de tumbas a los habitantes. Tan negro cómo una cloaca putrefacta por el fuego que lo había consumido. Cadáveres decoraban con su horror todos los rincones de la hoguera. El silencio y la quietud espectral eran solo interrumpidos por los constantes alaridos de los buitres que se alimentaban de los restos cocinados de las víctimas.
Fue una experiencia traumática acercarse a Antares, todas las sensaciones negativas concentradas en tan poco tiempo. La compañía se apiñó más, esperando que la compañía los liberara del dolor. Pero sin resultados.
Cando llegaron a la calle principal todos se quedaron quietos, esperando a las órdenes del comandante militar de la operación. Octavio no se esperaba tal disciplina entre sus soldados, tal vez el horror absoluto del que se encontraban envueltos les había robado el libre albedrío.
Y Octavio aprovechó para librarse de la carga de tantos adolescentes aterrorizados. —Centurión Cleopas, Lleve a sus hombres y explore el pueblo desde afuera. Yo iré con Camila, Orestes y Estérope hacia el centro del pueblo. Envíen un emisario si encuentran alguna pista de lo que pudo haber sucedido aquí…—
Cómo era de esperarse, tal terror experimentaba la centuria de vigilantes que no apeló a la orden de Octavio de alejarse de él, sin sospechar que el general aprovechó su lúgubre situación para librarse un rato del comando de sus hombres. Camila se mostraba asqueada a través del vínculo, pero ella lo ocultaba con su falsa cara de arrogancia. Estérope estaba también asqueada pero a ella sí se notaba la reacción. Orestes, quien se había quedado callado hasta entonces detrás de Octavio, aún no mostraba reacción incluso si su corcel Cáncer parecía al borde un ataque cardíaco.
—Me quiero quedar aquí afuera— Decía la damisela Estérope.
Octavio comprendía su disgusto, por lo que le otorga una nueva indicación. —Quédate con el Centurión— Octavio entonces se voltea a Camila, intentándola convencer de lo mismo, pero le sonríe y le niega tal satisfacción.
Los tres jinetes cabalgan hacia la barriga de la bestia mientras los vigilantes y la doncella se quedan afuera petrificados por tanto terror.
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Por la arruinada pocilga en la que se había transformado la calle principal de Antares se posaban miles de cuerpos calcinados con horrendos buitres comiéndoles las entrañas. Octavio sufría por el podrido olor que respiraba. Camila se encontraba aterrada, pero jamás pierde su compostura. Orestes no podía con tanta serenidad que demostraba.
Pero a través de tantas sensaciones desagradables siente una punzada en su pensamiento, una extraña sensación de necesidad. Alguien le estaba pidiendo auxilio. Miró a Camila, pero se percata que ese mensaje no vino de ella. Alguien más lo estaba llamando.
—Sientes eso mismo, ¿Cam?— Octavio pregunta a Camila, cabalgando a su lado en Escorpio, su caballo blanco, a través de la destruida Antares. Camila se sobresalta por la sorpresa del comentario. Ella estaba tan asqueada del pueblo que no quería ni discutir.
—Sí, hay algo en este pueblo. —
La extraña presencia se encontraba en el centro del destruido pueblo, pero Octavio no podía determinar si se trataba de una presencia maligna o un ánima en busca de venganza. O quizás se trataba del infernal monstruo que destruyó Antares.
Comienzan a cabalgar más rápido a través de la sangrienta avenida. Eventualmente llegaron al final, llegando a la plaza central de Antares.
La Plaza central era una vez un lugar alegre, un lugar donde los habitantes hacían la mayoría de sus compras en el pueblo. Era el centro nervioso de Antares. Ahora estaba negro por las llamas, cubierto de cadáveres, carroñeros y rodeado de ruinas devastadas. El cielo de orina daba una sensación de apocalipsis.
Al principio no sabían a donde ir, pero entonces Octavio comenzó a cabalgar inconscientemente hacia una iglesia que había frente a la plaza, y su grupo lo siguió a falta de un mejor plan. Entonces él se baja de Libra, lo ata a un poste y entra a la iglesia.
— ¿Qué hace este anormal?— pregunta Camila antes de bajarse de Escorpio y seguirlo. Ella no quería tener que separarse del grupo, y cómo no tenía una mejor idea para realizar pensó que era justificado seguir a Octavio por el momento.
Orestes defiende a Octavio. —Creo que sabe lo que hace, mi señora. —
Los tres ya estaban en la iglesia cuando Octavio se detiene repentinamente. Ni siquiera la iglesia estaba perdonada de la destrucción, estaba negra por el hollín, las bancas todas desordenadas y destruidas y tenía un enorme hueco en el techo por el cual entraba podrida luz amarilla. También había varias pilas de piedras en la nave, posiblemente causadas por la destrucción que sufrió la villa, y cuerpos rostizados, posiblemente gente que pensaron poder pedir santuario durante el ataque.
— ¿Ven algo?— Pregunta Octavio rompiendo el espectral silencio.
Orestes huele con su canino sentido del olfato. Un olfato anormal entre humanos. —Hay algo aquí fuera de lo esperado, señor. Mi olfato detecta una anomalía. —
— ¿Tal vez un testigo?— Pregunta Camila —Lo más probable es que sea un carroñero. Orestes, ¿puedes decirnos la especie?—
Orestes olfatea otra vez. —Huele extraño, bien parecido a humano, pero no es humano. —
Se separan y buscan por la nave de la iglesia alguna señal de vida, e inmediatamente Camila rompe el sepulcral silencio de la tumba.
— ¡Encontré algo!—
Octavio y Orestes se acercaron y vieron a una bandada de cuervos comiéndose una pequeña pila de cuerpos. Mientras a Octavio se le retorcían las tripas del asco Camila le preguntaba a Orestes si eso era lo que él había olfateado.
—Tal vez, mi señora. — Es su respuesta.
—Entonces hemos estado perdiendo nuestro valioso tiempo. — Propone Camila. —Larguémonos de aquí. —
Comienzan a caminar fuera de la arruinada iglesia. Ya no tenían nada más que hacer aquí y el quedarse sería doloroso, lo mejor era retirarse.
Octavio no hizo caso.
Octavio comienza a caminar hacia una pila de caliche que estaba cerca de la puerta. No sabía por qué caminaba hasta ahí, pero había algo que lo estaba atrayendo, como la luz atrae a las moscas. Cómo la miel a las hormigas. Cómo la muerte a los buitres. Cómo las almas al pecado. Todo lo que sabía es que había algo malo ahí. Caminó detrás de la pila, agarró un cuerpo que había ahí por el cuello, lo levantó y lo puso contra la pared cercana y sacó su espada para posarla sobre ese pescuezo.
Camila reacciona inmediatamente con ira justificada. — ¡Octavio Melquior! ¡Suéltala ahora!—
Octavio entonces vio lo que agarró. No era un cuerpo, era una chica que estaba oculta detrás de la pila de caliche, y estaba viva. Tenía aproximadamente 14 años y se veía verdaderamente mal. Tenía un cabello rubio trigo largo, extremadamente descuidado y sucio, lleno de caspa y de parásitos. Estaba cubierta en unos deshechos harapos crema que hacía contraste con su piel negra por el sucio. Su piel, además de sucia, estaba llena de cicatrices sin sanar. Debajo de todo ese camuflaje, sin embargo, se veía que estaba ruborizada de tanto llorar. Era de contextura débil, se veía enferma, hambrienta y famélica. La única cualidad humana que parecía tener eran unos hipnóticos ojos verde hoja, que estaban mojados por las lágrimas.
— ¡Octavio, suelta a la chica!—
Algo en la mirada de la chica inmediatamente lo repele. Algo en ella inmediatamente lo hace reaccionar de manera negativa. Algo en ella era innatural y asqueroso. Por eso la suelta con total falta de delicadeza y se limpia la mano de la suciedad de esa plebeya.
—Pensé que eras un frío cadáver—
Camila le da una mirada lo más enojada posible antes de acercarse a la chica que estaba en el suelo llorando.
—Disculpa a ese señor, es un completo idiota. Yo soy Camila ¿Cómo te llamas?—
La joven levanta su cara del suelo y muestra esos ojos verde hoja, rodeados de lágrimas. La joven comienza a llorar otra vez, aparta su mirada de Camila y tapa su cara su cara con sus manos. Octavio se aleja un poco, enojado al ver que su compañera se había desviado del objetivo. No vinieron a rescatar indigentes, vinieron a investigar los hechos. Sin embargo, jamás había visto a Camila preocupada por alguien más. No sabía que Camila tuviera un lado humanitario. Pero él no lo toleraba una extraña repulsión hacia la chiquilla, algo que él no puede evitar. Simplemente se aleja junto con Orestes y deja a Camila encargada de la plebeya indigente.
Camila se percata que a la joven le faltaba el meñique derecho, y que todo lo que le quedaba era un pequeño muñón en vez de dedo. Camila sintió lástima por la pobre creatura, e inmediatamente se preguntó acerca de todo lo que habrá sufrido.
—Puedes confiar en mí. — Camila intentaba entrar en confianza con la joven, aún tirada en el suelo. —Somos de La Alianza. Venimos a investigar lo que pasó aquí. —
—La Alianza…fueron…los que atacaron…— Comenta la chica entre sollozos. —No…confío—
Octavio inmediatamente se acerca a ella, entonces la agarra por los hombros y le habla fuertemente para sacarle la información. — ¿Por qué no dijiste que eras una testigo? ¡Dime que pasó aquí!—
Ella se queda sollozando en silencio.
— ¡Octavio, cálmate!— Camila se enoja y lo separa violentamente de la testigo. — ¡No te atrevas a lastimarla, gusano!—
A regañadientes Octavio acepta, pero con recelo observa la conversación y cuidadosamente esperaba a que la chiquilla dijera algo.
— ¿Vivías aquí?— Pregunta la maternal amazona.
La joven no sabía que responder ante eso. No quería decirle a esa gente su nombre, no confiaba en ellos. Nadie le había mostrado jamás caridad, y ella esperaba que la chica que estaba al frente de ella demostrara sus verdaderas intenciones. Por falta de confianza decidió emplear el nombre que había oído de su sueño hace un par de días, esperando poder ocultarse.
—me…llamo…Maya—
Con cada segundo que pasaba Octavio quedaba más intrigado con esa muchacha. ¿Acaso Maya no era el nombre de la pléyade en su sueño anoche?
—Maya, ese es un lindo nombre. Me gusta. —
Maya se queda callada un segundo, entonces continúa conversando con una pequeña sonrisa, pero sin atreverse a levantar la mirada, aún desconfiada de los extraños. —Ustedes no son los mismos que atacaron. No, no lo son—
Camila intenta la pregunta del millón. — ¿Sabes lo que pasó?—
Maya duda un segundo antes de mentir. —No…No sé. —
— Tú dijiste que la Alianza atacó—
— ¿Dije eso?—
Camila le susurra mentalmente a Octavio. “Creo que está cansada, mejor nos la llevamos a casa.” Camila levanta la voz y mira a la apenada Maya, quien tenía los comienzos de una sonrisa ocultos tras su puño. —Te llevaremos con nosotros a Aer. No te preocupes, todo estará bien. —
Camila ayuda a la débil Maya a levantarse y comienzan a caminar hasta la puerta cuando la indigente pregunta. —Ese chico malo viene también, ¿verdad?—
Octavio queda un poco impactado ante ese comentario. —Creo que no tuvimos un buen comienzo, señorita. Me llamo Octavio Melquior, soy General de la Alianza. Yo me encargaré personalmente de su protección. — Octavio intentó hacer una sonrisa para calmar a la testigo. Era vital que ella ganara su confianza.
Al fin llegan a la desvencijada puerta de la iglesia y se comienzan a acercar a los caballos cuando Orestes los detiene.
—Vienen personas, Muchas personas. Al menos veinte, y no son de la Alianza. —
— ¡Escondámonos!— Comenta Octavio, agarrando a la débil Maya de la mano y guiándola a una pequeña pila de caliche cerca de la puerta. Camila lo atribuyó a un gesto humanitario y no le dio importancia.
Ven a los intrusos.
— ¿Y estos quiénes son?— Octavio hace la pregunta ante el extraño grupo de gente que se encontraba ante él.
La manada de animales frente a él vestía armaduras que parecían ser versiones degradadas de las loricas romanas. Sus insignias y sus franjas, sin embargo, eran de un verde negruzco. A Octavio se le parecían más a sucios bárbaros que ha cualquier otra cosa, pero no podía tolerar que el oponente tuviera las mismas armas que los hijos de Marte.
El que parecía al comando observa a los caballos atados fuera de la iglesia, e inmediatamente se percata de la situación. —Rodeen la iglesia. — Comenta en un fuerte acento gutural, pero en lenguaje de la Alianza. —Hay alguien ahí. —
Los caballos aparcados fuera de la iglesia los delataron.
Octavio piensa con rapidez. —Maya ¿puedes correr al campanario y sonar la campana? Eso deberá traer a los vigilantes afuera de la ruina. Orestes y yo los distraeremos. Camila, quédate aquí. —
Maya asiente con la cabeza para aceptar la orden. Se sentía extraña al ver que la estaban protegiendo. Era una sensación extraña, de ser parte de algo más grande que la supervivencia propia. Con sigilo se mueve entre los escombros y huye hacia la torre del campanario.
Octavio se levanta de la pila de escombros junto con Orestes y caminan hasta la puerta de la iglesia, donde se quedan quietos, esperando la siguiente movida del enemigo. Camila, enojada por ser olvidada, se levanta también y se posa junto a Octavio. Octavio la observa con una chispa de enojo en su mirada, y ella le devuelve una chispa de desafío.
—Yo soy Feargus hijo de Grimdar, rey de Terra— Dice el bárbaro —Venimos por la ‘llave’ que debe estar en esa iglesia, y que ustedes tiene en su posesión. Entréguenla y no los mataré—
“Octavio,” Comenta Camila por telepatía, “No te atrevas a decirle que somos nobleza.”
Feargus sonríe. —Ustedes son nobles, ¿verdad?—
— ¡¿Cómo sabías eso?!— Exclama Octavio.
—Porque me lo acabas de decir. — Contesta Feargus
Camila gira hacia Octavio desesperada por su estupidez. —Eres idiota, eres un trozo de idiota, un pedazo de idiota, ¡Y aun así eres idiota!—
Feargus nota la presencia de la compañera de Octavio, y se siente intrigado por esa aparición. — ¿Y tú quién eres, chica? ¿No eres demasiado bella para usar un arma?—
Los soldados alrededor del negro legionario comenzaban a silbar y a lanzarle besos lascivos a la amazona. Ella no tolera tal irrespeto. —Continua hablando así y te patearé el trasero. — La compañía de bárbaros suelta alaridos de distintas clases.
—Veo que tienen palabras fuertes, — Comenta Feargus, — ¿Tienen suficientes agallas para acompañarlas? Solo denme la maldita ‘llave’ y nos podemos largar de aquí todos felices. Les doy un minuto para pensarlo. —
“Octavio,” Piensa Camila, viendo hacia la formación enemiga en la plaza, “Ponte detrás de mío, Orestes y yo nos podemos encargar.”
“¡Qué cosa!” Exclama Octavio dentro de su cabeza. ¿Cómo se atrevía ella a insinuarle que ella podía cuidar de él? ¿Quién ella se creía? “¡Vete tú a la retaguardia!”
“¿Yo? ¡Retrocede tú!”
“¡Retrocede tú!”
“¡No!, ¡retrocede tú!”
“Me aburrí, amazona. Quédate ahí y muérete si quieres, mejor para mí.”
“¡¿Tienes que ser tan necio, sabandija?!”
Feargus interrumpe la conversación inexistente con su ultimátum. —Se acabó su tiempo. Thygar, Mura, Rogdek, encárguense. —
De las filas de los bárbaros salieron tres soldados. El primero era un musculoso hombre calvo de 35 años con un martillo de guerra y una armadura de cuero. El segundo era de 30 años con una espada, un escudo y una cota de malla. El tercero era un joven de 20 años con una espada larga. Cargaron hacia Orestes, Octavio y Camila respectivamente. Camila se agacha un poco y apunta su lanza hacia arriba mientras Orestes pone su mano derecha sobre su vaina y se prepara para sacar su espada en el momento adecuado. Octavia suelta un pequeño sarcasmo.
—Lista para pelear, ¿Cariño?—
—Nunca me digas cariño. —
Apenas había terminado de decir esto cuando llegaron los atacantes a su posición. Thygar llega a donde Orestes, pero este desenvaina su espada, corta más rápido de lo que capta la mirada y la envaina de vuelta. El sorprendido Thygar cae al suelo decapitado. Unas pocas gotas de sangre suspendidas en el aire y el cuerpo sin vida ni cabeza eran el único indicio del ataque de Orestes.
En el momento en el que Mura llega a Octavio, el príncipe da un paso hacia delante y lo golpea con su escudo, rompiendo el escudo de mala calidad del bárbaro. Luego responde con otro paso hacia delante y le clava su espada en la clavícula. Mura cae al suelo derrotado mientras Octavio corre de vuelta a su posición.
Rogdek no tuvo ni la menor oportunidad al Camila enterrarle su lanza en el pecho mientras se acercaba. Camila pone su pié en el cuerpo y lo empuja fuera de su lanza, causando una pequeña fuga de sangre que mancha su armadura plateada recién barnizada. Las náuseas que sintió por su primera ejecución fue punzante, más se había ido unos segundos después.
Feargus suelta una pequeña sonrisa. —Ya me estoy aburriendo. Por favor entreguen la llave. —
Octavio pierde la paciencia. — ¿Puedes, por el amor a Dios, decirnos qué rayos es esa llave que buscas? ¿Destruiste un pueblo solo para buscar una vil llave?—
—Yo no destruí este pueblo. Ni fueron mis hombres. Hasta donde yo sé fueron soldados Aliados los que hicieron esto. —
—No nos confundas con tu traicionera especie, mandril. —
DING-DONG, DING-DONG.
Es ese instante sonaron las campanas de la iglesia y el ruido se espació por todo el pueblo. Los carroñeros huyen espantados del escándalo y todos los combatientes agachan la cabeza y tapan los oídos.
— ¿Saben qué?— Pregunta el capitán bárbaro Feargus, para nada feliz de cómo había girado la situación. —Me cabreé. ¡Carguen!—
Octavio sabía que no iban a tener muchas esperanzas en esta pelea. Su mejor opción era de mantenerse en esa posición y esperar a sus refuerzos. Cuando comenzó a cargar la primera ola Octavio puso su brazo izquierdo rígido en preparación para el impacto, igual hizo Orestes. Camila solapó su escudo con el de Octavio para entrar en una formación hoplita en miniatura. Su lanza descansaba sobre su escudo, apuntando a la carga enemiga.
El impacto fue uniforme en toda la línea. Octavio y Orestes respondieron al impacto golpeando con sus escudos y respondiendo apropiadamente. Octavio reclamó una víctima al estocar con su hoja. Orestes desenvaina su espada rápidamente, provocando cortes aterradores a tal velocidad que su nueva víctima queda fileteado. Camila empaló a un oponente por el corazón, y luego lo golpeó con su escudo para extraer la madera sangrienta. Con tanta ira descarga su lanza sobre otro oponente que esta se rompe y de ver forzada a desenvainar a Castor.
Octavio, Camila y Orestes cambiaron a un estilo defensivo. Estaban completamente superados en número. Los tres se defendían detrás de sus escudos esperando solo los momentos adecuados para contraatacar con sus respectivas espadas.
Orestes y Octavio hacían estocadas cortas, cobrando unas pocas victimas más, pero la presión era demasiada y estaban comenzando a caminar hacia atrás.
Camila vio con terror un enorme martillo enemigo preparándose para atacarla. Algo de esa magnitud no podría bloquearlo, y el espacio era tan pequeño que no podría evadirlo. Su única opción parecía ser soportar el golpe, pero tan masivo sería el golpe que le rompería la armadura y unos huesos. El martillo se le acercaba y la atacó…
…Camila no notó el momento en que su escudo se cruzó con el de Octavio sobre su cabeza para bloquear ese golpe. Tampoco notó el momento en que su brazo derecho reaccionó ante ese evento y acabo con la miserable vida del bárbaro. Menos se le ocurrió preguntar qué fue lo que pasó. Simplemente fue una coincidencia que Octavio tuviera la misma idea que ella en el mismo momento, ¿verdad? Ellos tenían un vínculo, pero no estaban tan sincronizados. Simplemente pasó.
El golpe arruinó su escudo, sin embargo. No tuvo más remedio que descartarlo y comenzar a bloquear con Pólux.
Un grito a la distancia significó el cambio de la marea. Los vigilantes habían llegado y cargaban contra la retaguardia de los bárbaros. Su completa inutilidad en combate era nulificada por la ventaja del ataque posterior sorpresa contra sus oponentes. Más de ciento cincuenta reclutas romanos contra una veintena de bárbaros sorprendidos.
La única advertencia de los bárbaros fue un comando tardío de Feargus. — ¡Fila posterior, voltéense!—
No contaban con la habilidad de Cleopas, quien logra comandar a su infantería ligera más rápido que Feargus. Cleopas desenvaina y logra atacar a un oponente quién no había acatado las órdenes de su comandante a tiempo y le atraviesa la espalda por la columna. Con su escudo bloquea un ataque a su izquierda y responde con una estocada. A su alrededor la centuria de vigilantes estaba acabando con las fuerzas enemigas. Los romanos eran demasiados y atacaron demasiado rápido.
Octavio, Camila y Orestes continuaban reteniendo la puerta de la iglesia con todas sus fuerzas. Una extraña flama surge de la puerta. Un fuego parte azul y parte azufre. Las miradas de Octavio y Camila relucían tanto que distrajeron a los bárbaros, e inmediatamente se extinguió en un extraño fulgor luminoso. Pero la luz era opacada por el espectáculo que otorgaban sus dos perpetradores.
La sincronización entre Octavio y Camila toma a la vanguardia enemiga por sorpresa, pero más sorprendidos estaban la misma pareja. No podían controlar sus movimientos. Sus brazos y piernas se movían con precisión en una coreografía de extremidades cercenadas y hierro quebrado. Aterrados observaban cómo sus cuerpos en piloto automático podan la maleza frente a ellos.
Un hacha ataca a Camila desde arriba, Octavio la retiene con su escudo y Camila usa sus reflejos para cercenar el brazo enemigo y luego degollarlo. Camila ataca por el costado a un oponente que se dirigía hacia Octavio, mientras Octavio toma a un oponente más por sorpresa.
Feargus se estaba preocupando. Estaba rodeado por sus fuerzas, quienes lo último que esperaban eran una carga de infantería. Estaban rodeados, escapar era inútil. Se quedó sin opciones. Cabalgó hasta el área inferior de los escalones de la iglesia y da un comando desesperado. — ¡Guerreros!— Exclama, con su claymore en mano, — ¡Reagrúpense a mí alrededor!—
Todos los guerreros se reagruparon a su alrededor, Ya no quedaban más de diez.
Octavio, Orestes y Camila lograron salir de la puerta gracias al reagrupamiento enemigo. Todas las fuerzas enemigas estaban en un círculo a poca distancia de la puerta, por lo que inmediatamente cargaron contra el enemigo.
Orestes fileteó a otro oponente durante su carga. Octavio y Camila continuaban sincronizados, cada uno reclama una víctima y luego cruzan sus espadas para acabar con un tercero. Camila con su brazo izquierdo acaba a un cuarto.
Feargus se quedó otra vez sin opciones. Encontró un objetivo ligeramente asequible, Camila. Hacia ella carga cuando dos voces sincronizadas responden al mismo tiempo, en un tono que a todos los presentes les mandó escalofríos.
—Peligro, cuerpo Camila siendo atacado. Preparando respuesta táctica. —
Feargus queda tan extrañado que detiene su caballo. —Ahora, eso da miedo. —
Octavio y Camila hacen exactamente la misma sonrisa exactamente al mismo tiempo, y contestan exactamente lo mismo. — ¿Te acobardaste? Comenzando contraataque. —
Feargus responde cargando contra ellos dos con su claymore germánica e intentando realizar un corte hacia la aparentemente vulnerable Camila. Camila se agacha en el momento adecuado para evitar el corte, mientras Octavio le lanza un pilo al salvaje. Feargus se cabalga lo suficientemente rápido cómo para evitar el pilo y alejarse del ataque coordinado.
—Son más fuertes de lo que pensé—
Feargus carga nuevamente contra Octavio y Camila, puestos en posición frente a él. Justo cuando iba a llegar los dos se dispersan, cada uno a una dirección distinta, a ambos lados de Feargus. Pero Feargus nota que ambos tienes sus espadas desenvainadas con unas marcas de sangre en las hojas. Tiene poco tiempo para preguntarse de donde salió esa sangre, ya que su caballo pierde el equilibrio y cae de frente menos de un segundo después. Feargus cae a unos metros de su caballo inutilizado, vuelto cojo por las navajas. Antes que se pueda levantar aparecen dos figuras frente a él y lo apuntan con sus respectivas espadas.
Camila observa al pagano, pero su mirada vuelta de color zafiro a un color azul muerto. Octavio también ojea a Feargus, pero su mirada azufre incandescente vuelta ocre opaco. Feargus se aterró al ver esos ojos sin brillo humano, se veían…cadáveres. Octavio y Camila sueltan una sonrisa coordinada y responden al unísono, en una voz dormida y automatizada.
— ¿Fuiste tú quién destruyó Antares?—
Feargus sonríe y se queda callado.
— ¡Eso fue increíble, mi señor!— Comenta una voz conocida detrás de ellos, la voz de un soldado quién había visto todo. — ¿Cómo hicieron eso?—
La mención de su nombre hizo que Octavio sacudiera su cabeza y sus ojos retomaran el brillo natural. Camila le siguió. Antes de retomar conciencia ambos dan una fría respuesta en su coordinación innatural. —Terminar programa. —
Octavio y Camila movieron sus cabezas. Se sentían extraños, lo último que recordaban era estar peleando en la puerta y ahora estaban apuntando con sus espadas al desafiante Feargus, quien se negaba a responder palabra. Camila mira hacia los ojos de Octavio.
— ¡¿Qué carajo pasó?!—
— ¡¿Tengo cara de saber?!—
— ¡Al estar ahogado en tu estupidez no puedes conocer la situación!—
— ¡Si tú tampoco sabes nada!— Octavio decide no hacerle caso a la amazona, y en completo desafío se aparta de ella, envaina su espada, busca a su caballo, busca una cuerda en su bolsa de útiles y la utiliza para atar las muñecas al silencioso Feargus mientras le dice los términos de su captura.
—Usted es ahora prisionero de la Alianza. Sea cooperativo y su muerte será rápida. No coopere y nos entretendremos torturándolo. Entiende esto, ¿Mandril?—
Feargus sonríe silenciosamente.
Octavio patea a Feargus. —Levántate, basura. — Octavio jala la soga que sale de las manos de su prisionero y ata esa soga a Libra. Feargus se levanta, pecho en alto y silencioso, su orgullo intacto incluso después de su derrota.
Camila guarda sus dos espadas. A ella no le estaba gustando el tratamiento de ese prisionero. “¿No puedes ser más humanitario con el prisionero?”
“Para poder ser humanitario se necesita tratar con un humano.”
“Eres un estúpido.”
Octavio se aparta de Camila y va a cumplir otra misión inconclusa. Tenía que buscar a la testigo de Antares. Entra a la iglesia y busca a Maya. —Maya, nos tenemos que ir. —
Una voz que no provenía de la pila de caliche donde Octavio dejó a Maya le responde — ¡Largo! ¡Fuera! ¡Asesino!—
Octavio entra a la iglesia. — ¿Dónde estás?—
— ¡Largo! ¡Asesino!—
Una sombra aparece al lado de Octavio y vuela a toda velocidad hacia la puerta de la iglesia. Octavio comienza a perseguir esa sombra hasta la plaza exterior, donde la alcanza y se tira encima de ella, aplastando el frágil cuerpo de Maya contra el piso.
Maya estaba inmovilizada entre el cuerpo de Octavio y el negro piso del pueblo fantasma. Estaba desesperada, tenía que escapar de ellos. Debía huir. Pataleaba, gritaba, se retorcía. — ¡Asesino! ¡Asesino!—
Octavio no la dejaba escapar usando su propio peso para fijar a la chica en el suelo. En un movimiento brusco agarra las dos muñecas de Maya y las aprieta con fuerza. Ella chilla y pierde fuerza. —Escúchame, — Octavio le dice con amenaza, —Vienes con nosotros en categoría de refugiada, tendrás tu libertad para-—
Maya lo interrumpe jadeando. —Déjame…. Asesino…—
Octavio odiaba ser interrumpido. Ese obvio irrespeto hacia su posición hizo que él perdiera toda señal de delicadeza que le quedaba. Todo el resto de la centuria detectó esta gritería. — ¡Cállate y escúchame! Si cooperas te irá bien, pero si no cooperas vendrás cómo ese tipo ahí, cómo prisionera. ¡Pero de igual manera vendrás con nosotros, así que cállate y coopera!—
Maya deja de moverse. —Por… Favor… me lastimas…—
— ¿Cooperarás?— Octavio aprieta aún más las muñecas.
La prisionera comenzaba a llorar. —Me…está… lastimando... suéltame…—
— ¡¿Cooperarás?! ¡¿Sí o No?!—
— ¡Haré lo que sea!—
Octavio suelta a Maya y se levanta del piso. Maya se acurruca en posición fetal en el piso, sobando sus laceradas muñecas. El muñón que tenía en vez de meñique derecho salió a relucir. Comienza a chillar suavemente.
Camila aparece tras Octavio y forma un escándalo por su actuación. — ¡No te atrevas a maltratar a una mujer esa manera, gusano!—
Octavio ignora a la iracunda amazona y se monta sobre su caballo. El prisionero atado a su caballo lo sigue sin perder su orgullo, y la compañía de vigilantes lo sigue para salir inmediatamente de este miserable lugar.
Camila se acerca a la aún dolida Maya. —Ya nos vamos, levántate. —
— ¿Por qué me hacen esto?—
—Algún día le voy a dar su merecido a este estúpido. Te prometo que te voy a cuidar de él, ¿De acuerdo?— Camila intenta sonreírle a Maya para mostrarle que todo estaba bien.
Maya solloza. ¿Cómo podía ella estar sonriendo en un momento así? ¿Se estaba riendo de ella? ¿De su infortunio? ¿Del hecho de que su existencia sea completamente miserable? —No confío en ti. —
Camila extiende su brazo hacia Maya, intentando ayudarla. Maya queda extrañada de vuelta ante los gestos de Camila. Ella estaba siendo buena con ella, ¿por qué? ¿Por qué quería ayudarla, para poder reírse más de ella? ¿Acaso su destino era ser el bufón de corte de un grupo de asesinos?
La amazona no deja de sonreír. —Te prometo que no volverá a lastimarte. —
Maya pesa sus opciones, y determinó que tendría que levantarse tarde o temprano. Y no tenía energías para levantarse sola, por lo que no tuvo más remedio que aceptar la oferta de Camila. Agarró la mano de Camila, quien la jaló y la ayudó a levantarse.
— ¿Mejor?— Pregunta Camila. — ¿Necesitas algo?—
A Maya no le tardó encontrar la respuesta, su estómago había estado gruñendo por demasiado tiempo, y quizás esta persona frente a ella la podía ayudar. — ¿Tienes Comida?—
Camila buscó en su mochila unos biscochos de guerra y se los entregó a Maya en la mano. —Hay más en la diligencia si lo ne- —
Maya arranca la limosna de la mano de Camila y se la termina de comer en un instante. Camila suspira. —Esto va a ser más difícil de lo que esperaba…—
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—Me mantuve en las afueras de la ciudad, Octavio— Cuenta Estérope al reencontrarse con el chiquillo militar, —Cleopas dejó a un par de sus hombres junto a mí cuando los llamaste. Ese chico que me cuidó, es muy dulce, ¿sabes? Creo que se llamaba Appius o algo así…—
La compañía continúa avanzando a través de la negra llanura del pueblo fantasma, Octavio Observa de reojo a Camila, entretenida conversando con la polizona en su caballo. Feargus seguía atrás de él, atado a Libra y aún orgulloso y sonriendo.
Una pregunta se posa en su cabeza, una que llevaba planteándose por dos semanas. — ¿Por qué Lucio pidió tu presencia aquí? ¿Por qué no un a un oficial?—
Estérope sonríe y el aura de luz que la rodeaba parece iluminar el camino de vuelta a casa. —Sencillo, Octavio, yo se lo pedí…—
A Octavio le pareció sentir un mal augurio en ese preciso momento.
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Palabras: 8 871. Páginas: 21

1 comentario:

  1. Notas del autor: A este capítulo tuve que hacerle una reescritura exhaustiva, la historia original con la que contaba no estaba a la altura. Por eso me tardó mucho la revisión de todo el documento. Lo que me sorprendió es que quedó bien reducido el contneido, quité diez páginas de eventos no importantes y dejé cómo centro del capítulo una sola escena larga donde ocurren casi todos los eventos.
    Quizás me tarde una o dos semanas poner el cuarto, que también tengo que podarlo enormemente.

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