martes, 6 de octubre de 2009

Capitulo 1 - La Primera Sangre (Completo)

"Todo Hombre es cómo la luna, Tiene una cara oscura que a nadie enseña". Mark Twain.

— ¿Tú crees que en verdad todo lo que sucede aquí en la tierra ha sido ordenado por las estrellas? — Pregunta Camila—Así me decía mi mamá cuando yo era pequeña. —

—No creo que a las estrellas les importe un comino lo que suceda aquí abajo. — Dice Octavio, el cual siempre ha tenido un hueso pesimista, —Ellas viven eternamente, y nuestras vidas no son ni un suspiro para ellas. —

La niña se cruza de brazos y se muestra enojada. — ¿Y entonces, sabiondo, qué son las estrellas?—

—El cementerio de todos nuestros sueños. Cuando queremos algo son las estrellas son las que nos inspiran, y cuando nos rendimos u olvidamos nuestros ideales, estos regresan al firmamento. Cuando alguien muere y su memoria no perdura, las estrellas, que una vez lo observaron atentamente mientras vivía, lo resucitan cómo una de ellas. —

— ¿Quién te dijo eso, Octavio?—

—Ibis me dijo. —

— ¡Lo sabía!—

Silencio mientras las dos deliberaban la situación, pero niños de 10 años no pueden quedarse quietos mucho tiempo. Y ahora, Octavio tenía sueño y se quería ir a dormir. Se levanta de la verde grama y comienza a caminar hacia la penumbra del castillo, Y es así cómo la niña observa al chiquillo. Octavio era de una estatura bastante normal para su edad, cabello marrón brillante y ojos azufre que ardían con fuego divino. Su piel era de color avena, y por su vistosa indumentaria roja se podía distinguir que era de la nobleza.

Así es cómo Camila se encuentra ahora, en una situación comprometedora que se resume en solo pensamiento que emana de su subconsciente.

“Si yo muriera, ¿me dejarías volverme una estrella más?”

Octavio se queda quieto al borde de la penumbra, sin saber que responder ante tal pensamiento.

“¿Por qué preguntas eso, Camila?”

Camila no sabía que responder ante la pregunta imaginaria de Octavio. Se le olvida que el vínculo que ellos comparten es recíproco: lo que uno piensa el otro lo oye. Ahora ella quien estaba apenada, y baja la cabeza ruborizada.

Sin embargo ella tenía carácter, en vez de quedar humillada se levanta orgullosa del suelo y afronta a Octavio directamente con su mirada. Ella jamás se rendía en un combate, tal como un león atrapado en el cuerpo de una niñita de diez años.

Hablando de Camila, Su piel era blanca como la nieve, cabello negro ónice, y unos ojos azules que parecían zafiros. Octavio contempla a su querida amiga frente a él y muchos recuerdos le cruzan la cabeza. Octavio sentía que ella era su mayor compinche y su aliada en varias de sus osadas travesuras a lo largo del reino. Se acordaba agradablemente de la vez que se perdieron en la ciudad, de la vez que se quedaron encerrados en las catacumbas y también cuando… no, en eso no debía pensar.

Mientras ambos se miran directamente a los ojos ellos dejan que sus pensamientos fluyan dentro del otro, y de esa manera lograr resolver el problema que acababa de presentarse.

“Camila, explícate.”

“Tú tienes familia. Tienes padre y hermanos. Tienes a todo un reino que te recordaría. Tu memoria vivirá por muchos años. Pero yo, yo todo lo que tengo…”

“…También tienes a mi hermana y a Celeno…”

“…que ninguna es de mi familia. Una vez que muera ambas continuarán con sus vidas, eventualmente me olvidarán. Eso sería peor que morir, saber que mi vida fue en vano y no tuvo importancia. ¡No quiero dejar este mundo de esta manera!”

Octavio no sabía que decir. El carácter aguerrido de Camila la hacía una paria en esta sociedad machista, nadie más que la familia real de Aer se quería acercar a ella. Por eso muy pocas personas la extrañarían si se fuera.

Camila seguía ruborizada, pero ahora no de pena. Sus ligeros sollozos comenzaban a aumentar, y sus ojos comenzaban a llenarse de sangre. Camila requería ayuda.

—No te dejaré morir, — Dice Octavio mientras se acerca a ella y la intenta confortar con un abrazo. Ella acepta y reciproca el gesto, lo que requería ahora es apoyo, no orgullo.

En medio de la noche se encontraban las dos figuras, separadas de todo el mundo por el grueso velo de la noche. Estaban intentando reconfortarse el uno al otro, con una inocencia que solo se puede tener a esa edad.

Camila no deja de sollozar. — ¿De veras me prometes eso?—

—Jamás dejaré que mueras, jamás dejaré que te vuelvas una estrella más. Te lo prometo. —

Camila no tenía nada. Era solitaria y huérfana. Todo lo que tenía era determinación y carácter. Eso era todo lo que ella tenía para ofrecer por tal servicio que Octavio le otorgaba gratis. No quería limosna, quería un acuerdo. Por eso hizo la primera acción que se le cruzó a la cabeza…

…Le dio a Octavio un beso en la mejilla.

El príncipe inmediatamente se suelta de la cadenas de los brazos de Camila y comienza a caminar hacia atrás, a huir de lo que acaba de suceder. No lo puede creer. Restriega su mano en la mejilla donde sucedió el incidente, y observa sangre que mancha su mano.

— ¿Qué sucede?— dice ella incrédula mientras Octavio busca escape.

Octavio le da la espalda a Camila y huye hacia la sombra del castillo.

Tropieza y cae. Una Fosa. Esqueletos rodeaban los muros. La sombra continuaba absorbiendo la luz. El frio viento congelando su cara. La helada brisa zumbando en sus oídos. Abajo una espada negra y brillante. Un cráneo en la empuñadura. La espada apunta arriba. Octavio grita.

La espada le penetra el vientre.


Octavio Melquior Aéreo se levantó abruptamente. Fue tan repentino que se olvidó de lo que estaba soñando. Solo se acordaba de decir “lo prometo”.

Sabía que había estado soñando con Camila otra vez, porque su pulso estaba por las nubes. Odiaba ese arrepentimiento que lo carcomía después de esas visiones. Podía ver a través de la tienda de campaña la luz del sol. La trompeta sonó otra vez, y Octavio sabía que estaba tarde para el desayuno y sabía que era hoy el día de la batalla; lo que más odiaba de estar en campaña era que se tenía que despertar temprano. Una ventaja ese día, sin embargo, era que ese día cumplía dieciséis. Tal vez hoy fuera su día de suerte.

Se levantó de su litera, y comenzó a ponerse una túnica rojo sangre, hecha de lana ligera. Entonces puso sobre ella su armadura de placas, confeccionada de acero gris con repujados en carmín. Se colocó su casco, También gris oscuro con un penacho rojo en la cabeza que parecía una escoba. Siguieron sus guantes, cinturón y sandalias. Revisó que en su cinturón estuviese su puñal. Decidió dejar su capa y sus armas en la tienda, y ni miró a su litera para no tener que arreglarla y salió a las llanuras verdes del Pasaje del Este, ahora cubierto de tiendas de soldados de toda la Alianza. Ni una nube en el cielo, hoy sería un día caliente de primavera.

Se oían las orquestas de pájaros e insectos que venían del herbazal, y el sol que flotaba en el este se levantaba de su sueño y comenzaba a dar rayos de calor.

Octavio salió de su abstracción cuando se le acercó su guardaespaldas Orestes. Con 22 años ya llevaba tiempo asegurándose que Octavio estuviera a salvo. De su físico nada sobresalía, excepto su ojo derecho marrón y su ojo izquierdo azul marino, ambos vacíos y completamente carentes de vida. Jamás se reía, jamás lloraba, jamás sudaba o sangraba y quizás jamás se enojaba. Octavio le tenía pavor, pero también le tenía confianza suficiente para tolerarlo.

—Mi señor, feliz cumpleaños. ¿Cómo se levantó?— Orestes no muestra ninguna entonación o importancia en su voz. Orestes siempre era así, demasiado serio, y Octavio jamás supo por qué.

— ¡Vaya Orestes! ¡Eres el primero en felicitarme por seis años seguidos! ¿Cómo se siente?—

Orestes no entiende sarcasmos. —Bueno señor, ya que usted lo dice, muy bien. Espero ser también el primero por varios años más, si me permite. —

“Ya creía que iba a dar un sarcasmo por primera vez en su vida.”

Octavio inmediatamente se percató que ese pensamiento fue escuchado por otra persona.

“¿No puedes hacer que Orestes se ría?” Camila, como es costumbre, se entromete en los pensamientos de Octavio.

“Ese pensamiento era confidencial y tú no debías oírlo. “

“Ya deberías saber cómo bloquear tu mente de mí, gusano.”

“Debería hacerlo ahora.”

“Hoy es nuestro cumpleaños, Octavio, ¿no te acuerdas? ¿No deberías al menos felicitarme antes de continuar con tus groserías?”

Era cierto, ambos cumplían años el mismo día. Esa sicópata estaba de cumpleaños. “Feliz cumpleaños, Camila”; Piensa Octavio sin una pizca de interés. “¿No deberías felicitarme a mí también?”

“No felicito a gusanos.”

Camila hizo un bloqueo mental. Hace años que Octavio no es quien la contacta a ella, así que no le dio gran importancia.

—Mi señor, ¿está bien?— Orestes dijo con la única emoción que parecía tener, preocupación.

—Si… Sí, sí, sí, estoy bien. — Octavio retornó a la realidad y sintió un malestar en su panza. — ¿Qué hay de desayuno?—

—Pan, y si es afortunado, carne de cabra salada. —

Pan y cabra. Sabía que el menú en una campaña era limitado, pero comer Pan y Cabra por dos semanas seguidas era criminal. Soñaba con regresar a su casa, donde comería huevos con tocino hasta reventar. Solo pudo dar un suspiro antes de contestarle a Orestes.

—Gracias a Dios que me muero de hambre, si no entraría en huelga con ese cocinero. —

—No creo que a Gratian le guste eso. —

—Ese es el punto— Octavio giró sus ojos en una expresión de ‘aquí vamos de nuevo.’

—No entiendo—

—Mejor vamos a comer, ¿sí? No quiero darle a él la satisfacción de ganarme. —

En camino al comedor muchos soldados, principalmente de Aer, lo felicitaron y le desearon feliz cumpleaños. Él sabía que la mayoría lo hacía por simple cortesía, pero a uno en especial de verdad le creyó.

— ¡Octavio! ¡Fiesta en tu tienda esta noche! ¡Yo invito los tragos!— era Ignacio Caspar Flammano, con un gesto de burla en su cara. Desde que se conocieron él y Octavio eran mejores amigos, era un joven de 19 años, cabello rojo fuego, ojos chocolates, robusto y con un sentido de humor siempre activo, aunque a veces grosero. Era además hijo del padrino de Octavio, el rey Ivo de Flamma y además el futuro rey si las cosas pintaban bien.

Octavio sabía que tenerlo cómo amigo le convenía, así que le seguía la corriente constantemente. — ¿A cuanta gente ya invitaste?— Le responde Octavio.

—Ya a una docena de chicas emocionadas por conocerte, a quienes les encantaría un tiempo a solas contigo.— Le dio un codazo suave a Octavio y mostró su expresión de Sabes a lo que me refiero, ¿ah?

—Diles que primero tengo que ganar la batalla de hoy. —

— ¿Entonces cancelo el evento por ‘tener pocas posibilidades de supervivencia’?—

— ¡Por supuesto que no! Tú sabes que las chicas adoran las cicatrices. Diles que las veré esta noche. —

— ¿Y ahora que vas a hacer?”—

—Comer. —

—Yo te acompaño. Hace dos semanas que no tengo una comida decente. —

—Malas noticias. Hoy vas a tener una sobredosis de ‘Pan y Cabra salada.’—

— ¡¿Es mucho pedir una comida decente de vez en cuando?!— Ignacio hizo una perfecta imitación de un grito desesperado al cielo, mientras Octavio se reía y Orestes se quedaba observando sin entender la gracia.

Octavio e Ignacio continuaron hablando y riendo, seguidos de Orestes, hasta que llegaron a una carreta cubierta, en donde unos soldados sacaban comida de unas cajas de madera y la repartían entre sus compañeros. Fueron a la fila de nobleza, por supuesto sin evitar recibir una dosis de felicitaciones, halagos y bienaventuranzas. Continuaron hablando y bromeando hasta que una voz baja les llamó la atención.

—Ho…Hola Octavio. Fe…Feliz Cumple…años. —

— ¡Lucio!— Octavio exclama —¡Ven, Acompáñanos!—

Lucio Baltasar Undano era el hijo del Rey Bricio de Unda, y por lo tanto su heredero. Junto con Ignacio también tenía 19 años, además de piel pálida, ojos y cabello negro sombra. Aunque era un heredero al trono, tenía poco carácter y una falta de autoestima. Era de las personas que intentaba complacer a todo el mundo, y por intentar unir puntos de vista divergentes era considerado entrometido. Aún así tenía carisma, atributo importante en una cultura de guerra constante.

—No importa, sólo formaré fila. —

— ¡Ah! Eres un aguafiestas. — Expresa Ignacio. — ¿Acaso no tienes hambre?—

Lucio fue convencido de unirse a Ignacio y a Octavio, donde quedó oyendo sumisamente a la conversación entre ellos. Finalmente llegaron a la los soldados, donde un Aéreo le pasó a Octavio una dosis extra de comida. Octavio lo observa a la cara y le da las gracias por el regalo de cumpleaños.

—Cabra ¡mi favorita! ¿Cómo adivinaste?— Bromeó Ignacio cuando le sirvieron el famoso plato. El legionario miró hacia otro lado para evitar ofender al joven patriarca con su mirada.

Orestes y Lucio recibieron su comida ambos callados, ninguno quería sobresalir mucho, y ya con su comida los cuatro se alejan de la multitud y buscan un lugar con menos plebeyos donde hablar libremente.

—Antes que se me olvide, — Comenta Lucio aún medio dormido, —Aquí tengo tu regalo— Lucio le entrega a Octavio un pequeño cuaderno con la portada de cuero. —Mi padre me pidió que te lo diera. —

Ignacio encuentra la falla en el plan de Lucio. —La gracia era que te quedaras con el crédito, ¿Sabias?—

Lucio solamente respondió con un fuerte y honrado — ¡Rayos!—

— ¿Un cuaderno?— Octavio revisaba el regalo de su amigo y pensaba en lo barato que era un libro sin nada escrito. También consideraba darle un regalo así a Camila para sobrevivir este año.

Ignacio suspira. — ¿Acaso soy el único aquí con sesos? Eso es un diario, para que anotes tus pensamientos de lo que te pasa en el día. Puedes escribir lo que sea, un nuevo chisme, algo que no quieres que sepa nadie, cómo atormentar a esa loca de Camila…—

“Ya me está gustando esto, atormentar a Camila”

—…o simplemente lo que te pasa en el día. Nadie lo va a leer a menos que quieras que lo haga, así que no tengas miedo de escribir algo hiriente. Por supuesto, de mí nada más debes escribir cosas agradables cómo inteligente, fuerte, sexy… pero si escribes eso último te declaro oficialmente homosexual. —

Octavio pensaba en las distintas maneras en las que ese último comentario estuvo de más. —Uno no debe escribir mentiras en sus diarios. —

Ignacio afirmó ese comentario. —Cierto… ¡Ey!—

Lucio simplemente sonrió. —Muchos generales famosos han tenido diarios de sus campañas. Considera esto tu primera lección. —

Eso sonó bien, generales famosos. En poco tiempo Octavio se comparó con César y Alejandro Magno sólo para quedar ligeramente abrumado y deprimido ante su propia falta de victorias.

—Voy a intentar escribir algo. ¡No se atrevan a ver!—

Ignacio decidió ignorar la orden de Octavio incluso antes de que él terminara de hablar. Ignacio responde con una sonrisa de picardía, —Si tú quieres…—


Diario de Octavio Melquior, primera entrada. DIES IOVIS ID. MART. MDXII A.U.C, Idus de Marzo del 1513 Después de Fundar Roma. (13 de Marzo del año 759)

Esta es la primera entrada en este diario. Mi nombre es Octavio Melquior Aéreo, tengo 16 años y soy un general en entrenamiento de la Alianza. ¿Debo comenzar esto describiéndome a mí mismo, verdad? Bueno, la gente dice que tengo ojos que parecen azufre en llamas, ¿Es eso suficiente?...

—No, no lo es. — Contesta Ignacio leyendo lo escrito. —Eres un patético escritor, ¿sabes? Escribe algo más profundo, cómo lo que te motiva…—

Hoy me dieron este diario cómo regalo de cumpleaños. Estoy en medio de mi primera campaña militar, y espero poder salir a relucir cómo comandante…

—Patético…— dice Lucio, quien esperaba que su regalo fuera de mayor utilidad de la que Octavio parecía darle al objeto. Estaba tomando a pecho que a Octavio pareciese no gustarle el regalo.

—Saben, no es tan fácil escribir cosas privadas cuando te observan. — Comenta Octavio, intentando defenderse. —No es mi culpa recibir un regalo tan-—

Ignacio le pasó una mirada de ‘Cuidado con la autoestima de Lucio’

Octavio cambió las palabras a media oración—-Maravilloso cómo este sin yo saber usarlo.—

—Continúa intentándolo. — Dice Lucio. —Tal vez mejores. —

Mientras escribo esto estoy acompañado de mis dos amigos Ignacio Caspar y Lucio Baltasar, los herederos de los tronos de Flamma y Unda, respectivamente…

— ¡Escribe algo más de mí!— dice Ignacio. — ¡Cómo de mis logros! ¡O mis conquistas!—

—Señor, usted no tiene ninguna aún…— Comenta Orestes con su grave voz que a Ignacio comenzaba a molestarle con tan solo un argumento.

— ¡Me refería de conquistas femeninas! Chicas, Pollitas, Lindas, ¡Cómo les quieras decir!—

— ¿No debería ser más directo, señor? Su jerga juvenil puede sacar a relucir significados incorrectos. —

— ¡Es mi jerga de la que estamos hablando!—

— ¿Saben qué?— Octavio interrumpe la discusión. —Mejor dejo para esta noche. Si van a pelear por esto entonces no vale la pena que continúe escribiendo, ¿o sí?—

—Pero yo me estaba divirtiendo…— Comenta Lucio con una sonrisa apenas perceptible. —Puedes escribir sobre mí lo que quieras, a mí no me molesta. —

—Lo haré esta noche, si es que continúo vivo…—

Un silencio espectral cubrió el campamento ese momento. El viento sopló una ráfaga de aire frío. ¿Sabía el viento algo que ellos no?

Olvidaron ese incidente y continuaron conversando. Ignacio contaba un cuento muy interesante acerca de una plebeya que le creció un tercer ojo por estar demasiado pendiente a los chismes cuando Octavio sintió una voz en su cabeza. Era Camila otra vez intentando sacarlo de sus casillas, cómo siempre. ¿Acaso ella no sabía hacer nada más?

“Octavio, tu hermanita te manda feliz cumpleaños.” Otra vez en voz seria. Odiaba que hiciera eso, cómo si su mente le perteneciera a ella. Eso era tan irritante que le daba ganas de gritar. Por supuesto no lo hizo, simplemente para evitar que Camila saboreara su victoria.

“Está al lado tuyo ¿verdad?”

“Podría.”

“Bueno aquí Ignacio, Lucio y yo estamos hablando muy mal de ti.”

“Buen intento Octavio”. Y Camila cerró el vínculo.

— ¿Octavio? ¿Estás aquí?— señaló Lucio preocupado ante la súbita falta de interés en la conversación.

—Sabes, — Dice Ignacio en tono de gracia. —Eso de que repentinamente pierdes concentración en asuntos tan importantes cómo este me da mala espina. —

—Cómo si el haberle crecido un tercer oído…—

—Ojo. — Interrumpió Lucio, intentando entrar en la conversación.

—… Bueno pues, ojo, fuera tan importante. —

—No me escuches si no quieres, no es eso lo que me importa. Ahora, lo que me heriría de verdad es que hubieras estado pensando en Camila… ¿No estabas pensando en ella, verdad?—

— ¡No, Como crees!— Octavio dijo falsamente indignado. No podía creer la ironía de la situación, ya que técnicamente sí estaba pensando en Camila. Estaba pensando en cómo asesinarla sin que nadie se diera cuenta. Primero, ordenaría a Orestes a que no lo siguiera, luego entraría a su casa con un cuchillo, luego…

Ignacio cambió su tono de voz de burlón a serio tan sorpresivamente que Octavio casi lo ignora. —Ahora que lo pienso, ¿Qué pasó entre tú y Camila?—

— ¿Cómo así?—

—No crean que no los vimos Lucio y yo más de una vez paseando juntos y hablando de Dios-sabe-que. Ahora prácticamente ni se hablan, y cuando lo hacen es para pelear. ¿Qué pasó?—

—Ahora que lo pienso…—

Octavio no se había hecho esta pregunta, ¡Era tan simple! ¡Qué había pasado! Antes eran muy buenos amigos, ahora se odian a muerte. El vínculo mental no ayudaba a disminuir los insultos a ambos lados. Dentro, en su interior, sabía que Camila se había vuelto con los años en una sociópata sádica, pero nadie más parecía darse cuenta. Mucho menos la hermana menor de Octavio, Elena, que es la mejor amiga de ella. Tal vez era por lo que pasó durante ese horrible accidente hace años. Es difícil creer a donde te llevan los caminos de la vida.

Respondió en un tono de ligera tristeza la única posible respuesta que había en su mente, —No, no sé. Supongo que simplemente maduramos. Somos personas distintas ahora. — El grupo parecía haberse callado, pensando en lo que dijo Octavio.

Ignacio y Lucio se la pasaban bromeando antes sobre la linda pareja que hacían esos dos, tan comprensivos, tan juntos, tan- pero de lo que parecía que se iba a volver en una hermosa pareja parecía volverse más cada día hacia un campo de batalla. Una flor marchita antes de florecer. A ambos les pesó esa revelación, ya que ambos esperaban, en el fondo, lo mejor para Octavio. De repente no parecía tan gracioso.

Sólo una voz conocida a la distancia los sacó de esta reflexión.

— ¡Octavio! ¡Feliz cumpleaños!— Nerva Melquior Aéreo, el hermano mayor de Octavio sorprendió a todos. Agarró a Octavio por el cuello, le quitó el casco y le frotó los nudillos en la cabeza. Ignacio se revolcaba en el suelo de la risa y de la impotencia de Octavio, Lucio se reía silenciosamente, Orestes discutía silenciosamente si ayudaba a Octavio o no. Mientras tanto Octavio peleaba por liberarse del opresivo agarre de su hermano.

— ¿Qué se siente tener 16?— Preguntaba Nerva en juego

—Bien hasta que llegaste… ¡auch!—

—Vamos, no soy tan desagradable. Solo requiero un poco de cariño. — El sarcasmo era evidente en la cara de Nerva. Él era parecido a Octavio físicamente. Cabello marrón corto, piel color crema y un ego insaciable. La principal forma de diferenciarlos era por la estatura, obviamente Nerva era más alto, y por el color de los ojos, Nerva tenía unos ojos marrones obscuros comparados con los ojos de azufre incandescente de Octavio. Tenía en ese tiempo 21 años, era el mayor de los tres herederos, y por lo tanto el más arrogante.

—Por favor, frente a mis hombres no. ¡Lo menos que quiero es que me pierdan el respeto!—

—Y eso es mi problema porque…—

Hubo una pausa mientras Octavio intentaba pensar, incluso bajo el peso de esos nudillos tanto en su cabeza cómo en su concentración. Esta era una posición en la que no quería que lo vieran los soldados bajo su comando, cómo un niño dominable. Incluso si tenía un título de nobleza, carisma, habilidad táctica y buen sentido del humor; aún así era menor en edad que casi todos ellos y ese hecho sólo pesaba mucho contra su liderazgo. — ¡Por favor!—

—Pídelo bien. —

— ¿¡Por favor…hermanito querido…puedes soltarme!?—

Octavio al fin convenció a Nerva de soltarlo, cosa que hizo rápido. —Por supuesto… los llaman a los tres a la tolda de comando. Preparaciones finales antes de la batalla. —

Nerva ayudó a levantar a los cuatro, los cuales guardaron su plato y comenzaron a recorrer el campamento.

Mientras que el general en entrenamiento continuó siendo víctima de las felicitaciones de la gente por lo que pareció una eternidad, Ignacio se distrajo continuado su cuento de la campesina de tres ojos.

Tras un largo recorrido a través de interminables filas de tiendas de campaña los nobles llegan a una tienda grande en el centro del campamento. Era la única que no estaban desarmando, y las sombras que se veían a través de la tela la hacían parecer viva en comparación con las que la rodeaban. Entraron y ahí encontraron a muchos hombres sentados en una mesa redonda. Octavio reconoció a tres.

—Octavio, feliz cumpleaños. — Maximiano Melquior Aéreo se levantó y fue a abrazar a su hijo. Era un hombre con cincuenta años de edad, ojos castaños y cabello corto marrón, con una barba corta que bordeaba toda su cara. Y por supuesto era el Rey de Aer, Como lo mostraba su fina armadura con detalles en carmín.

—Cuéntame a mí también, Feliz cumpleaños. — Esta vez era Ivo Caspar Flammano, el padrino de Octavio, padre de Ignacio y el rey de Flamma. Era un señor, también más de cuarenta años, robusto, pelo y barba roja completamente desaliñada y un buen sentido de humor. Tenía puesta una armadura gris obscura con grabados en anaranjado.

—Feliz cumpleaños— Ahora hablaba Bricio, rey de Unda y padre de Lucio. Era un hombre pálido, con cabello negro bien peinado y cuidado, sin rastro de barba. También poseía unos intimidantes ojos negros y una armadura con detalles en azul. La diferencia entre todas las otras armaduras y esa era el ojo que estaba pintado en el pecho, al que Octavio siempre se refería cómo el ‘ojo de un cíclope con mucho sueño.’

—Bueno, Octavio. — Maximiano interrumpe. —Te tengo un regalo de cumpleaños especial. Logré negociar con los otros reyes y ellos acordaron conmigo en que tengas el comando del ala de caballería de Aer. —

Octavio esperaba presenciar la batalla cómo subordinado de Nerva, el ahora tener el comando de un grupo de caballería era un honor inesperado, más si se trataba de más de quinientos hombres. Octavio, sorprendido, solo pudo decir —De… ¿De Verdad?—

—Bueno, es que pensábamos que ya era hora que demuestres tus habilidades. — Respondió Bricio seriamente. —Tú eres un futuro general, ¿verdad?—

—Además, — Ivo comenta, —que tu hermano vaya a ser rey de Aer no significa que tengas que hacerle caso toda tu vida…— La sonrisa en su cara demostraba sus verdaderas intenciones, al dirigirse directamente al ego de Nerva. Él simplemente esperaba la eventual respuesta del futuro rey, la cual no tardó en llegar.

— ¿Hay algo de malo con eso?—

Octavio retornó a sus sentidos — ¿Qué qué hay de malo? ¡Que eres un mandón! Octavio, haz esto, haz aquello, haz esto otro. Al fin… ¡libertad!— Octavio dijo esto intentado no mostrar su emoción. Su énfasis en la palabra libertad lo decía todo, ya que se había pasado las últimas semanas haciéndole mandados a Nerva para que lo pusiera en buena posición y no ser reducido a ‘refuerzo’. El tener el comando de tanta caballería era definitivamente una sorpresa agradable. Hasta que se acordó del incidente con los nudillos de su hermano en su cabeza, esperaba que nadie los hubiera visto.

Aún así el ambiente estaba muy relajado, todos riendo y estando confiados sobre el resultado de la próxima batalla. Los aliados habían traído la mitad de todas sus fuerzas, 3 legiones de un poco más de mil hombres cada una, contra un ejército bárbaro de casi el mismo tamaño. En ninguna época, en ninguna circunstancia, ningún ejército ha derrotado al imperio a menos que el general fuera idiota o que los superaran en número ampliamente.

Al menos esa era la confianza que tenían cuando un mensajero entró a la tienda. Su cara era un libro abierto, el cual tenía escrito en sus páginas interminables veces la misma palabra: terror.

—Mis señores. Llegó el reporte de reconocimiento. — El soldado se lo entregó al rey Maximiano y la sonrisa de este se borró en segundos. Fue remplazada por una expresión de sorpresa.

— ¿Está seguro de esto?—

—Sí, mi señor. —

—Gracias puedes retirarte. El resto recuéstese. Estas son malas noticias. —

Octavio, Nerva, Orestes, Ignacio y Lucio se sentaron cada uno en su diván designado y se prepararon para oír las malas nuevas. La tensión en el ambiente era tal que todos los corazones de los nobles latían sincronizados.

—Esos animales ya levantaron campamento. Ahora mismo deben estar acercándose a nosotros. Debemos levantar campamento inmediatamente. Pero antes otra cosa, nos superan en número cinco a uno. —

La sala se volvió tan silenciosa que se oían los latidos de los presentes.

—Espero tengan una buena idea, porque retener la línea no va a ser suficiente. —

Octavio peleó con todas sus fuerzas para que el miedo no se le mostrara en su cara. Intentó pensar en otra cosa, como por ejemplo encontrar una solución al problema. “Cinco a uno, donde he visto esto antes.” Piensa Octavio. Se intentaba acordar de las interminables clases de tácticas militares que tuvo con Ibis. Entonces se acordó de una cosa. La única vez que un ejército bárbaro derrotó a los romanos cuando estos eran cinco veces más. Octavio, por más extraño que sonara, tenía una idea brillante.

—Cinco a uno… hubo en la historia un general que destruyó a un ejército cinco veces mayor, con pocas bajas. Aníbal de Cartago. — Por primera vez en toda la mañana Octavio estaba serio, y se notaba una pizca de miedo en su voz, Todo buen romano odiaba a Aníbal.

— ¡¿Aníbal?! ¡¿Cartago?!— Bricio no podía creer que ese salvaje haya logrado tal cosa. — ¿Contra bárbaros?—

—Contra Romanos. Legionarios. Mató a más de ochenta mil en un día, con una fuerza de quince mil. — Ibis, mentor de los hermanos Melquior y asesor de Maximiano, rompe su silencio.

— ¡Eso es imposible!— Comentó Ignacio. — ¡Esto es un insulto a nuestro antepasados!—

—Cannae, 538 después de fundar Roma, segunda guerra púnica. — Dijo Ibis, continuando el punto demostrando la verdad del argumento. —Fue una masacre—

Si la palabra Aníbal provocó desprecio entre los oficiales, la parte de masacre casi los transforma en un grupo de demonios iracundos. Por mucho que fuera cierto, Aníbal seguía siendo un demonio proveniente de una raza de infanticidas.

Solo Maximiano se mantuvo lo suficientemente objetivo para hacer la pregunta dorada.

— ¿Cómo lo logró?—


Los antiguos respetaban a los astros. En la sinfonía inaudible de sus movimientos se encuentra escrito nuestro destino. Los antiguos les dieron nombres, intentando comprenderlos. Los llamaron sus Dioses, los veneraban cómo deidades. Y tal cómo se arrodillaban sobre sus falsos ídolos así se arrodillaron ante la gloria de Roma.

Roma. El imperio mundial. Su poder llegaba hasta los confines de la tierra, hogar de monstruos y deidades rencorosas. Esas mismas deidades que iluminaron con su obscuridad a esos animales que destruyeron la luz.

La caída de Roma fue lenta y dolorosa. Agonizaba y se desangraba mientras los carroñeros se alimentaban de sus restos gangrenados. Decenas de miles murieron mientras Roma retrocedía de sus tierras, mientras las interminables hordas de animales salvajes chocaban en sus fronteras cómo el mar en un peñasco, que lentamente erosionaba a la tierra.

La caída de la ciudad eterna, en el año 476, fue el anochecer de una era iluminada. Las sombras gobernaban ahora. El Oscurantismo, una era de ignorancia y fanatismo, rasga lo que quedaba de la civilización. Ciudades enteras eran arrasadas cada día, barbaros y bandidos mataban sin piedad a toda oposición, tiranos cometían atrocidades, hambrunas y pestes dominaban la campiña.

Pero los hijos de Marte se rehusaban a morir. La Alianza de los Tres Reinos era el último vestigio de la cordura en mundo satanizado y demente. Cómo descendientes y herederos del Imperio Mundial ellos brillaban cómo una pequeña esperanza en un mar de tinieblas; Y cómo la luz atrae a las polillas así la Alianza atrae a pandillas de bárbaros que ansiaban saquearla. Tres siglos luchan contra un interminable mar de paganos, cada día debilitándose y envejeciendo. Los Aliados combatían cada día por su subsistencia en este mundo hostil.

Vigor Mortis. Roma aún existía después de su caída en los corazones de los héroes de la Alianza. Los hijos de Marte no se habían extinguido. Trescientos años y se negaban a morir.

Mas los astros son rencorosos. Ellos decidieron la caída de Roma hace eones. Y los zumbidos de su luz no se ignoran. Roma caerá, no importa cuántos héroes clamen lealtad a un ideal muerto. La ira de las estrellas se acumuló por tres siglos, y ahora los actores llegaban para cerrar el telón a un encoré prolongado.


Ya la mañana estaba bien entrada cuando las fuerzas de la Alianza salieron del campamento. Octavio estaba pensativo, contando los hechos que lo ponían ese día ahí, primero de los cuales ocurrió hace más de 6 años.

Octavio tuvo que escoger una profesión, cómo tenía un hermano mayor él no podía ser rey. Octavio recitó algo en su cabeza ese momento. “Solo puedes ser rey si Nerva muere sin herederos, y con lo mujeriego que es dudo que no tenga.” Así que sus opciones eran Gobernador (“odio las matemáticas”), Clero (“muy aburrido”) y General; Octavio escogió la tercera opción y desde entonces está entrenando con capitanes y generales famosos de la Alianza. También entrenaba al jugar ajedrez con Ibis, pero Octavio jamás ganaba. El siempre solía decir —la flecha que no ves es la que te mata. — Odiaba perder de maneras tan embarazosas, como la vez que estaba acorralando al rey de Ibis y este escabulló su reina y le hizo un jaque mate sorpresivo a Octavio.

El siguiente evento ocurrió hace casi un mes, cuando llegaron reportes de exploradores sobre una enorme jauría de bárbaros que se aproximaba. El rey Maximiano convenció a los otros reyes de dejar a Octavio participar en la campaña, la cual iba a ser su primera. Luego los reyes se pasaron dos semanas organizando fuerzas y otras dos semanas marchando al Pasaje Este, la entrada principal a la Alianza. Y pensar que ahora se iba a batallar según un plan de Octavio… ¿quién lo hubiera pensado? Octavio suspiró para retornar la realidad.

Ahora veía alrededor de él. Orestes estaba tan inexpresivo cómo siempre, Octavio preguntándose por qué razón Orestes estaba tan sereno. Ibis parecía abstraído en razonamientos fuera del alcance de Octavio. Los otros jinetes de su centuria tenían también distintas reacciones, pero ninguno parecía particularmente asustado. Al contrario de todos ellos, Octavio estaba aterrado.

Entonces fue cuando notó cómo realmente se sentía. Sus ojos solo querían cerrarse y dormir, odiaba tener que levantarse temprano. El tanto montar a Libra lo estaba cansando y comenzaba a sudar dentro de este pedazo de hojalata que él llamaba armadura, la cual estaba aún más caliente por el sol. Estaba tan nervioso que cualquier ruidito le provocaba temor. La ansiedad retorcía sus entrañas y su estómago. El sueño y la monotonía del paisaje contribuyeron a un pequeño dolor de cabeza que le dificultaba pensar. La preocupación del fracaso de su plan le carcomía la paciencia. Y lo más importante, el simple miedo de una fría y brutal muerte empeoraba todos esos síntomas. Suspiró otra vez e intentó pensar en otra cosa.

Ahora intentaba ver el paisaje del valle para tranquilizarse. El sol estaba en posición de media mañana, pero oculto detrás de una nube, cómo si no quisiera ver la matanza que iba a haber ahí. Los Montes Centinela, que cubrían ambos lados del valle, estaban coronados de un color blanco, que parecían ser unos verdugos demoníacos esperando a poder alcanzar a su presa… Octavio intentó enfocarse más abajo para intentar olvidar este último pensamiento. Debajo estaba la hierba color esmeralda, la cual hacía contraste con los picos helados. Era primavera, después de todo. Aún así, el campo no era del todo verde, habían unas pocas camas de flores de lavanda púrpura esparcidas, y el terreno desigual creaba muchos distintos tonos de verde.

Entonces se dio cuenta de una cosa; que no había ningún animal en el área, ningún ave, ciervo, lobo, o lo que sea que viviera aquí… nada. Octavio se asustó al notarlo. ¿Ellos sabían sobre la batalla? Entonces una brisa fría recorrió su espalda. Un mal agüero. Octavio intentó calmarse y pensar en otra cosa. En su desesperación intentó contactar a Camila, pero ella tenía un bloqueo. Octavio sólo pudo maldecirla.

Se sintió aún peor cuando vio al ejército enemigo a la distancia, ¡era enorme! Su corazón comenzó a aumentar velocidad, y comenzó a sudar frío. Su mente repetía las mismas palabras en una letanía, “no moriré aquí…no moriré aquí.” Cuando vio a unos jinetes salir de la formación y moverse adelante sabía que él debía ir ahí, incluso si su miedo le estuviera enroscando las tripas. En ese momento dejó a Orestes y a Ibis a que organizaran la posición mientras él cabalgaba inseguramente hacia el centro de la formación, a encontrarse con los otros capitanes.

Cuando Octavio llegó ya se había formado el comité, que incluía a los tres reyes Maximiano, Ivo y Bricio, además de Ignacio, Lucio, Nerva, y un par de oficiales de otras ramas. Inmediatamente después de la llegada de Octavio comenzaron a cabalgar hacia el centro del campo, y al frente se veía a los lideres contrarios viniendo hacia ellos. Al lado de Octavio estaba Nerva el cual rompió el incomodo silencio que Octavio llevaba desde hacía horas.

—Sabes, no creo que esos salvajes hayan traído tantos soldados para sólo para negociar. —

—Ojala sepan hablar, no soy bueno en lenguaje de señas. —

Nerva sonrió un poco, pero se puso serio al llegar al centro del campo con el resto del sequito. Octavio vio al frente de él y solo vio a lo que parecían ser unos salvajes melenudos y llenos de piojos.

Pero Octavio notó algo raro en uno de ellos, que se veía bien vestido, bañado, arreglado y pulcro. Entonces ese bárbaro lo observó fijamente y Octavio no pudo evitar sentir que algo estaba mal.

—Lindo comité. — Comenzó el bárbaro limpio, obviamente el líder. Hablaba forzado, pero Octavio podía entenderlo. ¿Cómo un animal cómo él se atrevía a hablarla misma lengua de sus antepasados? —Vengo a ofrecerles piedad a cambio que se rindan. No venimos a matar gente hoy. —

Octavio no podía tolerar tanta hipocresía en una sola oración. Sentía su sangre hervir al sólo oír esas palabras. Pero notó que los tres reyes no cambiaron su expresión en lo que fue una gran prueba de autodominio.

—Pues debieron pensar eso bien, — Respondió Maximiano, sus ojos castaños mostraban descontento, mas no enojo. —Estas son tierras de la Alianza, al entrar aquí nos han provocado. Salgan ahora de aquí y todos saldrán ilesos. —

— ¿Por qué pelean? ¡Saben que los superamos en número! ¡Sólo tiren sus armas!—

— ¿Las quieres?— Dijo Maximiano desafiante. —Ven por ellas. —

Al bárbaro no le gustó la negativa, y su sonrisa se borró. Volteó su caballo y se fue a su línea de combate. Octavio notó que el bárbaro limpio lo examinó una vez más antes de continuar. Octavio se hubiera quedado ahí pensando el significado de todo eso si no hubiera visto a su grupo irse del área.

Los comenzó a seguir nerviosamente cuando Ignacio lo llamó. —Una apuesta. El que mata más salvajes gana. —

“Ignacio siempre con su negro sentido del humor”, pensó Octavio sabiendo que no era el mejor momento para este tipo de apuestas, pero aún así no pudo rehusar un desafío proveniente de él. Cualquier cosa para fanfarronearle era válida, así que su respuesta no sorprendió a Ignacio. —Que gane el mejor, — Dijo antes de separarse del grupo y de cabalgar a su flanco.

Estaba cabalgando, intentando superar su miedo, cuando oyó a la distancia a su padre dando la arenga. Maximiano cabalgaba delante de la línea frontal, gritando un discurso para sus soldados.

Octavio, en su flanco, sólo pudo oír murmullos de lo que tal vez pudo haber dicho, pero no pudo descifrar nada de ese código. Un grito de guerra recibe el final del discurso, los legionarios responden con todo el ruido que pueden soltar. Nada opacaba la muestra de poder marcial que los romanos demostraban en ese campo, parecían imbatibles.

Una tormenta de alaridos engulle a los gritos romanos, y una estampida de salvajes cubre el lado opuesto de la llanura. Cuarenta y cinco mil barbaros se abalanzan contra las líneas romanas y lentamente se acercan a las posiciones aliadas. Una horda infinita de animales salvajes con sed de sangre romana.

— ¡Presenten pilos!— Gritó Maximiano en el centro de la línea, y al poco tiempo los otros reyes y capitanes repitieron la orden. Toda la infantería sacó sus pilos, una jabalina de madera con punta de metal usada por el Ejército Romano, y los pusieron en posición sobre sus hombros. Justo cuando el enemigo pasó a diez metros de la línea de la Alianza, Lanzaron los pilos, rápidamente desenvainaron espadas y pusieron sus escudos en posición frente a ellos. Una serie de golpes secos sobre los escudos de los legionarios marcaron el inicio de La Batalla de Monte Canopo.


—Hora de sacar la basura. —Ignacio se encontraba en el ala derecha de la infantería, puesto ahí por órdenes de su padre. El pulso le acrecentaba mientras la avalancha de enemigos contrarios se acercaba. Una leve sonrisa decoraba su rostro.

—Presenten Pilos. — Maximiano gritó a la distancia.

—Presenten Pilos. — Repite Ignacio, al mismo tiempo que el resto de los capitanes. Temblorosamente agarró la jabalina y preparó para lanzar.

— ¡Fue…go!— Lanza su pilo con toda su fuerza. La jabalina le dio directo a un soldado enemigo en el escudo, y este no tuvo más remedio que descartarlo. Ignacio desenvainó su espada corta, puso su escudo frente a él y puso su brazo izquierdo rígido para soportar el impacto.

CLAK CLAK Clak clak clak.

La carga enemiga impactó los escudos, produciendo unos ruidos secos en los escudos. Justo cuando un bárbaro llegó a su escudo Ignacio lo empujó hacia arriba, haciéndolo perder el equilibrio y lo acabó con una estocada de su espada. Extrajo la espada de su víctima y levantó su escudo otra vez, justo a tiempo para bloquear un corte de una espada enemiga. Avanzó un paso y le enterró la espada al enemigo en el pecho. Al extraerla otra vez un chorro de sangre carmín le cayó sobre la armadura. Ignacio regresó a su formación.

Ambas líneas se definieron y comenzaron a empujarse entre sí, los que estaban en la primera línea de combate apenas tenían espacio para respirar, menos para combatir eficazmente. El ruido y la presión estaban sofocando a Ignacio, y la paciencia se le estaba acabando.

— ¡¿Qué rayos está pasando aquí?!— Fue su respuesta mientras continuaban apareciendo sobre su escudo golpes de espadas y mazas sin terminar. Tuvo que atrincherarse detrás de su escudo para evitar ser golpeado. Entonces, sin previo aviso, golpeó hacia delante con su escudo y se mantuvo golpeando, entonces arremetió con su espada. Comenzó a cobrar victimas otra vez, pero esto lo estaba cansando.

—diez… once… doce… no me vas a ganar Octavio—

El pensar en ganarle a Octavio en esta competencia al fin lo comenzaba a relajar después de horas de combate. Pero la sonrisa desapareció al derrotar a un soldado tras otro, usando la misma táctica. Las horas pasaban, y sus enemigos seguían ahí. Sus energías se estaban acabando. Comenzó a desesperarse. ¡Eran demasiados!

Ya él y todos sus compañeros estaban bañados en cálida sangre, y la línea enemiga parecía no acabarse. Comenzaron a retroceder. Estaban demasiado apiñados, ya casi no podían moverse. Solo le quedaba a Ignacio estar detrás de su escudo, soportando los golpes incesantes del enemigo. Eso, y caminar hacia atrás. Los soldados detrás de él comenzaban a empujar también, pero la presión era demasiada. Ignacio sitió que estaban perdiendo.

— ¡Octavio! ¡Si vas a hacer algo hazlo pronto!— Gritó al aire, esperando que alguien además de sus compañeros lo oyera.


— ¡Presenten Pilos!— Gritó Maximiano a la distancia.

—Pre… ¡Presenten Pilos!— Gritó Lucio, asustado. No hay punto en ocultarlo, estaba aterrado, pero todo el mundo alrededor de él estaba tan nervioso por el inminente impacto de los bárbaros que no se dieron cuenta. Sus ojos negro sombra estaban sensitivos por el nerviosismo, y la cantidad de movimiento al frente no le hacía bien. Con la jabalina encima de él se quedó paralizado, incluso si ya otras centurias lanzaron las suyas. Entonces una voz cercana a Lucio, un soldado que parecía ser de alto rango, grito:

— ¡Fuego!— Paris no tuvo que terminar de decir la palabra cuando ya los pilos estaban en el aire. Paris era un soldado joven también, de 18 años, con pelo castaño descuidado que le llegaba a la espalda, piel ligeramente bronceada y ojos castaño opaco. Era incapaz de tomar un tema seriamente, pero aún así era un consejero del futuro rey Lucio.

—Lucio, ¿estás bien?— Dijo Paris sin dejar de ver hacia delante. Su voz era más seria que cualquier otra cosa, apenas tenía humor que desperdiciar ante esa marejada que se aproximada rápidamente.

—Estoy…bien— Dijo Lucio al lanzar su pilo, fallando en darle a algo. —Gracias por despertarme. —

—No soy tu esposa para despertarte todas las mañanas, así que concéntrate. —

CLAK CLAK clak clak clak.

La carga llegó a los escudos de la Alianza, creando una serie interminable de ruidos secos. Lucio estaba en la tercera línea, pero instintivamente puso su brazo rígido al oír que los ruidos se aproximaban. Ambos lados comenzaron a empujarse, y no pasó mucho tiempo antes de que la línea de combate se apretara tanto como para impedir el movimiento libre. También el ambiente se fue llenado de gritos de dolor, gritos de guerra y otras clases de ruidos que convenía no saber que eran. Todo lo que le quedaba a los Aliados era mantenerse en formación , pero luego la fila frontal fue comenzando a ser empujada atrás por la marejada de bárbaros que parecía no acabar. Un legionario frente a Lucio cayó en combate, y fue remplazado por alguien de la segunda fila. Sin mucha más opción se movió adelante. El estar ahora más cerca de la muerte le heló la sangre. No era un sentimiento placentero al combinarlo con la cantidad de gritos y ruido en el fondo. Estaba comenzando a ser afectado, y ni siquiera había entrado en combate.

Arrrgh. Otro soldado muerto frente a Lucio. Ahora estaba en la primera línea, con Paris junto a él. Levantó su escudo y se mantuvo soportando los golpes que le comenzaron a infligir. Lucio estaba casi inutilizado por el miedo, solo pudiendo aferrarse a su escudo mientras continuaban impactándolo. En un momento de valentía atacó con su espada por un pequeño hueco libre que quedaba en la apretujada formación, y juzgando por el grito que oyó, lastimó a alguien.

Se quedó ahí horas, intentando mantenerse vivo. Paris, junto a él, estaba logrando pelear de vuelta contra toda esa marea. Esto le dio valentía para intentar otra estocada, con la que provocó otra herida.

— ¿Pasando un buen rato Lucio?— Dijo en este momento Paris mientras hacía una estocada por un hueco en la formación y reclamaba otra víctima. El movimiento fue tan brusco que el cabello que estaba fuera del casco formó ondas en el aire.

Lucio no respondió, pero en vez volteó su cabeza al otro lado, respondiendo a un grito de dolor que oyó al lado de él. Todo lo que vio fue a un compañero que acaba de morir al lado de él. Aunque su puesto fue rápidamente llenado, el ver el cuerpo sin vida que ahora estaba siendo pisoteado por el avance incesante del enemigo creó un miedo en lo más profundo de su ser. Su corazón comenzó a latir más rápido y a bombear sangre a mayor velocidad, si es que era posible. ¿Estamos perdiendo? Se preguntó a sí mismo. Se preocupó aún más. Desesperado por su nueva condición soltó un grito al cielo

— ¡Octavio! ¡Apúrate!—


— ¡Presenten pilos!— gritó Maximiano a la distancia.

— ¡Presenten pilos!— respondió Nerva. Cierta sensación de satisfacción se soltó al decir esto, sabía que al fin le iba a dar a esos bárbaros su merecido. Estaba en el centro de la formación, y era su trabajo anunciarle a Octavio que cerrara la trampa cuando el momento fuera el adecuado. Iba a ser el lugar más sangriento de toda la batalla. Nerva se voltea y observa, a la distancia, a su padre montado en su caballo, comandando desde la retaguardia a toda la infantería.

Eran él y su cuadrilla quienes tenían el destino de la batalla en sus manos. Todo lo que había que hacer era levantar la bandera roja que estaba en el suelo, a 50 metros de ahí en cuanto Nerva llegara a esa posición. A Nerva le sonaba que era un disparate que los bárbaros llegaran a la bandera ese día, pero decidió seguir ese juego. Si piensan que voy a retroceder de aquí están muy equivocados. Una sonrisa se dibujó en su cara mientras el enemigo se acercaba.

— ¡Fuego!— A menos de 10 metros el pilo de Nerva cayó directamente sobre un soldado, matándolo al instante. Con su brazo izquierdo rígido y su escudo en alto espero con ansias la llegada del enemigo.

CLAK CLAK clak clak clak.

El impacto de la carga creó una serie de ruidos secos. Nerva sintió el impacto, pero su única reacción fue responderla con una estocada de su espada hacia el frente, produciendo un grito de dolor y una segunda víctima. Su estrategia era simplemente retener la línea mientras acababa uno a uno a los enemigos. Pero conforme avanzaba el tiempo la línea estaba más apretada, y ya no podía blandir más su espada. Se había quedado sin su ataque. El ambiente estaba lleno de todo tipo de ruidos, ya apenas se podía escuchar a sí mismo. Y para empeorar las cosas comenzó a dar un paso hacia atrás. Y luego otro. Y otro.

Sin muchas más opciones agarró el otro pilo que tenía guardado en su espalda e intentó impactar con algo al otro lado de la pared de su escudo pero todo lo que recibió fue un hachazo en su hombro derecho. Aunque la armadura bloqueó la mayoría del impacto, la hoja afilada la atravesó y le provocó una dolorosa herida que comenzó a manar sangre roja. El grito que Nerva soltó se disolvió entre los otros gritos que había en el ambiente. Con la poca fuerza que le quedaba en su brazo derecho le hizo pagar al agresor con su vida, pero tuvo que soltar su brazo y dejarlo descansar colgando a su lado por el dolor que le provocó el movimiento. Estaba ahora prácticamente caminando hacia atrás, y esa bandera roja estaba cada vez más cerca. Y Nerva no podía hacer nada más que mantener su brazo izquierdo rígido para resistir los golpes.

En ese momento miró hacia atrás, y encontró la bandera debajo de los pies de los soldados de la retaguardia. Era momento de dar la señal.

Tal vez los subestimé, Pensó Nerva, tragándose su orgullo. Pero no nos van a ganar. Nerva caminó hacia atrás, siendo reemplazado por sus compañeros.

— ¡Dele señor!— Dijo uno, al cual reconoció cómo Tántalo. Tántalo era un soldado de 25 años, Pelo rubio corto, ojos azules, piel blanca y capitán de Nerva, cosa que le daba la confianza del futuro rey. Los soldados al mando de Tántalo cerraron la brecha dejada por Nerva mientras corría hacia la bandera. Nerva abrió paso entre los soldados, se agachó, soltó su escudo, agarró el asta con su brazo izquierdo y cuando intentó agarrar con el brazo derecho…

Arrrgh. El solo intentar mover ese brazo le dolía. Estaba perdiendo mucha sangre. Estaba sudando frío, no estaba pensando bien. Debía levantar la bandera, todo el destino de la batalla dependía de él. Pero no podía… estaba demasiado débil. Tengo que levantarla, pensó, debo hacerlo. Estaba tirado en el suelo, nadie lo notó. No voy a morir aquí. Si no la levanto, perderemos la batalla…Millones de pensamientos cruzaban su cabeza, pero estaba perdiendo el conocimiento. Ya la primera línea estaba a punto de llegar a él.

— ¡Señor Nerva! ¡Alguien ayúdelo! ¡Cermidón, dale!— Tántalo exclamó cuando vio a Nerva perdiendo la conciencia. Cermidón salió de la vanguardia al lado de Tántalo y corrió hacia el cuerpo casi inconsciente que estaba en el suelo.

—Señor, aquí estoy. Vengo a ayudarlo. —

—Esas cucarachas…saben pelear…— Nerva contestó, soltando una sonrisa leve. —Levanta la bandera… cierra la trampa…—

Cermidón, un legionario veterano de más de 40 años de edad, levantó la bandera con sus dos brazos. Otros capitanes comenzaron a levantar las suyas, pasando la señal. Al ver que la señal fue dada, inmediatamente se agachó frente al futuro rey.

— ¿Está bien?—

— ¿tu…que crees? Llama…Doctor…—

— ¡Ayuda!— Gritó Cermidón con todas sus fuerzas. Vinieron unos legionarios a cargar a Nerva fuera del combate, mientras este consideraba en cuantas maneras distintas había subestimado al enemigo. Nerva dijo algo apenas reconocible antes de caer inconsciente.

—Octavio… Patéales el trasero…—


Se dice que ese día varias estrellas invadieron el cielo diurno y se refugiaron tras el Monte Canopo, evitando ser vistas por los míseros mortales muriendo abajo. Con curiosidad, y tal vez con sadismo, observaban la carnicería que ocurría abajo. Sus miradas de helio recién fusionado se asomaban sobre las laderas de las montañas. Por esa razón algunos soldados declararon ver un extraño resplandor proveniente de esa dirección.

El sol bajaba bajo la paciente mirada de las traviesas estrellas. El ambiente lentamente se refrescaba. Las espectadoras veían cómo ese ejército bárbaro, comisionado y e iluminado por ellas, abatía a la insolente Alianza. Parecía que al fin, después de tres siglos de paciente espera, iban a tener su deseo.

Los aliados en el valle sumaban menos de quince mil. Maximiano Melquior Aéreo ejercía el mando de la línea central, comandando a la infantería desde la retaguardia. Nerva Melquior estaba enfrente de su padre al mando de un contingente considerable. Ignacio Caspar se encontraba en media ala derecha, Lucio Baltasar en media ala izquierda. Octavio Melquior y el rey Bricio Baltasar lideraban la caballería situada en el extremo derecho de la formación, mientras que el rey Ivo Caspar lideraba la caballería en el flanco izquierdo.

La sólida línea romana parecía impenetrable, pero los bárbaros eran cinco veces más numerosos, más de cuarenta y cinco mil provenientes de todos los rincones de Europa.

Las estrellas ocultas detrás de la montaña sonríen mientras piensan en los que les costó reunir ese ejército. Sus artimañas estaban funcionando, ya que ese enorme ejército trabajaba cómo una sola unidad. Este era un esfuerzo unido para acabar con la Alianza.

Esa mañana los bárbaros cargaron contra los insolentes romanos, y comenzaron a hacerlos retroceder. Esa marejada era simplemente enorme. El centro romano se comenzaba a replegar, pero los flancos aún sobrevivían. La formación de los romanos se transformó en una luna creciente con los bárbaros en el medio.

Las estrellas observaron desconcertadas mientras unas banderas carmín se levantaban por toda la línea romana. Desde su escondite quedaron atónitas mientras el plan de los aliados se desenvolvía. Ambas divisiones de la caballería cargó contra la retaguardia bárbara, mientras el frente se encontraba completamente desordenado y ocupado. Las estrellas se percataron del plan de los romanos, y la ira de apoderó de ellas.

Otra vez los súbditos mortales habían decepcionado a las iracundas estrellas. Tan rápido huyeron al firmamento que provocaron un feroz estallido sónico que arrancó esa ladera de la montaña, más los ruidos de la batalla camuflaron la onda sobrenatural. Ningún guerrero la oyó.


Octavio estaba viendo el progreso de la batalla. Era su primera batalla y él se encontraba sin aire por todos los nervios de su próxima actuación. Ignacio y Lucio eran herederos al trono y ya habían estado en pequeñas escaramuzas, y Nerva era ya un veterano. Eso lo hacía el novato del grupo.

Él solo pudo quedarse viendo el progreso de la batalla. Todo parecía perdido. Los bárbaros estaban haciendo retroceder a los Aliados, y Octavio no podía hacer más nada que ver a lo lejos la carnicería. El nerviosismo de Octavio hizo que desapareciera el ruido del campo de batalla, todo lo que oía ahora eran sus pensamientos.

Levanten la bandera… Por favor… Pensaba Octavio. Ya vio la línea llegar a donde estaba la bandera y esta no se levantaba. Se preocupó de que algo malo le pasara a Nerva. Levántala… Nerva… vamos… Octavio se estaba desesperando, hace más de un minuto que esa bandera debió estar arriba.

Su corazón se salta un latido cuando ve la bandera levantarse, y el sudor frío que se posaba en su nuca comenzó a congelarse. Al otro lado del campo veía a los jinetes de Ivo cargar, y luego vio a los de Bricio seguirlos. Pero Octavio se quedó paralizado… ¿Qué le estaba pasando?

Orestes interrumpe el terror de Octavio. —Señor…es hora. —

Libra, bajo Octavio, relincha. Era un corcel marrón intenso, entrenado desde potrillo solamente para combate y con una sobrenatural inteligencia para un animal. Su instinto le había dicho que Octavio estaba alterado y su relincho logró regresarlo a la realidad.

—Bueno, Libra, ya que insistes…. — Le respondió Octavio al caballo, sabiendo inconscientemente de sus buenas intenciones. Miró a su pequeña ala de caballería y les dio el regalo de una sonrisa, aunque forzada. Su voz logró sacar a su división del reposo para entrar en combate.

—Es nuestro turno, gente. Enseñémosles un poco de combate Aliado. —

Octavio taloneó ligeramente a Libra, haciendo que comenzara a caminar. Al principio el caballo caminó ligeramente, pero comenzó a apresurar el paso. Toda la división de la caballería lo siguió. Al poco tiempo todos estaban galopando hacia la retaguardia enemiga. La hierba amortiguaba el impacto de las pezuñas de los caballos.

Octavio agarró su lanza, se agachó en su montura, puso en posición y galopó velozmente hasta la línea enemiga. Octavio sentía el viento impactarlo en la cara, refrescándolo mientras llegaba a su destino. El viento zumbaba en sus oídos, cómo si le intentara dar consejos en su extraño lenguaje.

Octavio apuntó su lanza hacia un enemigo que estaba frente a él, galopó a esa dirección y le atravesó el pecho con una sola estocada de su lanza.

Euforia le inunda el cuerpo. Una extraña sensación de al mismo tiempo pena y placer. Su primera víctima, el primer enemigo que su brazo logra reclamar. Mientras la adrenalina lo inunda continúa su cabalgada hacia otro oponente y esta vez le logra atravesar el cuello. La yugular emite una fuente de sangre de un color de rosas mientras la segunda víctima apenas logra ver aterrado a su verdugo.

Un tercer desafortunado recibe la ira de la lanza de Octavio, mas esta vez se rompe el arma del príncipe y esta queda cómo recordatorio en el pecho de su última víctima. En su mano un pequeño tarugo de madera era toda la evidencia que tuvo una vez una lanza. Sentía el calor de la sangre de todas sus víctimas a través de su gruesa armadura de placas.

Tal fue la injustificada euforia que sintió en ese momento que no se percató de un soldado que logra escabullirse tras él y lo agarra por la cintura para tumbarlo de Libra. Un enorme estrépito le indica que había tocado tierra.

El soldado estaba arriba. Erguía su enorme martillo. Lo ataca. Octavio rueda hacia la derecha para evadir. El enorme martillo lo falla. Octavio se levanta con velocidad. El martillo estaba trabado en el suelo. Octavio actúa por impulso. Desenvaina su gladius. Ataca a su oponente. Él suelta el martillo y evade. El príncipe no detiene sus cortes. La espada atraviesa la yugular del animal, un manantial de sangre lo felicita por su victoria y mancha todo el limpio aire de un holocausto.

¡Arrgh! Todo pasó en menos de un segundo. Octavio vio que un soldado enemigo cargaba hacia él. Por instinto agarró y lanzó uno de sus dos pilos hacia el bárbaro; sin Octavio darse cuenta. Para cuando reaccionó el bárbaro frente a él tenía un pilo enterrado en la panza, proveniente de la mano de Octavio. El impacto fue tal que lo detuvo en media carrera, cayendo y resbalándose hacia el príncipe. Terminó a unos centímetros de los pies de Octavio, boca abajo y muerto. El pilo que atravesaba su estómago estaba completamente rojo por la herida que causó.

Una sonrisa en la cara de Octavio cuando se encuentra a las consecuencias de sus actos. La formación enemiga se estaba replegando y comenzaba a huir. Sus jinetes los perseguían, y se estaba quedando solo. La orgía de destrucción que estaban cometiendo les hizo a todos olvidarse de su comandante. Jamás se había esperado que sus maestros le hubieran enseñado tan bien, en menos de un minuto llevaba a media docena de victimas. ¡Y en su primer combate!

Pero Libra, tras él, tenía una enorme herida por donde él calló, provocado por el roce de su armadura con la piel del animal. Octavio golpea a Libra para alejarlo del combate, y se resigna a pelear en tierra. Libra es inteligente, sabe que lo encontrará de vuelta en el campamento.

Con Orestes desaparecido, Octavio se encontraba solo mientras continuaba caminando hacia su presa. Total, toda una mañana a caballo ya lo había incomodado lo suficiente y quería ahora estirar las piernas en una placentera caminata carmesí.


Pero incluso desde el firmamento las estrellas observaban el desarrollo de la batalla. Vieron cómo sus súbditos bárbaros eran rodeados por una fuerza mucho menor en número, y ahora se encontraban apiñados uno encima de otro, sin poder moverse. Los bárbaros presionados por todos lados y completamente rodeados no lograron ejercer una resistencia cohesionada. Estaban prácticamente parados en posición esperando a que fuese su turno de morir.

En medio del caos encuentran al chiquillo malcriado que les arrebató la victoria. No era más que un soldado sin experiencia. Él la pagará un día, ese príncipe incauto. Nadie puede resistirse ante las órdenes de las estrellas. Nadie se puede oponer al mandato del cosmos infinito.


Octavio golpeó con su escudo a un soldado enemigo, cosa que hizo que perdiera el balance y cayera al piso, donde Octavio se agachó para enterrarle una espada al cuello. Extrajo la espada bañada en sangre roja. De pies a cabeza estaba cubierto de lodo, sudor y sangre de la madre de todos los sacrificios.

Tampoco pensó en eso cuando se levantó abruptamente para bloquear un golpe de espada enemigo con su escudo. Ese enemigo intentó otro corte hacia arriba, el cual Octavio logró bloquear con su espada. Octavio respondió con un golpe de su escudo para que el enemigo perdiera el equilibrio y terminó con la vida de su oponente con una estocada de su espada. El gemido de dolor de su oponente fue repetido cuando arrancó la espada de su pecho, derramando su sangre aún caliente.

Las horas continuaron pasando, su espada continuaba derramando sangre y cobrando víctimas, y su armadura ya estaba completamente cubierta de sudor rojo. El aire tenía un olor a sangre y a muerte. El oponente estaba siendo sistemáticamente derrotado en las laderas del Monte Canopo. Pero la batalla aún le guardaba una sorpresa.

Ahí estaba Bricio peleando con el oficial bárbaro limpio que vio en la negociación. Octavio decidió no entrometerse, creyendo que Bricio lo derrotaría sin mucho esfuerzo. Ese animal le daba malestar en el estómago, cómo si algo en él no estuviera bien. En vez de cargar contra él, Octavio comenzó a acabar con enemigos en las cercanías. Al tiempo vio cómo iba el duelo.

La infernal hacha de dos manos del bárbaro era enorme, más Bricio lograba agacharse en el momento justo para evadirla. Bricio no podía acercarse mucho por estar evadiendo, así que pensaba en una manera de penetrar esas defensas. Estaba respirando fuertemente. Sabía que el oponente frente a él iba a ser el más duro de toda la mañana, más era el líder, tenía que morir para que la batalla terminara a su favor. Pensaba en todas sus razones para pelear, su reino, su hijo, su pueblo, la civilización entera que dependía en este asesinato.

Se veía que ambos eran combatientes muy experimentados, así que los circundantes prefirieron no entrometerse. Eran ellos dos solos. Ambos demostraban que eran realmente capaces, El bárbaro con blandiendo su infernal hacha con tanto poder y tanta velocidad que lo hacía parecer innatural, y el rey aliado que lograba evadir esos cortes endemoniados. Una figura radiante y angelical con su espada y su escudo contra una visión demoníaca del fin de la civilización. Al pensar exactamente así Octavio siente que se estaba volviendo loco.

Pero en ese preciso segundo el bárbaro limpio, con su infernal hacha de dos manos, logra impactar a Bricio en la caja torácica y el poderoso rey aliado cae al suelo derrotado. El bárbaro terminó el duelo a muerte al usar su poseída hacha para impactar al rey que estaba en el suelo, acabando con su vida. Ese sonido de metal rechinando con huesos rotos y flujos de sangre casi lo hace vomitar. Le dio piel de gallina, y eso se juntó con el miedo que justo acababa de llegar.

El rey Bricio había caído en combate.

Frente a sus ojos ese bárbaro había matado al padre de su amigo. Entonces el asesino lo notó a él.

Enceguecido por la ira Octavio carga hacia el bárbaro. Pero el bárbaro soltó el arma y aplaudió con sus manos.

El silencio invadió los sentidos de Octavio. Una sensación extraña invadió sus entrañas, y fue tan abrupta que lo hizo detenerse. Todo estaba silencioso súbitamente. Intentaba encontrar que rayos había pasado, cuando notó algo raro a su alrededor. Nadie emitía ruidos porque nadie se estaba moviendo. Nadie respiraba. Todos se quedaban en la misma posición, sin mover un músculo ni emitir un sonido. Unas gotas de sangre flotaban sobre la batalla, pequeños diablitos raptando las almas de los difuntos. Todos alrededor de él, los Aliados, los bárbaros, todos…estaban congelados en el tiempo. No se movían, no respiraban, estaban en la misma posición como si estuviera viendo una pintura. Pero Octavio se movía libremente, sin sufrir de la misma condición que toda la gente alrededor. Se aproximó a un legionario y le tocó la armadura. Era real. Estaba congelado, y no parecía responder a estímulos de su parte. Entonces una voz vino de atrás de él y en un acento ligeramente forzado comenzó a hablarle.

Era el bárbaro limpio, que tampoco estaba congelado. Era un hombre de más de 40 años, musculoso, calvo, ojos negros y una voz algo ronca; pero tenía una apariencia limpia, su ropa estaba ordenada, su cara limpia de todo vello facial, y su acento, aunque algo forzado, parecía ser culto. En este momento no se notaba su higiene porque estaba bañado en sangre humana. Tenía puesta una armadura ligera de cuero, lo que le daba agilidad a cambio de protección. Su arma, sin embargo, era una infernal hacha que tenía una hoja serrada, la cual podía causa un daño enorme si se usaba correctamente, sujetada a un mango de madera resistente. Esa hacha era un rasgo atemorizante.

—Increíble el poder que las estrellas le dan a sus siervos, ¿ah?—

Octavio cambió su ira por miedo. Cualquiera en esta situación tendría miedo, peleando contra un poderoso oponente sin posibilidades de escapar. Y con esta capacidad de detener el tiempo todo empeoraba. —Q… ¿Quién eres tú?—

—Mi nombre no es importante, lo que importa es lo que vengo a decir, Octavio. — Responde seriamente. Octavio queda impactado al ver que ese bárbaro sabía su nombre, ¿de dónde sacó esa información? ¿Cómo logro hacer este hechizo este brujo? La respuesta brilló en su mente, la única explicación que existía en esa época para eventos sobrenaturales: Conspiración Demoníaca. —Así que presta atención. La caída de la Alianza se aproxima…—

Octavio salió de sus pensamientos al oír las palabras ‘caída’ y ‘Alianza’ en la misma oración. Por su mente pasan muchos sinónimos de la palabra ‘mentira.’ Se estaba comenzando a olvidar de su miedo. Su respuesta fue más impulso que cualquier otra cosa, y era predecible.

— ¡Usted está loco!—

Las estrellas me lo han mostrado, Octavio. Vi su caída, el fin del último bastión de la civilización católica brilló frente a mí, una premonición de los tiempos oscuros que se acercan. Por tu participación en esta batalla las estrellas se han enfurecido contigo, y ahora no desean más que tu destrucción sobre aquella de la alianza. No se detendrán hasta que tú y todo tu pueblo hayan sido exterminados. Contra la voluntad de los astros yo soy un simple mensajero.

— ¿Y acaso debo creer que amasaste un ejército enorme sólo para hablar conmigo? ¡Los reyes te hubieran dado una audiencia si hubieras pedido! ¡Para de mentir!—

— ¿De verdad crees eso? ¿Qué los racistas reyes Aliados me hubieran dejado hablar contigo? ¿Tu padre me hubiera dado esa audiencia?—

— ¿Cómo no seríamos racistas contra unos mandriles que invocan demonios y son capaz de estos actos maléficos?—

— Soy un druida, por si no te has percatado. Las estrellas se me aparecieron en sueños y me ordenaron organizar este ejército cuando aún tenía tu edad. Me dijeron que ese era el propósito de mi existencia, exterminar a la Alianza. Desde entonces las estrellas me guían y yo las obedezco. Pero hay una estrella en especial que me pidió que velara por ti, y que me pide que te diga que alguien te obligaría a destruir la Alianza. —

El druida no tuvo que terminar la oración antes de darse cuenta de que no debió decir eso.

— ¿Yo? ¿Destruir la Alianza? ¡¿Eso dijo?! ¿Y por qué ese espíritu cobarde no vino a decírmelo en persona? ¡Si no vas a decir la verdad entonces cállate!—

— ¿Por qué te enojas?—

—Tal vez seas poseedor de todos esos poderes de los que hablas, pero eso aún te vuelve en el que arregló toda esta masacre. Eres un mentiroso, y lo ha admitido. ¿Destrucción de La Alianza? ¿Yo traicionando a mi país? ¡Bah! Una vez que estés muerto la batalla se habrá ganado, ¡y los bárbaros no se volverán a atrever a meter una sucia pata en esta tierra! No veo donde cabe la caída de la Alianza en todo esto. Además, mataste a Bricio, y eso no te lo puedo perdonar. Tienes imaginación… ¡esa es la mejor excusa que he oído en mi vida!—

— ¡¿qué?!—

—…pero aún así tendré que acabarte. —

—Veo que no hay otra opción. — Dijo el druida, preparando su hacha. —Plan B. —

El druida corrió hacia él con su hacha levantada, pero Octavio saltó hacia un lado y evadió la embestida. El impacto provoca que el hacha quede atascada en el suelo, el bárbaro estaba inmovilizado. Un extraño cántico arcano comienza a inundarle los oídos de maleficios. El druida lo estaba embrujando. No podía moverse. Estaba paralizó. Octavio estaba asustado, no sabía si iba a poder ganarle a ese guerrero solamente él, y viendo cómo estaban el resto de las personas dudaba que tuviera otra opción. Comenzó a oír sus latidos de corazón otra vez. TocToc…TocToc…Cuando estuvo rodeado de dudas, una voz parecida a la de Ignacio habló en su cabeza. ¡Octavio! ¡Si vas a hacer algo hazlo pronto!

El hacha del druida se quedó trabada en el suelo por un segundo más que Octavio tardó en bloquear la invocación. El bárbaro entonces se movió hacia Octavio e hizo un corte horizontal. El príncipe se inclinó hacia atrás y por poco logró evadir ese corte. El druida no pudo detener el hacha después de fallar. Al ver que el contrario se había descuidado apareció otra voz en su cabeza, esta vez de Lucio. ¡Octavio! ¡Apúrate!

El príncipe intentó hacer una estocada con su espada, pero el bárbaro de espaldas le dio un codazo con su brazo derecho que le duele a Octavio. Perdió el equilibrio. Se recuperó rápido, más el enemigo para entonces estaba agachado de frente a él, esperando que Octavio hiciera el primer movimiento. Comenzaron a caminar en círculos viéndose de frente. TocToc…TocToc…TocTocTocTocTocToc. A Octavio le pareció una eternidad el tiempo que se quedó así, esperando a que algo pasara. Oyó la voz de Nerva en su cabeza, diciéndole débilmente, Octavio… Patéales el trasero…

El bárbaro bajó su infernal hacha, apuntando al escudo de Octavio con la parte opuesta del mango. El joven estaba aterrado, pero ese miedo estaba haciendo que se concentrara. Sabía que el brujo iba a hacer el primer movimiento. Sólo tenía que esperarlo.

El druida golpeó a Octavio fuertemente con el mango de su hacha, y Octavio perdió el equilibrio. Y vio, para su horror, que en el estrépito había perdido su espada, La cual estaba volando en el aire lejos de él. Su corazón seguía latiendo cada vez más fuerte. TocTocTocTocTocToc. Estaba sin arma contra un oponente mucho mejor que él. Estaba perdido. Y en ese momento oyó una última voz, la de Camila. No te atrevas a morir aún, gusano.

Se se acordó que aún tenía uno de sus dos pilos, esas jabalinas de madera con punta de metal. Su última esperanza.

El druida cargó contra Octavio y le fue a dar un hachazo horizontal. Pero él bloqueó con su escudo. El impacto logra destruir todo vestigio que quedaba de un escudo, y su armadura estaba igualmente destrozada. Carne suya se había clavado en la navaja enemiga. Sangre suya volaba por el aire.

Octavio pierde el equilibrio y cae en el piso de espaldas TocTocTocTocTocToc. El druida agarra su infernal hacha con sus dos manos, la levanta sobre su cabeza,…

…y él suelta el hacha. Con una cara extrañada ve a su estómago, el cual encuentra atravesado por un pilo. Octavio está sentado frente a él, agarrando el pilo que lo atravesó. Entonces Octavio jala con todas sus fuerzas esa jabalina, la cual sale del estómago del druida junto con un chorro de sangre caliente que le ahoga la cara y la túnica. Se levantó con el arma homicida en su brazo derecho y vio al druida con una cara de desafío. Ya no oía a su corazón latir. En vez se sintió poderoso, invencible, su pulso en las nubes y su corazón latiendo fuertemente. Había ganado.

El druida termina su maldición. —Las estrellas te aniquilarán…antes que la nieve… comience a caer…adiós…Orión. —

El druida aplaudió y el ruido de la batalla inundó el oído de Octavio. El tiempo se descongeló, y la batalla continuó. Mas se comenzó a silenciar mientras todos alrededor veían la escena que apareció frente a ellos. Un poderoso guerrero germánico, derrotado por un novato adolescente en su primera batalla y un poderoso rey aliado derrotado en combate. Octavio sitió ira otra vez viniendo hacia él.

—Vete al carajo…— Dijo Octavio al cadáver frente a él, justo antes de colapsar. Se desmayó frente a los ojos de todos, en un estrépito metálico sobre el suelo. No se despertó por una semana.

Ese momento fue suficiente para que todos los guerreros bárbaros soltaran las armas. Su líder estaba muerto, su moral destruida, sus cuerpos cansados. Ya sólo querían sobrevivir.

Se oye un grito. — ¡Roma Víctor!—

El grito fue pronto seguido de muchas repeticiones alegres de parte de los soldados Aliados. Habían ganado una batalla imposible.


Es hora que despiertes, Orión, Vengador de Terra.




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1 comentario:

  1. No se copiaron los espaciadores entre escenas, fue un error no revisar eso. Me disculpo de antemano.

    Roberto E. Zubieta

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