viernes, 12 de febrero de 2010

Capítulo 6 – El Sitio de Aldebarán

Silent enim leges inter arma. [Las leyes callan en tiempos de guerra]

Cicerón, Pro Milone

—Ella vine con nosotros— Exclaman los soldados que rodeaban a las dos chicas. Camila posa su mano en la empuñadura de su espada. Maya, aterrada, se acurruca junto a su protectora. La noche y las estrellas pendientes a la tragedia que iba a ocurrir.

Octavio se acerca a Camila de parte de los soldados que su padre había enviado. —Ellos vienen a llevarse a Maya a Aer—

Pero Camila responde al desenvainar y apuntarle a Octavio al cuello con Cástor.

Octavio desenvaina y rápidamente evade el contraataque de Camila. Ella arremete contra el general con zarpazos de sus espadas e ira incontenible.

— ¡Ahora!— Exclama Octavio tras evadir un corte, y los soldados agarran a la chiquilla y la arrastran hacia las sombras.

Camila se voltea, ignora a Octavio y corre a su rescate. Octavio aprovecha ese descuido. Le hace una zancadilla. Ella tropieza y cae. Ella come frío lodo. Observa cómo por segunda vez le arrancan a Maya de entre sus brazos, ella desaparece entre las sombras mientras que la quimera se quedaba humillada en el lodo. Sólo que esta vez, es Octavio, aquel traidor que ella había protegido por tantos años. Aquel sucio animal que le arrancaba a su hija y la dejaba sola.

Y es entonces cuando ella se percata del engaño del que fue víctima.

Se levanta del suelo y corre a rescatar a Maya.

—Prometiste quedarte a mi lado en todo momento, Camila, y te ordeno no ir a ningún lado— Dice Octavio con una sonrisa — Regresa a dormir y olvida este incidente— Y le da la espalda y desaparece entre las sombras.

Camila se encontraba sola, en un pequeño capullo de aire rodeado de negros pétalos de oscuridad. Estaba sola, abandonada, traicionada y olvidada. Su esperanza se desvanecía. Se arrodilla por la impotencia. Y…

Tal rugido de ira ahoga esa noche que media legión se despierta aterrada. Y un espectral silencio le siguió, mientras ni siquiera los grillos se atrevían a romperlo.


 

—Esto es una pesadilla diplomática— Comenta el caballero. —La situación no puede posiblemente empeorar—

Bajo la inmensa tormenta de esa noche dos figuras se posaban en una banca anónima del parque del palacio de Aer. Los truenos iluminaban el nublado cielo, pero la lluvia acobardada se rehusaba a caer.

La princesa había huido aquella noche de sus criadas porque sus oídos no estaban listos aún para oír el reporte que ella sabía Paris le iba a dar. La Alianza estaba ahora cómo el clima: el otoño arrasaba con la vegetación y un crudo invierno se aproximaba.

Trueno.

— ¿Qué sucedió con la expedición al pasaje del este?— Pregunta fríamente la princesa.

Paris suspira. —Fue un truco del rey Maximiano, Terra jamás tuvo aliados fuera de la Alianza. Fue una maniobra para obligar al rey Caspar y a su hijo Ignacio a sacar sus tropas de sus tierras y dejar a Nerva solo. Se utilizó a sí mismo cómo carnada y mintió acerca de las intenciones de nuestro oponente—

Elena se queda callada y no sabe cómo reaccionar. — ¿Qué quería mi padre?—

Paris callado se queda.

Elena insiste.

Paris la ignora.

Elena lo observa con tal frialdad que lo comenzó a congelar.

Paris cede. —La Reliquia que Flamma ocultaba en Betelgeuse—

Trueno.

Elena deja de observar a su acompañante y en silencio comienza a reflexionar. La Alianza se encontraba al borde de una conflagración, su padre parecía estar incitando a una guerra civil. Romano contra Romano. Cristiano Contra Cristiano. Hermanos contra hermanos, padres contra hijos, vecinos contra vecinos.

—Lo Impensable— comenta ella.

Así se nombraba a la incitación de conflictos civiles. La pena era algo peor que la muerte, peor que la transformación en estrella: Lapidación y posteriormente destrucción de toda memoria de la existencia del perpetrador. Su nombre será borrado de las actas, su propiedad decomisada por el estado, la mención de su nombre se volverá delito. Eventualmente será cómo si nunca hubiera existido.

Damnatio Memoriae.

Trueno.

—La situación empeora, linda— Comenta el caballero. —El rey Caspar reclama la devolución de la reliquia a cualquier costo. Él se sabe que el príncipe Nerva la tiene en Aldebarán—

Elena se encuentra en su banca paralizada, su mirada miel fijada hasta el horizonte. Su larga trenza reposaba sobre la fría blancura de la banca. Elena estaba desconcertada y anonadada, y por primera vez parecía requerir verdadera ayuda.

Y Paris, cómo buen caballero, decide dar el paso. —Usted es muy hermosa, ¿Sabe mi señora?—

Cuando Elena sonríe Paris piensa que ella se sentía halagada por el comentario, cuando ella verdaderamente se acordaba de la asquerosa celda en la que aún reside la última persona que le hizo un comentario parecido. Paris aún no conocía hasta donde era capaz de llegar la princesa por tal irrespeto.

—Cuidado, Paris—

Y mientras la princesa se retira dentro de la oscuridad el caballero se percata que esa es la primera vez que la princesa lo llamaba por su nombre.

Trueno.


 

Y haz visto, Octavio, cómo la situación empeoraba mientras tú te ocultabas con tus soldaditos. Esas horribles semanas de Octubre dieron paso al gélido viento de Noviembre. Pero el calor de una conflagración era lo que se sentía esa temporada en Ciudad Aer. Melquior y Caspar apostaban cada vez más en su juego de atrevimiento. La ciudad vivía en el terror absoluto por la venidera guerra civil.

Yo, Andrómeda, fui testigo de aquella pelea que comenzó a corroer los cimientos de la misma Alianza.

La oscuridad se cierne a todo nuestro alrededor. La tensión ha aumentado hasta el borde de la detonación. Mientras el fuego se aproxima un crudo inverno por el horizonte se asoma y la demencia somete nuestra cordura. Esa misma cordura se mece cómo una pequeña araña colgando de su tela en un inmenso mar de oscuras tinieblas, esperando ser devorada por las bestias que ahí habitan, la agarro yo, me la meto en la boca y succiono todas sus deliciosas entrañas. Saboreo su lenta desesperación.

La misma desesperación que Camila siente ahora mismo, incluso tras la cual ella se rehúsa a abandonarte en esa obscuridad que tú mismo te estás construyendo. Que gatita más leal.

Todos a tu alrededor contenían el aliento y esperaban la resolución de tal conflicto. Todos, con mucha razón, temían lo peor.


 

El mensajero cruzó el campamento de la Séptima Legión. Cómo un alma perdida se veía, sus vestimentas rasgadas, su armadura destruida, su piel embarrada en lodo. Con un bastón de madera ceniza se arrastraba a penas de pie entre las toldas y los soldados escandalizados.

Octavio se encontraba practicando esgrima contra el poderoso sátiro Ajax en ese momento. El sombrío heraldo camina hacia el legato, lo saluda con las pocas fuerzas que le quedan y le entrega el mensaje.

Cumplida su misión cae muerto.

Y Octavio quería acompañarlo, porque el horroroso mensaje minaba su poca cordura restante.

— ¡Ensamblen a todos los soldados de inmediato!— Comanda el joven general. Cómo si se necesitaran más explicaciones que el terror que en su cara se posaba.

En minutos toda la legión se había formado a su alrededor.

—Me acaba de llegar un mensaje de parte de mi hermano, el heredero al trono de Aer— Exclama Octavio a sus leales tropas —Este es su propio anillo, hecho de una brillante esmeralda, que él me entregó a través de este mensajero para demostrar su identidad—

Levanta en la palma de su mano el anillo de esmeralda, emblema del heredero de Aer. Inmediatamente todos los legionarios reaccionan ante el peso de ese resplandor y se arrodillan para mostrar sus respetos.

— ¡Este anillo sin lugar a dudas muestra que el mensaje es real e igualmente urgente!— Octavio inhala y prepara la bomba —Flamma está sitiando Aldebarán, y mi hermano, el príncipe heredero, está atrapado adentro—

Los indisciplinados soldados adolescentes no pueden reprimir los murmullos de pavor que por toda la formación comienzan a surgir, pero rápidamente se callan mientras el general continúa su reporte.

—Eso hace una semana— Octavio sentencia — La Quinta Legión, liderada por el traicionero príncipe Ignacio Caspar, aún no ha agarrado el coraje para atacar los muros de la fortaleza. Mas a este paso eso no será necesario, porque al Primer Manípulo de la Cuarta Legión, atrapados adentro, se les están acabando los suministros y es un par de días más se verán obligados a rendirse—

Murmullos nuevamente.

—La situación es desesperada. Sólo un tercio de la Cuarta Legión está en Aldebarán, el Primer Manípulo. El resto, cómo saben, están esparcidos por toda la frontera. La Cuarta Legión está demasiado fraccionada para luchar contra la Quinta. Aer se encuentra demasiado lejos, a tres días más de viaje que nosotros, por lo que la Primera Legión no podrá socorrerlos—

Murmullos nuevamente.

—No hay opción. Tenemos que intervenir. ¡Levanten sus toldas, porque vamos a Aldebarán!—

Una voz entre la multitud interrumpe el monólogo. — ¿Y qué planeas hacer ante esta situación, gusano? ¿Llevar más corderos al matadero?—

Camila camina hacia él, la leona encadenada, la quimera enjaulada. Su ira y su preocupación calentaba el aire a su alrededor. Una llama resplandecía encima de su armadura, y los legionarios se alejaban para no incinerarse.

Ella no iba a dejar que los romanos se mataran entre ellos. Ella no iba a dejar que sus hijos adoptivos se estrangularan mutuamente. Ella no iba a permitir que Octavio inicie la destrucción de toda la civilización.

— ¿Y cuál es tu plan, amazona?—

—Apelar al tercer rey, Lucio Baltasar—

— ¿Y mi hermano, mientras tanto?—

— Dejarlo— Dice ella con tranquilidad —Él se lo buscó—

— ¿Estás sugiriendo que abandone a mi hermano a los lobos por un capricho tuyo? ¿Qué clase de estúpido crees que soy?—

Camila sube camina hasta un lado de Octavio cuando sus guardaespaldas la interceptan. Con ira ella los mira y ellos aterrados la dejan pasar. Camila se encontraba ahora junto al general.

El general estaba harto de las insurrecciones de la quimera, cosa que él ya no puede tolerar. Minaba su fama de hombre romano. Tenía que neutralizar esta amenaza. De una vez y por todas.

— ¿Puedo hablar contigo a solas, Camila?— pregunta Octavio con empalagosa y falsa caballerosidad.

Camila se acerca al general. No iba a permitir que él cometa el pecado de atacar a sus propios amigos. Es preferible no hacer nada que fomentar una guerra civil.

Ambos se dirigen en silencio a la tolda de comando, seguidos de Orestes. Entran y encuentran a la tolda llena de oficiales que diligentemente cumplían sus tareas. Pero con una mirada iracunda ellos los ahuyentan a todos, y en segundos la tolda estaba vacía. Orestes se queda afuera, en la puerta.

Camila sabe que tendrá que ganarle a Octavio en campo igual para obligar a su capitulación. No iba a dejar que ese cabeza dura le ganara en un argumento. Esto era por honor, ego si se quiere, pero no lo iba a dejar ganarle.

Octavio leyó el pensamiento, y concordó. A Camila había que ganarle en igual terreno. Sin Trampas. Sin espectadores. Sin atajos.

Sin remordimientos.


 

Aldebarán.

La fortaleza impenetrable de Aer.

En el centro de las tierras de la Alianza se encontraba. El río Estigio, que separaba a Flamma de Unda, bajaba desde el noroeste y chocaba con el río Erídano, que separaba a Aer de Unda y venía del Noreste, justo al norte del Pasaje Del Este, y luego correteaba al mar hacia el sur. Este caudaloso rio separaba a Flamma de Aer, y el principal puente entre ambas potencias era custodiado por Aldebarán.

La fortaleza se posaba sobre un enorme domo de roca, el cadáver de una supernova muerta hace milenios. En la cima se posaba el castillo de un diseño cuadrado. En el muro opuesto a la entrada se encontraba una puerta de metal que llevaba a la ciudadela, otro cuadrado de muros de piedra maciza que rodeaba la Torre del Homenaje, una alta espira que pinchaba el cielo. Desde la entrada hasta el suelo bajaba una rampa en espiral que pasaba junto a todos los muros y dejaba a los atacantes completamente vulnerables. En la base de la rampa se encontraba un muro que cerraba el acceso y funcionaba cómo primera línea de defensa.

En la terraza al tope de la Torre se encontraba acostado Nerva, con la espalda en uno de los muros y tomando un merecido descanso de su interminable vela. Esa noche las estrellas traicioneras deslumbraban con su luz. Pero las ignora por el cansancio de tal lucha en la que se ve envuelto.

Sus hombres estaban cansados, hambrientos y desesperados. Esa trinidad causaba demencia en muchos de sus soldados, y ellos estaban al borde de una crisis nerviosa. Quizás fue esa misma desesperación que causa ese resplandor rojizo que lo despierta esa noche.

Vio con horror cómo la esfera de fuego incandescente desciende desde una catapulta en el muro inferior y cae sobre la formación enemiga. La formación enemiga entra en pánico y huye del golpe.

Él no había dado la orden de comenzar el ataque. Alguien había sellado el destino de la batalla. Alguien había transgredido sus órdenes y había disparado primero al enemigo.

Alguien había cometido lo Impensable por desesperación.


 

Sólo cuando Octavio estaba seguro que ellos estaban solos entonces habla. — ¿Acaso sigues enojada por perder a Maya?—

La leona peleaba contra su jaula.

—Maya con esto nada tiene que ver, gusano. ¿Acaso estás tan desesperado por ver a tu nación arder?—

— ¿Y por qué a ti te debería importar?—

—Porque, igual que Maya, ustedes son mis hijos y no quiero verlos morir- —

—…Estás enferma—

La leona pelea con su jaula.

— ¡Me quitaron a Maya para justificar su pequeña guerra, para que les sirviera de testigo y para decir que ustedes no comenzaron!—

La leona peleaba con su jaula.

— ¿Te atreves a desafiarme, cómo prometiste no hacerlo cuando te contraté para este trabajo?—

El error de Camila vuelve para morderla en el tobillo cómo una serpiente. No debió aceptar tal trato con Octavio para entrar a su guardia personal y atacar junto con él al bosque Maldito de Andrómeda. No debió dejarlo raptar a Maya, no debió continuar a su lado, no debió aceptar ese trato. Es la segunda vez que Octavio la ahorca con ese contrato.

Su honor de mujer no la dejaría romper esa única promesa. Era ahora someterse o huir.

Octavio sonríe, había ganado.

Pero la leona continuaba peleando con su encierro. Rugía ferozmente. Ansiaba la libertad. Ya la podía sentir, ya estaba cerca. Los barrotes de la jaula estaban cediendo. Decide pelear, intentar una última vez hacer entrar en razón a aquel gusano que quería destruir a toda la Alianza.

—Está bien Octavio, ¿Qué quieres en verdad?—

—Eso no tiene que ver-—

— ¡Por supuesto que tiene todo que ver, Octavio! ¡El rey Melquior todo lo que quiere es poder! ¡Antares es una simple excusa para atacar Flamma! ¿No lo has notado?—

La leona destruye un barrote.

—No hables de mi rey de esa manera—

Los barrotes de la jaula cedían ante la iracunda arremetida de su rehén.

— ¡Pues esto es locura! ¡Atacar a una nación que ha sido aliada por tres siglos por un malentendido!—

— ¡Ellos comenzaron este malentendido!—

El acero de la jaula se retorcía.

— ¡Pues es tu deber, cómo fiel ciudadano de tu insípida Roma, de detener esto!—

— ¡¿Cómo así insípida?!—

— ¡Porque han estado muertos desde hace siglos, y ustedes se niegan a aceptar la verdad!—

— ¡Mientras nosotros existamos Roma vivirá, zorra!—

Camila pierde el control. El fuego zafiro de sus ojos se enciende ante la nueva humillación. Flexiona los músculos de su brazo derecho, agarra sus fuerzas… no, no iba a caer en ese truco. No, no le dará una bofetada, ella es demasiado superior para esa muestra de debilidad emocional.

Camila le sonríe a Octavio. La jaula había cedido. La leona era libre.

Camila desata toda su ira en un poderoso golpe a la mejilla de Octavio. Ella le impacta cómo un martillo de guerra, toda la energía de su cuerpo es liberada en sus nudillos. La fuerza del impacto es tal que Octavio pierde el equilibrio y se estrepita al suelo.

Él escupe un gargajo de sangre.

Octavio estaba en el suelo derrotado por un solo golpe. Pero comienza a sonreír. Carcajadas demenciales. Se levanta en medio de la locura y la observa con su mirada de azufre incandescente, recién importada del mismo infierno.


 

Nerva sin pensarlo entra a la torre. Frenéticamente despierta a sus guardias. Ellos corren despavoridos por los pasillos. Soldados y Soldados corrían por todos lados, y muchos de ellos ya comenzaban a gritar. La desesperación consumía toda civilización.

Nerva baja y se choca con sus hombres que despavoridos corrían por todas direcciones. Aún bajaba por las interminables escaleras cuando ve un brillo carmín que se asoma por las ventanillas.

Nerva apenas logra reaccionar. — ¡Agáchense!—

Un enorme proyectil enemigo impacta la Torre de Homenaje, y el golpe arremete como un inmenso terremoto en su interior. Todos los legionarios estaban agachados y aterrados. Silencio. Gritos a la distancia.

Por la ventanilla pasa otra inmensa roca inmolada, brillando cómo una estrella bajo la oscuridad de la opaca noche.


 

Camila se aterra ante esa nueva mirada de Octavio. Ella da un paso atrás. Octavio la estaba viendo, sonriendo, como un caníbal que la iba a devorar. Sus ojos estaban iluminados con una extraña llama de azufre maligna que estaban ocultas en sus irises. Camila estaba aterrorizada.

Octavio apaga su demoníaca mascara. —Tienes diez segundos para largarte de mí campamento—

— ¿Octavio?—

—Nueve…—

— ¡Octavio respóndeme!—

—Ocho…—

Camila recupera su compostura. Su expresión de terror desaparece y es prontamente reemplazada por desafío. Mira con odio a los ojos de Octavio y prontamente le da la espalda. Sale de la carpa. Su cara se comienza a sonrojar, sus ojos se sentían húmedos. No quería continuar aquí. Se iba del campamento.

Camila pasa en medio de los curiosos legionarios que rodearon la carpa. Ellos no sabían lo que había pasado, Orestes no los había dejado ver la pelea. Pero la gritería la oyeron claramente. Todos se apartaron aterrados de la Amazona enardecida y la dejaron pasar.

Octavio no se movió de su posición. Una extraña tristeza lo cubre, se comienza sentir enterrado vivo debajo de la tierra negra de la culpabilidad. Un enterrador le sonríe, dos metros sobre él, mientras que con su pala continúa sepultándolo. Cada segundo era una nueva palada y una sonrisa del malvado enterrador. Pero no puede hacer nada, fue él mismo quien se tropezó dentro de ese hueco, quien ahora negó a la única persona que ha estado con él desde siempre. Él mismo es su propio enterrador, el que se sonríe a sí mismo mientras se lanza paladas de arena de culpa.

Octavio siente que un extraño peso se posa sobre su diafragma. Le impedía respirar. Pero lo ignora, porque Camila regresaría en dos días besándole los pies pidiéndole perdón. Ella no podrá sobrevivir sin él, ella se dará cuenta de lo vacía que es su vida sin Octavio en ella… ¿Verdad?

—Mi señor, la señora Camila se va del campamento— Comenta Orestes entrando de vuelta a la tolda.

—Vete, déjame solo—

—Pero, mi señor—

La mirada fulminante de azufre incandescente sacó sin chistar a Orestes.

Una vez solo, Octavio dice unas palabras en honor a su situación, sin saber la irónica certeza de la verdad de cruza sus labios en ese momento.

—Estoy cavando mi propia tumba—


 

Y por orgullo se sentencia tu destino. El último chance de cambiar aquellos eventos que terminarán con tu destrucción. Pudiste haberle hecho caso a Camila, evitar escalar la crisis. Pudiste negarte a ayudar después de que ella se fue. Pudiste hacerle caso a su idea, obligar a Lucio a actuar y acabar con toda esta conflagración.

Pero por tu orgullo tomaste la peor decisión posible. Y por lamerte tus heridas causadas por esa traición precipitaste tu decisión y te tiraste de cabeza al abismo.

Y a tu cuello atado se encontraba el destino de la Alianza…


 

Elena esperaba a Paris en la sala de espera frente a la sala del trono. Paris había entrado a confrontar al rey de su parte. Elena se preocupa, sabe que el rey Melquior es capaz de matarlo en el acto. Cualquier intento de insurrección contra él no sería tolerado. Su pulso aumenta mientras ella aguarda el juicio del Trono de Esmeralda. ¿Para qué aguardar? Ya sabe que el rey Melquior, su padre, no cedería jamás ante un plebeyo, no importa cuán valeroso sea o con que intenciones venga.

El rey Melquior jamás aceptará una amenaza del embajador de Unda de cesar y desistir, menos aun siendo el embajador un plebeyo.

—Debiste saber mejor que haberlo dejado hacer eso— Comenta una sombra cerca de Elena. Ella se asusta, pero rápidamente recobra su mirada estoica mientras la voz continúa saliendo de la sombra. —Tu padre no tolerará que Lucio intervenga en sus ambiciones—

— ¿Cómo te enteraste?—

—El viento me lo dijo— Contesta la sombra. —No sólo no permitirá su intervención, sino que tu amigo tendrá suerte de siquiera salir con vida—

Elena no responde.

—Un plebeyo confrontando al rey. No importa cuánto confíes en ese plebeyo él jamás hará que el rey recapacite de su ruta. ¿Estás dispuesta a desaprovechar la única oportunidad que tienes para evadir el desastre?—

La princesa continúa neciamente en su tren de pensamiento. Sabe que Celeno quería su bien, pero no le creía sus razonamientos. —Una princesa no debe enfrentarse a un rey—

— ¿Tanto miedo le tienes a tu padre?—

Elena se queda callada.

La puerta se abre de golpe. El caballero Paris sale cabizbajo de la sala del trono, la expresión de su cara decía más de los palabras jamás podrían.

Paris intenta buscar las palabras correctas. —Tenías razón, él es un cabeza dura— Él suspira —No me escuchó ninguna palabra después de hacer la petición. Me dejó quedarme en el ala de huéspedes, pero bajo guarnición, y mañana me tengo que ir a primera hora. Tal vez para siempre—

A Elena no le gustó esa frase. — ¿Quién se cree mi padre para expulsar a un embajador?—

Las pupilas miel de la gélida princesa se movían por todas direcciones, buscaban una salida para el laberinto. No podría confrontar a su padre. Paris, su mejor aliado, partiría de su lado. Celeno burlándose de su ingenuidad en una esquina. Guerra civil al borde de detonar.

El cascarón de hielo se resquebrajaba.

Paris por instinto interviene en la inmensa duda de la princesa. —Todo saldrá bien— Contesta él con una falsa sonrisa. —Confía en mí, esto no ha acabado aún—

Mientras Paris subía a las escaleras a su prisión-en-disfraz, Elena sentía que un enorme peso se posaba sobre su pecho. Pero en el fondo creía que él podría sacarla de este embrollo. Él era su caballero de reluciente armadura después de todo. Ese era su trabajo.

Y no lo logró. Le falló. Debía saber mejor que dejar que la servidumbre enfrentar las peleas que solo un patriarca puede luchar. El rey no iba a ser derrotado por un sencillo plebeyo. Elena agarra todo el coraje que puede encontrar.

Ella misma debía enfrentarse a su propio padre.


 

Enormes piedras, bañadas en fuego, caen sobre Aldebarán. El fuego se comienza a extender sobre toda la mole de piedra. Los aldeanos, en desesperación, comienzan a intentar sofocar las llamas, sin éxito. El pueblo de Aldebarán estaba en llamas. Estruendos inundaban el aire de ruidos, el castillo estaba agonizando. Hasta las mismas piedras parecían llorar en su caída, los silbidos que lanzaban asemejaban a los de las personas que aplastaban.

La Torre de Homenaje continuaba sufriendo impactos de las catapultas. Nerva, desde su posición en el segundo muro, podía ver cómo se resquebrajaba.

El muro inferior estaba ligeramente guarnecido con arqueros y legionarios. Tántalo estaba sobre la puerta, una extraña sonrisa en su cara. Una marejada de soldados romanos carga contra el muro inferior.

— ¡No tengan piedad, pues ellos no mostrarán ninguna!— Tántalo les exclama a sus tropas, — ¡Ellos ya no son nuestros hermanos, castíguenlos por su atrevimiento!—

Una enorme roca en llamas impacta en una sección cercana a Tántalo. El muro bajo el impacto simplemente colapsa bajo el peso de la roca. Un enorme hueco aparece en el muro, suficientemente grande para que cupiera el ejército enemigo por él.

— ¡Retirada!— Tántalo ordena, su corazón deteniéndose un segundo. Habían perdido el muro inferior sin siquiera combatir. No tenían más remedio que replegarse. Bajo la oscura noche y la luz del fuego Tántalo y sus hombres huyen por la rampa hasta entrar en el círculo del pueblo, donde encuentran una tormenta de fuego en pleno apogeo.

Nerva se encontraba en ese momento en el muro que estaba sobre la loma de acceso. Con terror mira cómo su muro inferior fue penetrado sin el combate siquiera haber comenzado. Observa cómo las tropas del muro se retiraban vergonzosamente hacia el segundo muro sin haber cobrado víctimas.

Una estampida humana arremete a través del muro derribado. Legionarios romanos traidores. Nerva recibe un pequeño golpe de culpa antes de contraatacar por primera vez.

— ¡Fuego!—

Los arqueros dudan.

— ¡Fuego!— Grita Nerva Los arqueros se despiertan y sueltan una ponzoñosa lluvia sobre las líneas enemigas. Legionarios enemigos caen derribados al suelo. Las filas enemigas reemplazan inmediatamente los legionarios caídos. Los arqueros agarran una segunda flecha de su carcaj y la enganchan en sus armas.

— ¡Fuego!— Grita Nerva por tercera vez. Los punzones vuelan por el aire y se clavan en la piel de sus oponentes. Los legionarios enemigos se comienzan a agrupar. Sus escudos se posicionan en la formación testudo.

— ¡Fuego a discreción!— Ordena Nerva, pero ya era demasiado tarde. Los soldados enemigos estaban en la formación. Las muertes enemigas se comenzaron a reducir.

Nerva observa un ariete subiendo por la rampa espiral.

El ruido de la batalla era ensordecedor, las muertes a su alrededor numerosas. Un pequeño escuadrón de arqueros enemigo apunta y dispara a su posición. Nerva se cubre con su escudo de madera, con su brazo derecho lanza con todas sus fuerzas un pilo hasta uno de los perpetradores. Ese arquero cae al suelo al su cuerpo ser atravesado por una sola pieza de madera.

La segunda puerta, que encerraba al pueblo de Aldebarán, estaba ya rodeada de escaleras. Nerva inmediatamente se apresura a esa posición del muro, en el camino viendo toda la magnitud de la destrucción causada por Flamma desde arriba. El pueblo, detrás del muro, estaba completamente en llamas, Los muros estaban saturados con cuerpos de soldados de Aer que murieron en combate.

Nerva llega a la muro sobre la puerta. En ese preciso instante un traidor sube por el muro a su izquierda. Nerva no titubea en cortarle la garganta. El cuerpo sin vida cae sobre la escalera y sobre sus compañeros, tumbándolos a todos al piso. Nerva aprovecha para tumbar la escalera.

Debajo de él aparece un ruido que sobresale de todos los demás. La puerta de madera estaba siendo atacada por el ariete. Observa cómo sus soldados les lanzaban aceite a los enemigos.

Pero no fue suficiente. El ariete enemigo rompe la puerta. Un enorme grito se oye por debajo del muro, mientras los traidores de Flamma comienzan a atravesar la puerta de madera destruida. Los traidores inundaron el pueblo de Aldebarán. Los civiles en el camino eran lentamente exterminados.

— ¡Retirada a la ciudadela!— Exclama Nerva, — ¡A la ciudadela!—

Una estampida de Aer se mueve por encima de los muros del imponente Aldebarán, Todos los defensores restantes corriendo a la ciudadela. Las bajas de Aer aún no eran substanciales, pero ya estaban arrinconados en la última pared defensiva. Si esa última puerta caía nada detendría al enemigo, 3 veces más numeroso, en masacrarlos a todos. Detrás de Nerva, en la torre central de la fortaleza, estaban todos los civiles del pueblo, miles de personas, incluyendo mujeres y niños, quienes seguramente perecerían si ellos eran derrotados esa noche.

Esa eran las reglas del combate antiguo. El perdedor era exterminado.

En el claustro cerrado los arqueros sobrevivientes lanzaban las flechas que les quedaban en sus carcajes. Las puertas se cierran justo cuando antes que lleguen los impíos. Los soldados que se quedaron afuera no tuvieron la mínima oportunidad. Nerva observa cómo sus soldados eran asesinados a través de los barrotes de la puerta, sin poderlos ayudar. Unos momentos después un enorme golpe impacta la última puerta. Llega el ariete. Una última olla de aceite es derramada sobre los oponentes para freírlos en sus armaduras. Nerva se monta sobre su caballo Capricornio que lo esperaba en la Torre. Junto a él se posiciona su leal oficial Tántalo. Juntos habían organizado todos los legionarios que sobreviven en una formación frente a la puerta. Había ahí 400, otros 50 peleando en los muros, y otros cincuenta faltantes, muertos lo más probable.

— ¡No carguen hasta que yo lo comande!— Ordena Nerva, mientras la puerta frente a él se comenzaba a quebrar. — ¡Presenten Pilos!—

Todos los legionarios envainan sus espadas y con su brazo derecho levantan las jabalinas de madera. Con sus escudos en sus brazos derechos se preparaban a bloquear los proyectiles enemigos. Los pocos legionarios que quedaban en los muros mantenían a raya las escaleras enemigas, pero su fuerza se acababa.

Unas campanas suenan en lo más alto de la fortaleza.

DING-DONG-DING-DONG-DING-DONG

Un grito se oye sobre el caos que rodea a Nerva y a Tántalo. Proviene del vigía del campanario, el que Nerva había confiado con su última esperanza. — ¡Son ellos! ¡La Séptima Legión!— Exclama el vigía, — ¡El general Octavio viene a ayudar!—

Nerva sonríe — ¡Hermanos! ¡La Séptima Legión ha llegado! ¡Es hora de cambiar el curso de esta batalla!—

En eso se termina de romper la puerta de la ciudadela, y una jauría de traidores cargan contra la formación de Nerva.

—Calmen…— Nerva exclama, los soldados a su lado se preocupan. Los soldados enemigos se acercan más.

—Calmen…— Nerva exclama, los soldados a su lado se asustan. Los soldados enemigos se acercan más.

— ¡Fuego!— Cómo una enorme manticora humana los defensores lanzan sus pilos reclamando las primeras víctimas de ésta carga. Los legionarios de Aer desenvainan sus espadas y cargan contra la jauría enemiga, dispuestos para morir defendiendo a su patria.


 

Octavio Melquior cargaba a toda velocidad por la infinita llanura de Aer. Su larga espada de caballería en su mano derecha. Su pentagonal escudo de madera en la mano izquierda. La bandera de Aer seguía erguida triunfante sobre el castillo. Aún no había caído. Detrás de él estaba toda su caballería, doscientos jinetes de primera categoría. El aire retumbaba sobre sus oídos. Su capa rojo sangre vertical en la llanura.

El tiempo se detenía lentamente. Iba más rápido. Pero la batalla seguía alejándose. Los caballos galopaban en una sinfonía de cascos. La alta hierba le llegaba a los talones.

El sol amanecía a su espalda.

Octavio desenvaina su espada. La levanta en el aire. Todos tras él hacen lo mismo. Carga contra las catapultas. Todos los operadores habían muerto en tres segundos.

Octavio ni se detiene. Continúa su carga. Arremete contra la retaguardia del ejército de Flamma.

Su espada degüella a un soldado enemigo. Con un segundo movimiento acaba con la vida de un sorprendido traidor. Con otro movimiento más de su espada bloquea una lanza, y contraataca para acabar con otra vida más.

Orestes estaba a la derecha de su señor. Su lanza atravesaba las líneas enemigas, penetrando armaduras de cualquiera que se interpusiera en su camino. El mango de su arma estaba empapado en líquido rojo, pero esta no se había saciado aún. Embiste contra un soldado que intentaba acercarse a su señor, penetra con su lanza el costado de ese traidor, y este cae al suelo a desangrarse.

La caballería atraviesa la retaguardia y comienza a distorsionar el centro de la formación enemiga. Se comienzan a dispersar por todas direcciones. Octavio y Orestes cabalgan a toda velocidad por la rampa en espiral, seguidos de un pequeño contingente de jinetes. Acababan con todo Flammano a su paso.

Pasan muchos minutos antes que la infantería de la séptima legión cargue finalmente contra la retaguardia de Flamma. Las bajas de Flamma comienzan a aumentar. La batalla agarraba un segundo frente. La Infantería de los traidores se reagrupaba para contrarrestar a la infantería de Aer que venía a reforzar al castillo.

La infantería de la Séptima Legión choca contra la Infantería de la Quinta Legión momentos después.

Cleopas Ralla realiza una estocada contra un oponente. Un corte de un oponente a su izquierda es bloqueado por su escudo. Cleopas reacciona y con su espada le penetra el estómago. Le arranca la espada y con ella bloquea otro golpe que se le aproximaba.

Yocasta no sabía qué hacer. Ellos eran romanos, ella no tenía ira contra ellos. Sin su enojo alimentando su espada, esta no podía moverse. Con su escudo bloqueaba los ataques contrarios, pero no podía contraatacar. El miedo la comenzaba a inundar

Alphaeus tarda en llegar. A una buena distancia ataca con su lanza, acabando con enemigos uno a la vez.

Naevius, sobre su corcel, cortaba la línea frontal enemiga con su espada. Los soldados caían ante su juicio, su espada goteando líquido al suelo.

Primero no duda un segundo antes de atacar con su espada. Con un corte amputa el brazo de un traidor. Con otro corte amputa el cuello. Con un tercer corte bloquea una lanza, pero la lanza enemiga se rompe ante el ataque.

La Quinta Legión fue tomada de sorpresa y comenzaba a quebrarse.


 

—No debiste entrar aquí, hija—

El imponente rey Melquior observaba a su hermosa ciudad a través del enorme ventanal de su sala de trono. Detrás de él brillaba silenciosamente el opulento Trono de Esmeralda. Sus brazos estaban cruzados y su expresión infranqueable.

Hasta se había tomado la molestia de sacar a toda la servidumbre de la sala, en preparación para el duelo contra su propia hija.

Elena da la primera estocada. — ¿Acaso es esto lo que significa ser rey?—

— ¿Acaso no has aprendido nada de todo lo que te he enseñado? Jamás le delegues a nadie tus peleas, ¡Eres una princesa! ¡Si vas a oponerte a mí dímelo en la cara y no mandes a la servidumbre declararme la guerra!—

La princesa duda. — No te he declarado la guerra- —

Maximiano interrumpe iracundo. Abofetea a la princesa y ella cae al suelo. —Segunda cosa que te he dicho siempre. Jamás me mientas. ¿A quién habrás salido tan ponzoñosa y traicionera? Debió ser a tu madre—

Elena no se levanta del suelo aterrada. El rey se agacha y la tiende la mano para ayudarla a recobrarse. Ella ignora la petición.

—Levántate, eres un patriarca y la ciudad necesita de tu valor, ahora más que nunca. Ese mismo valor que mostrarte cuando te opusiste a mí— Cambia el tono de su voz para tranquilizarla —Te prometo que todo saldrá bien—

La princesa acepta la mano del rey y se levanta del suelo. Su caparazón congelado estaba ahora quebrado y su poder estaba disminuyendo. Intenta congelar a su padre con la mirada, pero en vez de su mirada salen cálidas lágrimas.

—Necesito de tu ayuda— Pregunta el rey — ¿Me acompañas?—

La princesa se rinde y acepta.

Pero en su interior aún se posaba una última esperanza.


 

Octavio percibe con horror el estado del pueblo de Aldebarán. Las llamas habían consumido todo. Aún ardían, sus llamas y su humo llegaban hasta el carmín amanecer. El calor era sofocante y las cenizas obstruían la vista. Pero a Octavio no le importa nada más. Lidera su caballería hasta la retaguardia enemiga a través de las infernales llamas. La caballería aérea choca contra la retaguardia enemiga. Ellos sorprendidos no pueden reaccionar. El pequeño grupo de unidades de Octavio estaba distorsionando el avance de la Quinta Legión. Y su general se percata.

Ignacio y su guardia atacan a la caballería de Octavio. Mientras Octavio relama víctimas una sombra aparee por su flanco y la invoca.

— ¡Ignacio Caspar!— Exclama Octavio a su mejor amigo. — ¡Ven y pelea cómo hombre!—

Ignacio, en medio del incendio, instantáneamente reconoce esa voz. — ¡Octavio! ¡Cómo te dignas a mostrarme tu cara!— Ignacio cabalga hasta las cercanías de Octavio, y con su corcel se detiene justo al frente de su amigo.

— ¡No seas tan hipócrita, Ignacio, si tu comenzaste esto!—

— ¡Esos fueron ustedes, traidores a Roma!—

— ¡¿Y este ataque que significa?!—

Con ese argumento Ignacio se percata que el destino los ha separado a ellos dos. Levanta su lanza y suelta un suspiro de remordimiento. —Esto es por la Alianza. ¡En guardia!—

Una casa junto a ellos colapsa por el fuego, y el humo lleva su cadáver hacia el firmamento, hacia la curiosa estrella que esa mañana en el cielo se colaba.

Con un solo grito de dolor Ignacio carga con su lanza contra Octavio. Octavio sólo tiene tiempo para dar un paso con Libra y de bloquear el ataque con su escudo. Las cenizas en el piso se levantan con esta evasión. La lanza de Ignacio queda destrozada por el impacto. Ni Ignacio ni Octavio se detienen, y ambos giran sus corceles para la segunda ronda.

Octavio y su caballo Libra. Ignacio y su corcel Aries. El fuego a su alrededor. Las sofocantes cenizas.

Ignacio suelta su lanza destrozada. Desenvaina su espada. Ignacio carga contra Octavio. Lo agarra por sorpresa otra vez. Para responder, Octavio cabalga hacia un lado y justo cuando Ignacio pasa intenta cortarle la espalda con su espada. Pero la armadura de Ignacio es impenetrable, ese golpe rebota limpiamente. Solo parte de su capa anaranjada queda rebanada por el impacto.

Octavio e Ignacio ambos escapan de las hojas del otro por segunda vez consecutiva. Ambos cabalgan hacia direcciones opuestas. Ambos dan la vuelta. Octavio cabalga a toda velocidad hacia Ignacio. Ignacio cabalga a toda velocidad hacia Octavio.


 

— ¡Reténganlos un rato más!— Exclama Nerva.

En medio de la ciudadela la batalla era brutal. La línea de combate de los Aéreos estaba siendo empujada atrás. Los traidores estaban rodeados justo afuera de la puerta, no podían avanzar. En tan claustrofóbica situación los legionarios de Flamma descubrieron que sus números superiores eran ahora una desventaja.

Nerva se encontraba ahora en la retaguardia. Veía la batalla desde su caballo Capricornio. Frente a él encontraba que sus hombres estaban siendo empujados dentro del patio. En los muros veía que sus arqueros estaban sin flechas ya y se encontraban igualmente presenciando la pelea cómo espectadores en un Coliseo Antiguo.

Los traidores estancados en la puerta de entrada inundaban la formación de los defensores. Cada soldado de Aer muerto era reemplazado por uno de Flama que forzaba a sus antiguos aliados a replegarse cada vez más. Ahora eran más Flammanos que Aéreos dentro de la ciudadela.

Nerva pierde el control de la batalla. Ordena la retirada. Con su caballo apunta a la entrada de su residencia de su torre y galopa sobre ellas.

Tántalo lo sigue hasta la entrada donde se voltea y abandona a su señor. — ¡Aquí los retendré, señor!— Dice él. — ¡Usted huya!—

Nerva asiente mientras Tántalo y unos pocos hombres retienen la entrada. Una estampida de Aliados corren a su alrededor. Los defensores juntan sus escudos. Tántalo ordena avanzar. Su pequeña cuadrilla se mueve en formación hacia la carga enemiga.

Sus aliados continuaban su huida dentro de la torre. Tántalo estoca y retiene a sus oponentes, los soldados a su alrededor peleaban hasta la muerte.

Pero Tántalo no observa al jinete que se escabulle detrás de él y le golpea en la nuca con su escudo. Tántalo no soporta el golpe y cae al suelo inconsciente. Sus soldados son prontamente exterminados.

Nerva apunta con Capricornio hacia la Torre y cabalga dentro de ella. No le importa arruinar la madera con los cascos del animal. En cada esquina de la torre observaba a civiles aterrados quienes cobija habían pedido dentro. Casi mil no combatientes buscaban donde ocultarse mientras el oponente continuaba avanzando.

Llega a una pequeña docena de sus legionarios, formados en un amplio pasillo que se encontraba en la entrada al piso superior. Se forma tras ellos. Civiles y soldados corrían por todas direcciones.

Llegan los naranjas Flammanos. Nerva ordena una carga justo cuando pasan por el portal. Los legionarios impiden la entrada con sus escudos y arremeten al oponente con sus espadas. Nerva cabalga a Capricornio y carga contra un oponente y lo decapita con su espatha.

Un oponente lo ataca con un pilo y lo recibe en su brazo derecho. La pequeña punta atraviesa su brazo hasta el otro lado. Sangre mana. Agarra la jabalina con su otra mano y la arranca. Piel suya queda enganchada y es removida entre las placas de metal perforadas. El dolor era insoportable.

Con su escudo bloquea otro golpe e intenta retirarse. Otro pilo vuela por el aire y Capricornio lo recibe. El animal cae al suelo agonizando. Nerva salta a tiempo para evitar ser malherido.

Ordena a sus soldados que se formen a su alrededor. La media docena de romanos camina lentamente hacia las escaleras en espiral.

Blanden sus espadas en la torre en espiral que formaba el tope de la Torre de Homenaje. Nerva se mantiene en segunda fila e intenta blandir su espada a un oponente ante una oportunidad. No puede. El dolor retiene su fuerza.

Llegan a la azotea. Solo quedaban Nerva y dos soldados. Los Flammanos los atacan. Nerva pierde su espada en el combate, pero la reemplaza por un gladius de un oponente caído. Sus compañeros estaban muertos.

Una segunda ola. Nerva valientemente los retiene. Inmenso dolor le ahoga el perforado brazo derecho. Ningún enemigo se acerca lo suficiente. Todos mueren ante su espada nueva. Una tercera ola. Más muertos a su alrededor.

— ¡No me atraparán con vida!— Exclama él con desafío — ¿Me escuchan traidores Flammanos? ¡Jamás lo lograrán!—

Pero en ese momento la misma torre tiembla y Nerva se llevar por el terror absoluto.


 

Los mismos errores que en el pasado. Las mismas expresiones de dolor al matar a tus propios hermanos. ¿No sientes esa hermosa sensación que se atora en tu diafragma y te comienza a corroer lentamente los intestinos? Sería cómo tomar ácido hirviendo. Tus entrañas se cocinan y se corroen, sólo cuando ya estás condenado es cuando ves a aquella substancia desbordarse por tu boca, mezclándose con tu sangre. Te cocina y te cauteriza. Hasta suena apetitosa esa receta para la agonía.

Los mismos errores que en el pasado. Las mismas expresiones de dolor al matar a tus propios hermanos. ¿Acaso no crees, Octavio, que la ironía es sencillamente sublime?

Tres hermanos en disputa.

Una princesa incapaz de afrontar a su propio padre.

Un general incapaz de aceptar un error.

¡La Alianza acaba exactamente igual a cómo comenzó!


 

Octavio e Ignacio ambos cortan con sus espadas. Las espadas de ambos se interceptan. Ignacio reacciona más rápido y con un movimiento de su muñeca logra cortar con su espada la mano de Octavio. Octavio soporta el dolor y continúa cabalgando fuera del alcance de Ignacio. La incandescente luz del fuego era reflejada por el metal que ambos cargaban.

—Esto no tiene que acabar así, Octavio—

Octavio oye un estruendo. Al otro lado del muro una enorme nube de polvo sube alrededor La Torre de Homenaje. La Torre tiembla y lo impensable ocurre. Una bola enorme de humo se expande a la mitad se su altura y se traga la parte superior de la torre, la nube cae y regurgita los escombros sobre la base de la estructura. Lo que queda de la parte superior se inclina y comienza a caer sobre el muro. Escombros llovían sobre los desafortunados. La torre choca contra el muro, en donde se encontraba la puerta a la ciudadela. Una nube de polvo engulle la vanguardia de Flamma. La nube engulle a Octavio y a Ignacio. Ruido infernal. El polvo se asienta y se mezcla con las cenizas. Las llamas continuaban meneándose sobre el cadáver de Aldebarán. El insoportable ruido desaparece.

La Torre de Homenaje desaparece.

Los escombros se tragan a cientos de personas.

El fuego persistía.

Octavio estaba paralizado. Boquiabierto. Era todo un sueño, no era real. La última bandera de Aer de Aldebarán no había sido devorada por ese derrumbe. Su hermano aún debía estar vivo. Aldebarán no había sido aniquilado.

Todas mentiras.

Octavio observa que su mano derecha estaba sangrando. Su propia sangre manchaba su espada.

Ignacio se aterroriza cuando Octavio carga hacia él. Octavio realiza una estocada hacia Ignacio en el momento justo. La gruesa armadura de Ignacio rebota el ataque. Ignacio corta por encima del brazo de Octavio. Octavio Evade el corte. Los dos caballos se detienen y ambos generales blanden sus espadas sobre el otro.

Otro corte horizontal de Octavio. La gruesa armadura del Flammano se burla del inútil ataque. Octavio comienza a defenderse. Busca una manera de atravesar la armadura de su amigo. La platinada coraza era casi impenetrable.

Ignacio toma la ofensiva con una andanada de feroces golpes que fuerzan a Octavio a cubrirse tras su escudo de madera. Su antiguo amigo no le otorgaba misericordia. El escudo de Octavio se quebraba. Era ahora cuestión de tiempo antes de perder. Buscaba una abertura de la armadura enemiga. Era su única esperanza. Ordena a Libra a cabalgar hacia atrás. Esperaba la mínima oportunidad para ganar esta batalla. Un corte brutal astilla su escudo. Se queda sin opciones.

Ignacio levanta su espatha y Octavio encuentra su posible salvación. Un pequeño agujero en la axila de la armadura, el único punto vulnerable de toda la coraza. Tenía que atacar ese pequeño punto, demasiado pequeño para su espatha.

Le lanza su destruido escudo a Ignacio. Él se cubre. Octavio desenvaina un pequeño puñal de su cinturón y se prepara para tomar un último riesgo. Ataca a su oponente desde arriba y él bloquea con su espada. Levanta el brazo. El Aéreo taconea al caballo y se acerca más a Ignacio, y antes de que él se dé cuenta le entierra el puñal por el orificio en la axila.

Libra no se detiene. El príncipe arranca el puñal de debajo del brazo de su oponente. Ignacio intenta recobrarse, pero se percata que ha perdido la movilidad de su brazo derecho. Sangraba por la axila. Tal es el dolor que suelta su espatha.

Esta es la oportunidad de Octavio y la toma. Cabalga hacia su presa. Corta a todo su alrededor, y la espesa armadura del exhausto heredero evitaba toda ataque. Ahora Octavio ataca a la cabeza y obliga a su ponente a bloquear el golpe o morir. Ignacio sube su escudo y Octavio le clava el puñal una segunda vez, ahora en la axila izquierda. Talonea a Libra y cabalga lejos de su oponente. Le arranca el cuchillo una segunda vez.

Cegado por el dolor Ignacio cae al suelo derrotado. Desde arriba de Aries la caída fue demasiado larga.

Octavio se baja de su caballo y le apunta su espada al cuello. —No te muevas—

Los soldados de Flamma, desmoralizados ante la arremetida sorpresiva de la séptima legión pierden toda cohesión. Ignacio estaba en el suelo y no podía reagrupar el ejército. Sin líder, los soldados comienzan a correr a través del campo, escapando de la matanza.

Octavio observa con horror que la nube de polvo que sobre Aldebarán yacía se comenzaba a dispersar, y La Torre de Homenaje no estaba.

Ignacio se intenta levantar.

—Si te mueves mueres— Octavio apunta a sus heridas. —Si no te tratamos morirás desangrado. ¿Es eso lo que quieres?—

A Ignacio se le borra la sonrisa mientras su conciencia se desvanecía en el lecho del letargo. Una sola palabra abandona la boca del general, que aunque baja, Octavio la logra escuchar.

—Traidor—

Octavio siente una pesa posarse en su diafragma.


 

Paris se encontraba acostado en su cama esperando su eventual exilio. Los minutos parecen horas y las horas eternidades. El tiempo era ahora irrelevante y el sol oculto tras las opacas nubes parece no percatarse de la caída de la noche.

¿O aún era mediodía?

Su letargo se interrumpe por alguien que toca la puerta de madera de su habitación. Una de las sirvientas de la princesa entra y le sonríe, le pone una bandeja de comida de prisionero en una de las mesas de su habitación, y saca un papel de su vestido, el cual pone en medio del rancio biscocho.

La sirvienta se va y Paris bebe de las palabras que la princesa le deja. Por un rato nada lo sorprende de la carta hasta que encuentra el nuevo plan de la princesa.

— ¿¡…huir y convencer a Baltasar!?— Exclama él — ¡¿Acaso está usted loca?!—


 

Ignacio se comienza a despertar. No solo se acordaba de haber perdido la conciencia después de impactar el suelo, tras caer de su caballo. Pero la realidad lo golpea. Había perdido contra los traidores. Se levanta de la litera. Estaba en una opulenta tolda. Debía ser de un oficial importante.

—Despertaste, bello durmiente— Contesta una demoníaca voz. Ignacio no reconoce la voz hasta que observa una figura sentada en una sombra, con sus poderosos ojos azufre incandescente punzándolo cómo flechas al rojo vivo. —Espero hayas dormido bien—

Ignacio reconoce la silueta. Vagamente. Era Octavio, pero tan deformado por la ira que hasta su voz se oía distinta. Sus ojos brillaban en la obscuridad, como si fueran saetas de fuego que estuvieran a punto de incinerarlo. Su cara estaba oculta en una sombra. Su tono emanaba irritación profunda.

—Bienvenido a mi tolda, — Dice el general Octavio, —Espero la hayas disfrutado—

—Linda- —

Octavio odiaba ser interrumpido. —¡Cállate y no me interrumpas! ¿Cómo puedes dormir tan plácidamente después de haber causado toda esta destrucción, pendejo? ¿Tienes idea de lo que tu transgresión causó?—

Ignacio se asusta tanto al ver la explosión de su amigo que no pudo responder a esa interrogante.

Octavio se levanta de tu silla y en ese momento Ignacio nota la extensión de la ira de Octavio. Estaba sonriendo, una sonrisa que resaltaba con las lágrimas en sus ojos. Su cara estaba roja, sus ojos manchados de rojo. Esa sonrisa parecía la de la muerte misma.

— ¡La Torre de Homenaje colapsó gracias a tus catapultas! ¡Todo el pueblo de Aldebarán que dentro se encontraba ha muerto! ¡Miles de personas, incluyendo soldados tuyos! ¡Y lo peor de todo encontré el cadáver deformado de mi hermano! ¡Nerva ha muerto de manera atroz por tu estupidez!—

— ¡Ellos nos atacaron primero, tuvimos que defendernos!—

—Pero la muerte de todos ellos no será en vano. No, no lo será— Dice Octavio con demoníaca dulzura — ¡Verás a Flamma arder ante tus propios ojos!—

Octavio había perdido la cabeza. ¿Quería atacar Flamma? ¡Suicidio!

—No lo intentes, Octavio— Dice Ignacio, — ¡Sólo traerás tu propia destrucción!—

Octavio lo ignora y sale de la carpa. Las consecuencias de sus acciones futuras no le importaban, porque, total ya estaba muriendo.

Tose y escupe un gargajo de sangre.


 

Tántalo rasga el aire con un grito de insoportable dolor.

— ¿Ya despertaste?— Pregunta la dulce voz de la enfermera. Cuando Tántalo la ve se logra calmar. Sabe que se encuentra vivo. Sabe que esa horrible pesadilla que tuvo no podía ser real. Observa su cuerpo y se percata que se encontraba bien. Estaba lleno de cortadas y moretones pero eso se curaba. Se encontraba bien.

—Tuviste usted suerte de sobrevivir— Dice la enfermera—Alguien allá arriba te quiere mucho—

— ¿Ganamos?—

La enfermera le sonríe. —Aer ganó, pero perdimos demasiada gente—

— ¿Y el señor Nerva?—

La enfermera borra su sonrisa. —La Torre de Homenaje colapsó a la mitad de la batalla. Apenas hace una hora encontramos el cadáver del señor Nerva Melquior. El general Octavio apenas pudo reconocerlo de lo desfigurado que se encontraba—

Tántalo salta de su cama y se enfrenta a la enfermera. — ¿Cuántos muertos?—

La enfermera jamás le contestó. Sólo le apuntó afuera, donde se encontraba una inmensa pila de cuerpos desfigurados que habían rescatado de los escombros. Miles de Aéreos, civiles y Flammanos cuyos cadáveres deformados decoraban con sus grotescas sonrisas el campamento. Los legionarios Aéreos, aterrados, se alejaban de los sonrientes espectros y de sus órbitas oculares desbordadas.

—Oh Dios mío—


 

Y esto es solo el comienzo. Se me pone la piel de gallina de pensar en toda la sangre que será derramada.

Capítulo 5 – La Batalla por Obsidiana

"A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos. Hasta el momento las ciencias, cada una orientada en su propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas..."

H. P. Lovecraft "La llamada de Cthulhu"


 

— ¿Ahora vas a la guerra?— Le pregunta Camila al regresar su casa. Octavio se sorprende de la dulce preocupación en su voz. Su mirada de fuego azufre estaba apagada, y un susurro silencioso era todo lo que salía de su nívea garganta.

Octavio la ignora y continúa avanzando por el patio. Lentamente llegaba a las escaleras cuando Camila se enciende y encolerizada le llama la atención

— ¡No me ignores, gusano, y dime dónde será la invasión!—

Octavio no quiere tener que revivir esa horrible sesión del consejo. Hordas enemigas se aproximaban nuevamente por el Pasaje del Este, mientras un enemigo inesperado los atacaba por dentro. Y la horrorosa misión encomendada a él, la misión que abrirá nuevamente todas las heridas que con el tiempo ellos dos han sanado.

—Andrómeda— Expulsa él con horror. —Las Tercera y Séptima Legión atacaremos juntos Andrómeda—

Camila se paraliza de terror. Retrocede un paso. Su fiera mirada se apaga. Inhala.

Octavio comienza a caminar de vuelta a su habitación mientras ignoraba el pavor que manaba del vínculo. Mentira, sencillamente estaba huyendo de la realidad a la que se enfrentaba.

—Te acompañaré— Susurra Camila probando su enorme coraje. —Te ayudaré a ti y a tu legión a rescatar a Maya—

Octavio se detiene y la reprende. — ¡No lo harás!—

—Yo a ti no te hago caso—

Nada de odio. Nada de rencor. Nada era lo que detectaba Octavio por el vínculo. Solo temor brutalmente reprimido. Camila con calma hablaba, con suavidad pero determinación. El terror puro no era para ella un obstáculo. Estaba segura de que iría, y el general se percataba de que no la iba a disuadir de su decisión.

—Serás una mercenaria en mi guarda personal, estarás bajo mis órdenes directas y te mantendrás siempre junto a mí— Dice Octavio, más no termina sin una requerida amenaza. —Si desafías cualquier orden mía te ordenaré azotar en público—

Sin emociones Camila acepta el pago a Octavio.

Octavio no podía dejar de notar el cambio en Camila. Una extraña paciencia y amarga dulzura ocultaba un tempestuoso mar de flamas y terror que se arremolinaban por todo su pecho. Una explosión al borde de detonar. Un grito de dolor al borde de la opaca desesperanza. La última pizca de su cordura al borde de ser partida en dos.

Su preciada posesión se estaba silenciosamente obsesionando con una miserable campesina.

— ¿Cuál es tu historia con ella?— Pregunta Octavio preocupado ante el contraste de la personalidad de su compañera. — ¿Por qué tan empeñada en salvar tan asquerosa persona?—

Camila con paciencia le responde. —Ya ha sufrido demasiado, merece algo de paz—

—Le das falsas esperanzas a una chiquilla que nada en su vida ha tenido— Octavio sabe que Camila se guía por emoción, no por lógica. Tal vez Maya despertó el oculto lado maternal de la amazona, o tal vez ella busca una discípula para que sus espadas no se pierdan. O tal vez busca aceptación en un mundo que no se la puede otorgar.

Esa mujer es demasiado necia. Se aparta de ella para no discutir más.


 

— ¿Qué sucederá ahora?—

La gélida princesa de Aer le pregunta a su caballero esa noche. Ella se encontraba vestida en un traje rosado, con un lazo rosado en su cabeza, y su diadema brillaba contra la luz de las traicioneras estrellas.

En este pasillo, bajo la habitación de la princesa, era donde siempre se reunían para compartir información. Paris y la princesa habían entrado en una rutina desde que ella lo contrató nuevamente. Después de cada sesión del consejo él iba a reportarse con la señorita y daba su reporte.

Las tres criadas, con sus trajes blancos con franjas rojas y pequeñas boinas carmín, siempre la acompañaban. La caprichosa princesa no quería estar sola con el plebeyo, se rehusaba a darle falsas ideas o esperanzas.

Paris se mostraba arrogante y altivo ante la fría princesa, que apenas toleraba tal insubordinación. —Los tres reyes, sus majestades Melquior, Caspar y Baltazar han decidido atacar juntos esta nueva amenaza, lindura—

— ¿Legiones?—

—Su majestad Melquior movilizará toda la primera legión bajo su comando, su majestad Caspar está llegando con la segunda legión, mientras que su hijo el príncipe Ignacio lidera la quinta legión justo detrás. Estas tres legiones se movilizarán hasta el Pasaje del Este a atacar a las hordas de Terra que por ahí se aproximan. Su majestad Baltazar lidera la tercera legión y el príncipe Octavio lo seguirá con la séptima legión para atacar Andrómeda. Yo y mi hermano menor seremos asignados temporalmente a la tercera legión y pelearemos bajo el rey Baltasar—

— ¿Y la cuarta y la sexta legiones?—

—El príncipe Nerva y la cuarta legión se quedarán dónde están ahora, en Aldebarán, y servirán de guarnición para el resto de Aer y Flamma. La sexta legión no tiene líder- —

Las criadas de Elena, hiperactivas cómo siempre, interrumpen el reporte del caballero. —¿Por qué una legión entera se quedaría sin líder?— pregunta una.

Elena le pasa una fría mirada de desaprobación a la joven.

Es otra criada la que contesta aquella pregunta. —El rey Baltasar esta demasiado solito y no tiene a nadie a quien nombrar, no le queda nada de familia—

— ¡Pobrecito!— Exclama una tercera criada.

Paris decide ignorar ese comentario, sentía que insultaba a su rey tal piedad. —He oído cosas muy feas de esa diosa que esos paganos adoran, Cibeles se llama. ¿Sabes algo más de ella?—

—Poco— Miente Elena, mientras en su mente repasa lo que sabe de la orgiástica deidad frigia y su hijo-amante que moría y resucitaba gracias a tal ninfomanía. Los romanos por un tiempo la adoptaron hasta que escandalizados huyeron hacia otro dios, el de los judíos. Tal vez esta guerra era su venganza.

Paris rompe la concentración de la princesa. —Partiré junto con mi rey a luchar en Andrómeda, no estaré aquí en una o dos semanas. ¿Llorarás en mi ausencia, lindura?—

La princesa apenas toleraba tal falta de respeto. —Cuidado— Dice ella con frialdad.

Paris hace una venia y desaparece entre las sombras del castillo.

Elena se deslizaba sobre las piedras del castillo y con suavidad caminaba a su torre. Sus leales criadas la acompañan. Toda la política de la Alianza se le había complicado con estas nuevas revelaciones.

Por primera vez en meses los reyes Melquior y Caspar cooperan para un objetivo y amasan sus legiones reales a detener una invasión que los exploradores de Aer detectaron que vendría del Pasaje del Este. Se envía una legión como refuerzo, la Quinta de Ignacio.

Octavio y Lucio atacarán juntos al asentamiento que Terra tiene dentro de la Alianza, dentro del bosque maldito de Andrómeda. Los romanos suponen que ahí es donde se encuentra el líder, con una fuerza de más o menos cinco mil hombres, guarnecidos en la ruinas del bosque. Octavio y Lucio están en una fuerte desventaja por no conocer el terreno y la séptima legión es aún demasiado novata para ser efectiva. El peso del combate recaerá en la experimentada tercera legión del rey de Unda.

Las cuarta y sexta legión están esparcidas por toda la alianza cómo guarnición. Nerva y un manípulo entero de la cuarta legión están estacionados en Aldebarán, en el centro de la Alianza, por cualquier inconveniente que suceda.

Además, Nerva servirá de incentivo a ambos reyes para cooperar. Si algo le sucede a Maximiano entonces Nerva podrá fácilmente atacar Flamma, y si él se mueve contra Flamma entonces Ivo e Ignacio pueden fácilmente capturar a Maximiano.

No hay manera que algo salga mal.


 

Si en la tierra hubiera un lugar parecido al infierno ese sería Andrómeda.

El único lugar donde las legiones no ejercían su voluntad se encontraba al noroeste de Aer. En los mapas no aparecía cómo más que una inmunda mancha de sangre. Era una podrida amalgama de hongos tan altos cómo góticas catedrales, que tapaban con sus cadavéricos capullos toda luz del sol. Sus tallos fosforescentes emitían una malsana luz pálida que permitían ver la asquerosa tierra negra. Llamas de fuego fatuo flotaban por el viciado aire. Estas pequeñas chispas mística luz viajaban entre los tallos, y cualquiera que las persiguiera estaba condenado a perderse eternamente entre los capullos de aquella pudrición.

Desde kilómetros se veía la fosforescencia del bosque durante la noche, y en cada amanecer aparecían cadáveres de ganado y personas descuartizadas en las proximidades. Monstruosas huellas los rodeaban. En la noche se escuchaban extraños gemidos, aullidos y cánticos.

La séptima legión marchaba esa mañana por la carretera central que atravesaba el maldito bosque. Una ruta hecha de piedra negra volcánica, con runas gravadas en los ladrillos. En la Alianza no había volcanes, y las runas no estaban en latín, griego o arameo. Provenían de los primeros habitantes de estas tierras, mucho antes de los romanos o los bárbaros. Provenía de mucho antes de la era del hombre.

Fuego Fatuo brillaba por todos lados. Miles de pequeños orbes de luz incandescente flotaban alrededor del ejército en movimiento. Pequeños espíritus intentando guiar a los incautos a su perdición en las oscuras profundidades del bosque maldito. Esas luces y los tallos fosforescentes eran todo lo que alumbraba la oscuridad total.

Los dos comandantes y sus guardias estaban cada uno en un extremo de la larga fila de legionarios. Octavio en la retaguardia, Lucio en la vanguardia. Junto a Octavio se encontraba una pequeña guardia del general, entre la que destacaba Camila, una mercenaria contratada por el general en persona.

Las dos legiones serpenteaban por el curvo camino negro de Andrómeda, bajo la sombra de los pálidos capullos blancos de los monstruosos hongos del bosque maldito. Cinco mil soldados aliados que se preparaban para atacar las puertas del mismo infierno.

Entre las sombras de la putrefacción los soldados escuchaban los aullidos y gemidos de sus oponentes, que lentamente esperaban al enemigo que hacia sus puertas avanzaba. Aullidos ferales y carcajadas aparecían entre la oscuridad del bosque.

Los tallos se esparcían. Dorada luz comenzaba a aparecer. Muros derruidos de bloques de fría piedra caliza aparecen quebrados entre los tallos. Torres de piedra que eones eternos habían desgastado y que ahora parecían asimilados por Andrómeda. Una enorme ciudad abandonada antes del comienzo de la humanidad. Ruinas inmensas que fertilizaron el bosque maldito por la eternidad.

Pero las vastas ruinas eran un pequeño detalle ante la inmensa estatua en el centro de la ciudad devastada. La monstruosa estatua de la pagana Cibeles se levantaba cientos de metros sobre las antiguas ruinas. Se mostraba cubierta en una estola romana y una capucha, sobre su cabeza una enorme corona de murallas. Sus brazos extendidos a cada lado, y su cara observaba al sol morir. En las palmas de sus manos cargaba unos pequeños fortines, igualmente en su corona.

La inmensa estatua era una fortaleza impenetrable.

Había sido tallada de una montaña entera que antes existía ahí. Tallada por caprichosas estrellas en tiempos sin memoria.

Los soldados detiene su imperativa marcha y anonadados de terror puro ante la macabra estatua. No podían creer el tamaño, las proporciones. Estaban paralizados de asombro y de pavor. Estaban congelados de miedo y de desconcierto. Algunos tropiezan y caen encima de sus compañeros. Pero su mirada no apartaba del satánico monumento.

El rey Baltasar, a la vanguardia, no detiene su marcha, y observa a sus legionarios veteranos hacer el ridículo cómo niños pequeños. Regresa y junto a su corcel negro Ofiuco los observa a todos tras su cerrada visera. Los centuriones se estremecen e inmediatamente ordenan una marcha forzada para calmar los ánimos. Cuando las primeras líneas comenzaron a moverse los soldados menos experimentados comenzaron a sentirse con suficiente coraje para levantarse y caminar.

Pero después de los veteranos de la Tercera Legión llegan los novatos de la Séptima. Estos chiquillos quedan boquiabiertos ante tal muestra de poder. Sólo continúan caminado porque no se atrevían a detenerse.

Finalmente llegan Octavio y su guardia en la retaguardia. Octavio se impacta, pero no se detiene. Igual Camila. Total ya habían visto esto antes, cuando eran niños, y entonces casi se mueren de un ataque cardíaco.

Las legiones avanzan hasta rodear la ciclópea estatua. La estatua en vez de pies contenía un cono que se reducía hasta llegar a las rodillas, en la base de ese cono estaba una muralla en la que consistía el primer nivel de defensa, esa muralla tenía detrás la entrada hacia la enorme estatua-fortaleza, colmena de estos paganos.

Y en algún lugar oculta se encontraba Maya.

Las ruinas se erigían siniestras en un herbazal circular en el centro del Bosque Negro de Andrómeda. Su gloria había desaparecido mucho antes, para la era de los humanos ya no eran más que unos ladrillos apilados unos encima de otros, con los hongos circundantes asfixiando lentamente las pocas estructuras en pie que quedaban. Los solitarios ladrillos contaban la historia de esta privilegiada civilización en el silencio de su cemento gris, las voces de sus habitantes desaparecidas hace eones. Un cementerio sin lápidas y sin epitafios.

—Yo me encargaré de esta puerta— Comenta Lucio a su antiguo amigo. —Octavio, rodea al oponente y ataca la puerta posterior—

Atravesar las horrorosas ruinas le tardó a la séptima legión más de una hora. Con sus arietes y torres viajaban por las antiguas avenidas, el color rojo de la legión parecía sangre corriendo a través de los ductos que formaban las huecas avenidas.

Octavio se posiciona frente a sus tropas.

Una bandera al lado opuesto demuestra la confirmación de Lucio. Sus tropas arremeten contra los muros de la negra fortaleza a los pies de la antigua deidad. Octavio desenvaina sobre su caballo, levanta su brazo al cielo y baja su espada hasta su presa.

— ¡Es hora de demostrarles a estos paganos el verdadero poder del único y verdadero Dios! ¡Es hora de destruir a Terra de una vez y por todas!—

La Séptima legión se moviliza contra el monumento.

Él suelta un grito sangriento que el resto de la legión imita. Un sonido retumbante indica que las legiones comienzan a marchar a través de las ruinas de Andrómeda. Las centurias cerraban el cerco alrededor de la fortaleza. Octavio, junto al leal Orestes y a la impredecible Camila, cabalgaba lentamente en frente de la marejada de metal. Junto a él un ariete con veinte hombres que se dirigía a la puerta. Octavio y su guardia se quedan en posición mientras sus soldados lentamente avanzan.

No mucho tuvo que pasar hasta que comenzó a ver flechas enemigas lloviendo cerca de él. Venían de los muros frontales y de alto en el cielo. Las que provenían de los fortines en los brazos de la estatua comenzaban a atravesar carne romana. Tal altura les daba una inconcebible velocidad.

— ¡Formación testudo!— Exclama Octavio. Inmediatamente la organización del ejército romano salió a relucir. Cornetas sonaros y tambores repicaron, y los soldados acataron la orden que las señas acababan de otorgar. Los soldados detienen su marcha y se comienzan a acercar en una formación más comprimida. La línea frontal de cada grupo de 20 personas junta todos sus escudos a altura del pecho. El resto de los soldados levantan sus escudos en aire, uniéndolos para formar un techo contra los misiles enemigos. Comienzan a avanzar de vuelta. Ahora eran invulnerables a las flechas. El cerco se reducía mientras los soldados se acercaban.

La lluvia de flechas caía sobre los romanos, pero las fatalidades eran bajas gracias a su entrenamiento. Los legionarios no mostraban ninguna emoción mientras lentamente avanzaban hacia los muros.

Tras una tensa caminata el ariete se posa sobre la puerta. El ariete era un tronco de madera con unas agarraderas, desde donde se sostenía y se le hacía chocar contra la puerta. El sonido retumbante de madera golpeando contra madera serpentea a través de las olas de los atacantes.

Mientras el ariete golpea la puerta un líquido caliente se vierte sobre él. Un olor a fritura inunda el aire y los gritos de un soldado desafortunado quien recibió el líquido de lleno.

— ¡Aceite Hirviendo!— Exclama uno que se salva. Soldados frescos reemplazan a los heridos y continúan golpeando la puerta de madera. Ese soldado poco después recibe una piedra en la cabeza, gracias a uno de los muchos defensores que se rehusaban a dejar que los sacaran a patadas.

Escaleras comienzan a posarse sobre los muros y soldados romanos empiezan a subir por ellas. Los defensores bárbaros intentan tumbarlas, algunas escaleras caen al suelo con legionarios impactando el piso con todo el peso de la gravedad. Los arqueros enemigos se concentran en los que comienzan a subir viendo que sus escudos no los podían proteger. En la puerta se continuaba friendo a los que intentaban manejar el ariete.

Una enorme mole de madera con ruedas se dirige lentamente hacia al muro. Tenía una altura de casi cinco metros. Su cobertura de cuero mojado impedía que se incendiara. Pesadamente se acercaba al muro. Los arqueros bárbaros comenzaban a lanzar flechas de fuego hacia la madera, pero unos soldados adentro apagaban las llamas con unos cubos de agua. Mientras más se acercaba la torre más los guerreros salvajes se preparaban para el impacto. La torre llega hasta el muro y suelta estrepitosamente una plancha de madera sobre los arqueros. Esa plancha de madera sirve de puente para que los soldados dentro de la torre de sitio suban al muro.

Uno de los primeros en llegar al muro fue Yocasta. Ella seguía disfrazada bajo la armadura de su hermano y no mostraba piedad ante los bárbaros que veía. Su timidez había desaparecido al ver a su enemigo, una ira incontenible la cegaba. Ella carga sobre el muro antes que su unidad y comienza a cobrar víctimas con su gladius. Un espadachín se le acerca, ella lo golpea con su escudo y él cae al abismo. Llega a donde un arquero y lo degüella antes de que se dé cuenta de lo que le pasó. Yocasta continúa avanzando mientras su ira la continuaba incendiando sobre la multitud.

Cleopas y su unidad avanzan por la dirección opuesta. La insubordinación de Yocasta causó que Cleopas tuviera que mantenerse en primera fila. Con un corte reclama una vida, más los bárbaros se comenzaron a acumular frente a él y su progreso se fue reduciendo. Le clava una espada a un oponente en el estómago y avanza un paso más adelante.

Alphaeus, un auxiliar alto de piel morena, estaba al lado de su amigo Cleopas. Le clava su lanza a un bárbaro y luego la arranca de su carne, el bárbaro cae muerto. Mientras las dos líneas se cerraban su lanza perdía efectividad. Una estocada a corto alcance causa que su lanza de madera se rompa a la mitad. Un hacha viene a golpearlo, Alphaeus responde al bloquear con su escudo y al desenvainar un pequeño puñal. Con el puñal ataca el brazo de su oponente, cortándolo en el antebrazo extendido, arranca el puñal y continúa con un ataque al cuello, causando una herida mortal y otro cadáver más apilado sobre el muro.

Ajax estaba a la cabeza del ariete frente a la puerta. Junto a él todos sus legionarios impulsaban el ariete hacia la puerta. Los operadores del ariete lo agarran, caminan hacia atrás y embisten a la puerta. Ajax ignoraba el dolor de la lluvia de aceite y el desagradable olor a carne frita. Su misión era abrir esta puerta a cualquier costo

PAM. El ariete logra tumbar la puerta y los soldados Romanos, liderados por Ajax, Cargan adentro. Son prontamente amortiguados por una división de bárbaros. Los detuvieron a pocos metros de la puerta y los rodearon.

Las dos formaciones de infantería chocan detrás de la puerta. Ajax estaba al frente. Él mueve su escudo y con un corte de su espada acaba con la vida de un oponente. Dentro de la puerta el ambiente era asfixiante, la presión de los dos ejércitos se concentraba en un punto muy pequeño. Ajax sentía su movilidad reducirse tras cada segundo. El ruido de fondo era ensordecedor, cientos de vidas siendo perdidas en un ejercicio de poder, astucia y suerte. Su sonar estaba fallando por el ruido excesivo. Se ve forzado a utilizar Tacto. Extiende su brazo. Toca una armadura. Cuero. Decapita al portador. Toca otra armadura. Se siente brillante. Romano. Toca una tercera. Áspera. Lo descuartiza.

Por el otro lado de la fortaleza las cosas no se veían mejor. Ya el ariete de Lucio había abierto la puerta, pero su torre de sitio estaba en llamas. Lucio estaba justo afuera del alcance de las flechas, viendo el paisaje en silenciosa contemplación.

El ataque a la puerta del lado de Unda estaba liderado por los hermanos Paris y Héctor Aras, ambos peleaban lado a lado en una muestra de sincronía fraternal. Sus dos penachos azules resaltaban sobre el ambiente de desolación a su alrededor. Estaban siendo aplastados por las dos marejadas de soldados que se apretujaban en la puerta este, pero eso no los impedía blandir sus espadas.

Paris corta a un lancero que se había quedado obsoleto por el reducido espacio. El gladius se rompe por la posición incómoda en la que penetró. Paris suelta su inútil empuñadura y agarra uno de los pilos que tenía en su espalda. Ataca a un bárbaro con una claymore, una espada con una hoja de un metro, y le atraviesa el estómago con el pilo. El pilo se rompe por el espacio reducido. Paris suelta el pilo y agarra la claymore. Con su nueva arma comenzaba a cortar la línea del frente, su cabello largo ondulando tras cada estocada. En la conmoción suelta su escudo y aprende a usar esa nueva arma con la que pronto se encariña.

Su hermano menor, Héctor, peleaba a su derecha. El cortaba la línea frontal enemiga con su espada, cosechando las vidas frente a él. Estaba realizando su trabajo y él se sentía cómodo con su progreso al clavarle su gladius a un oponente.

Las fuerzas bárbaras se estaban retirando dentro de la fortaleza, cada segundo perdiendo espacio. Los heroicos soldados de la alianza estaban haciendo retroceder a los enemigos. Los romanos logran escaparse de las puertas, ambas puertas, y logran entrar al patio central. La batalla cambia, desde una claustrofóbica pelea de corto alcance a una pelea abierta en el patio de las ruinas negras.

No dura mucho, porque el estruendo de una corneta en medio de la ciclópea estatua hace que todos los paganos se esfumen y huyan hacia las puertas del monumento. Las legiones rodean las puertas y traen sus arietes. Paris encuentra un tronco abandonado en medio del suelo, y ordena a una división blandirlo contra la enemiga puerta de roble. Comienzan a arremeter contra la puerta. Golpe. Golpe. Golpe. Golpe.

La puerta se abre y la Tercera Legión entra en las oscuras entrañas de la pagana diosa. La Séptima tarda un poco más en entrar a las oscuras venas de la estatua. Las puertas se estaban abriendo y los romanos entraban dentro de la guarida enemiga.


 

— ¡Primera Centuria, manténganse juntos! No permitan que los laberínticos- —

Cleopas en nuevamente interrumpido cuando uno de sus solados, Rogelio, apunta frente a él. — ¡Enemigos! ¡No otra vez!— Rogelio era un soldado brillante, aunque quejumbroso y altamente caprichoso. — ¡Por qué tienen que venir hacia mí!—

Cleopas y sus mejores soldados cargan hacia el enemigo. Por las delgadas y serpenteantes escaleras subían a través de las piernas de la Diosa. Cleopas lideraba la línea del frente de la Séptima Legión.

Suben una escalera, y la pavorosa imagen que se encuentran a su alrededor los paraliza. Arriba de la escalera estaba una enorme bóveda que abarcaba todo el vientre de la deidad, una enorme colmena de paganos y salvajes. Estaban ellos sobre una pequeña pirámide plana, con cuatro escaleras que bajaban por los cuatro puntos cardinales. La enorme colmena a su alrededor, los paganos cómo míseras hormiguitas, se movía hacia ellos.

— ¡Rogelio, cubramos el norte!— Ordena el centurión —Alphaeus, agarra a tres hombres marcha por el sur- —

Alphaeus interrumpe y asiente. Él y sus hombres se forman al sur. Otros legionarios, mientras salían del horror de su ubicación, se posicionaban tras ellos y se formaban.

Los bárbaros llegan a la pirámide y atacan a los legionarios. Cleopas y su cuadrilla continúan emergiendo desde el interior de la estatua y comienzan a empujar al oponente hacia la colmena.

En el piso de la enorme bóveda se comienza a librar una enorme batalla campal.


 

Paris y Héctor se intentaban mantener juntos para no perderse dentro de los enmarañados pasillos. Después de tanto tiempo en la oscuridad de esa colosal estructura, y de perderse en la colmena dentro del vientre de la estatua, salen por el hombro de Cibeles. Un enorme balcón al aire libre. Un puente de piedra que llevaba al fortín en la palma de la mano de la diosa.

Ellos dos y media docena de soldados azules cargan a través del delgado camino. Un largo puente de piedra. Flechas caen sobre ellos. Varios undanos son derrotados.

— ¡Testudo!— Grita Paris. Cuatro legionarios lo rodean y forman un muro de escudos, dos más y Héctor levantan sus escudos sobre la primera fila. Comienzan a caminar.

Paris se sentía avergonzado de haber descartado su escudo por una enorme espada. Las flechas sobre ellos continuaban cayendo, pero se clavaban inofensivamente en los escudos azules.

Una docena de paganos atacan la formación por el frente. Dos legionarios frontales se apartan y Paris aparece, blande su enorme espada y decapita a uno que demasiado adelante había avanzado. Los dos legionarios retoman formación.

Con sus brazos derechos los legionarios de Unda desenvainan. Los cuatro frontales golpean en sincronía con sus escudos. Estocan con sus espadas. Dos enemigos más caen. Paris guillotina con su espada por una pequeña abertura que los dos legionarios frontales dejaron. Otro más cae.

Las flechas no dejan de caer sobre los escudos de Héctor y su retaguardia. Refuerzos avanzan desde el fortín. Los enemigos se apiñan frente a la formación.

— ¡Empujen!— Exclama el centurión y la docena de legionarios se apiñan sobre los escudos de la vanguardia. Gimen y dan un paso. Gimen y dan otro paso. Los paganos golpeaban los escudos con todo lo que tenían, pero nada detenía el avance de Unda.

Se encontraban en el codo de la diosa cuando más refuerzos cargan por su retaguardia. Iban a ser rodeados. Héctor y la segunda fila de legionarios se voltean.

— ¡Presenten Pilos!— Exclama el hermano menor. Los tres legionarios traseros acatan la orden y levantan sus jabalinas. —Fuego— ordena con frialdad y los soldados lanzan sus armas, acabando con dos soldados y arruinando el escudo de otro. Héctor falla. — ¡Carguen!— Dice él y corren los dos metros que los separaban del enemigo. En el fuerte impacto dos paganos tropiezan sobre sus compañeros y los legionarios los acaban antes de tocar el suelo.

Héctor bloquea una maza sobre su cabeza con su escudo. Rápidamente golpea con su escudo al perpetrador. Soporta el golpe. Golpea a Héctor con su maza. Le da en el hombro derecho, pero la armadura absorbe gran parte.

La inexperiencia de Héctor le dificultaba la batalla.

Las flechas dejaron de caer, los enemigos tenían miedo de lastimar a sus aliados con los punzones.

La vanguardia continúa empujando. Paris se apoya sobre dos de los escudos y ayuda a empujar. Un bárbaro lo ataca con su lanza sobre los escudos. Paris reacciona con velocidad, evade el golpe y con su espadón corta el arma.

La retaguardia podaba lentamente a los remanentes de la tercera ola. Cuando quedaban dos Héctor oye un silbido detrás de él. Otra lluvia de flechas. — ¡Flechas por atrás!— Exclama él, y sus soldados inmediatamente se voltean, arrodillan y levantan sus escudos. Las flechas caen sobre ellos. Los paganos remanentes son agujereados instantáneamente. Un legionario que tardó en acatar la orden se encontraba moribundo con un hueco en la carótida. El mismo Héctor recibe un flechazo en su rodilla. Héctor arranca la varilla e intenta olvidar el dolor.

La vanguardia de Paris se arrodilla y se escuda de las flechas, la primera línea enemiga cae sobre ellos muerta. Paris realiza una maniobra desesperada, ataca la línea frontal y se arrodilla frente a un oponente, quien recibe todas las flechas que a él le tocaban. — ¡Testudo!— exclama Paris.

Los legionarios que aún sobreviven se forman nuevamente en una columna con tres en fondo, de dos filas. Paris en el medio de los escudos, Héctor tras él. Avanzaban lentamente y acababan con los pocos enemigos que aún quedaban. Las flechas aún caían, pero los soldados enemigos se retiraban dentro del fortín.

Lentamente caminaban por el puente en el aire, las flechas sin hacerles ningún daño. Llegan a la puesta del fortín sobre la mano derecha de la diosa. Flechas y piedras caían sobre sus escudos. La puerta de Madera estaba cerrada.

El fortín no era más que un pequeño cubículo de muros de piedra posado sobre la palma de la mano de la Diosa. En el muro de la puerta había una rampa que iba sobre la entrada, y que formaba un túnel que había que pasar para entrar. Los otros tres muros estaban atestados de arqueros que disparaban hacia el suelo, cientos de metros bajo ellos. Tal altura le daba fuerza mortal a aquellas flechas. Y lo veteranos arqueros de Terra eran capaz de darle a un objetivo a aquella distancia.

Dos de los legionarios de la primera línea rompen formación y en sincronización golpean la puerta. Arremeten una segunda vez. Y una tercera. La puerta se rompe en el medio. Los dos legionarios patean la puerta y un hueco se abre. Un legionario se agacha y entra, escudo levantado, y en formación se mantiene mientras un segundo pasa a través de la abertura. Nadie los ataca. Avanzan. Paris es el tercero. Los tres avanzan a través del túnel de entrada del fortín. Flechas del muro opuesto llueven sobre ellos tres.

Héctor y los otros dos legionarios que sobreviven se forman en la retaguardia. Forman otra vez un testudo y salen al patio del fortín.

Flechas les llueven por todas direcciones. Otro legionario cae en el fuego cruzado. Una docena de arqueros disparaban sus flechas a todo su alrededor. Los tres legionarios y Héctor forman un pequeño cuadrado de escudos y el desprotegido Paris se queda en medio.

Ellos no pueden sobrevivir otra oleada de flechas. Ellos no pueden retroceder.

— ¡Ataquen!— Exclama Paris mientras el enemigo carga sus flechas. Los legionarios no dudan y cargan cada uno contra un punto cardinal distinto. Los arqueros bárbaros se desesperan y desenvainan sus cuchillos y espadas cortas. Tres arqueros y un soldado regular contra cada legionario.

Y Paris carga contra un alto pagano que en el centro se encontraba. Inmediatamente lo reconoce. El que fue capturado en Antares. El que se liberó de la prisión de Aer. El que lideró el ataque al Campus Marcia y el que tuvo de rehén al mismo rey.

Aparentemente Feargus lo reconoció a él también. —Bienvenido a Terra— le dice a Paris.

Aves volaban a su alrededor. No, no eran aves…eran asquerosos demonios negros alados, que lanzaban alaridos mientras los soldados avanzaban sobre ellos. Levantaban vuelo a su alrededor y anidaban bajo los cadáveres que comenzaban a cubrir las manos de la diosa.

Paris corta contra el oficial, Feargus evade y ensarta con su lanza. Con un movimiento Paris bloquea y contraataca. Feargus es más rápido, evade. El centurión no detiene su pesada espada. Cercena todo el aire alrededor de Feargus.

El pagano evade una estocada de Paris. Da un paso hacia un lado. Golpea con su lanza la pierna del centurión. Paris pierde el equilibrio. Feargus retrae su lanza, prepara para estocar.

Héctor bloquea con su escudo el golpe mortal.

Paris corre alrededor de su hermano menor y con agilidad rodea al comandante enemigo.

Feargus intenta empalar a Héctor. Héctor y su robusto escudo deflactan todos los ataques del pagano. Paris corta por la retaguardia. Feargus evade. Golpea con la culata de su lanza. Héctor intercepta. Estoca con su gladius. Feargus bloquea con el centro de su lanza. Paris ataca por atrás. Feargus lo patea. Héctor rompe la lanza.

Paris guillotina al oponente y derrama toda su sangre en el piso.

Observan a su alrededor. Los otros legionarios acababan de limpiar el fortín. —Descansemos y retengamos la posición— Comanda Paris.

Héctor lo regaña con disimulo. —Deberíamos apoyar a nuestros aliados— dice él.

Paris lo ignora, envaina su espada y se sienta a descansar. Héctor odia la irresponsabilidad de su hermano mayor.


 

Octavio y su guardia se mantienen en la retaguardia del avance. Ni siquiera habían desenvainado. Por las escaleras subían y encontraban los cadáveres paganos apilándose a su alrededor. Camila, en su ira infinita, había agarrado una gigantesca hacha bárbara de dos manos con la que reemplazó su lanza, para filetear con ella al primer animal que se encontrara. S deseo no se cumple.

Ya la guardia se había dispersado por los pasillos. Sólo quedaban Octavio, Camila y Orestes.

Se encontraba en algún lado de la nuca de la Diosa cuando encuentra a Cleopas estacionado en una sala bajo una escalera. Lo acompañaban varios de sus legionarios, incluyendo el quejumbroso Rogelio en una esquina descansando y el alto Alphaeus viendo por la inmensa altura de una ventana en la habitación.

— ¿Por qué descansan?— Pregunta Octavio ante su centurión.

—He enviado exploradores a investigar la cabeza de la estatua, señor, pero no han podido regresar. Mi teoría es que- —

Camila corre hacia la escalera. El general le ordena detenerse pero ella lo ignora. Octavio corre tras ella, seguido de Orestes, y se detienen al salir del pasillo y entrar en el asombroso fortín en la parte más alta de la estatua.

Era un balcón en el tope de la cabeza de Cibeles, una enorme corona de murallas que se levantaba varios cientos de metros sobre el suelo. La espectacular y aterradora vista paralizó a los tres nobles. La fresca brisa refrescaba la calurosa tarde.

Al otro extremo del gigantesco balcón se posaba un hombre, espada envainada y observando al infinito bajo sus pies. Varios cadáveres se posaban a sus pies.

El trío no duda en cargar contra el oponente. Justo cuando iban a llegar a él un destello de obscuridad interrumpe sus movimientos.

SLIIIIINNNG….

El bárbaro deflacta con su diabólica espada larga los tres golpes en un solo movimiento. Ahora el bárbaro estaba cuadrado en posición de combate con su espada larga frente a él.

Octavio observa la negra espada. Un escalofrío le recorre toda la espalda. La demoníaca espada tenía más de un metro de largo y era un color negro brillante. Octavio reconoció el material, piedra volcánica obsidiana, la cual crea los bordes más afilados conocidos por la humanidad. La hoja de la satánica espada estaba cubierta de dientes que penetraban fuertemente en cualquier armadura y brutalmente arrancaba trozos de piel si te tocaba. Entre la empuñadura y la hoja estaba burlándose una calavera humana, el hueso mantenía la cruz de la espada fija. Esa Calavera parecía burlarse de Octavio, parecía saber algo que Octavio ignoraba. Octavio inmediatamente se enemistó con esa maligna espada de color negro.

—Niños insolentes— Ladra el portador de la malvada espada. —No deben atacar a un rival por detrás mientras no está observando—

Octavio intenta un corte con su espada corta y Orestes ataca por otro flanco. Con dos cortes veloces el bárbaro los bloquea y corta hacia Camila. Ella evade el golpe. Con todas sus fuerzas ella blande la enorme cuchilla en el aire y danzaba con el enorme contrapeso. Octavio y Orestes se alejan de tal ataque. El cacique evade los golpes. El aire a su alrededor era rebanado en mil pedazos por una enorme arma. Falla todos los golpes.

—Son estúpidos al intentar atacarme— Sonríe el hombre mientras hábilmente bloquea un corte de Orestes y responde con un corte hacia Octavio. — ¿No saben quién soy yo? Soy Attis, rey de Terra, y esta es mi espada, la Obsidiana—

Camila guillotina nuevamente. Octavio realiza una estocada con su espada corta. Es repelido. Attis contesta ese ataque con una estocada. Orestes la recibe en su brazo izquierdo. Atraviesa su escudo y comienza a sangrar.

El cacique otorga un codazo en la cara de Orestes que lo tumba y lo deja inconsciente.

— ¡Retírate!— Exclama Octavio. Pero Orestes ya se encontraba en el suelo. Era incapaz de oírlo. Estaba fuera de combate.

La enorme tormenta de cortes de la negra espada comenzaba a atravesar las defensas de Octavio y Camila. Era demasiado rápido. Ambos perdieron toda capacidad de ataque y se habían resignado a intentar bloquear los impactos.

El hacha de Camila cede finalmente y se rompe a la mitad. Queda con un pequeño palo de madera, pero la velocidad del enemigo no la dejaba soltar su inútil arma. Octavio se atrinchera detrás de su escudo y pierde toda ofensa de su espada, la cual se había quedado bloqueando los golpes que su escudo no podía.

Octavio se estaba desesperando. Tenía solamente una última opción. — ¡Camila, sincronización ahora!— Ordena mientras bloqueaba los tres cortes con su escudo.

— ¡No lo vamos a hacer!— Camila bloquea un corte con su pequeña vara de madera. Apenas podía mantenerse al ritmo de su oponente, menos podía desenvainar sus espadas. — ¡Prefiero ser derrotada!—

— ¡¿Prefieres morir, maldita?!

Ella aún estaba aterrada de la extraña demostración de voluntad que el vínculo mostró durante el corto combate en Antares. Ella y Octavio ambos perdieron todo los que los hacía humanos y se transformaron en sanguinarias máquinas de matar. Ella no quería perderse nuevamente en esa sensación de sanguinaria destrucción.

Pero opciones no le quedaban.

Camila desbloquea su mente. Octavio desbloquea su mente.

Attis realiza un corte transversal cuando su espada es bloqueada por un ataque conjunto de sus dos oponentes. Las miradas de los dos jóvenes perdieron todo brillo, y ambos con voz autómata y coordinada sentencian su condición a su oponente.

—Sincronización activada—

Attis sonríe.

Octavio se mantiene frente a Attis, usando los sentidos de Camila para mejorar su velocidad. Camila aprovecha esta ventana para desenvainar a sus espadas. Attis usa la arrolladora velocidad de su negra espada larga para intentar atravesar las defensas del general. Camila ataca por atrás con Cástor. Un corte rápido de la maligna espada de Attis la bloquea. Cástor y Pólux intercalaban ataques y hacían retroceder al cacique. Octavio bloqueaba todos los ataques con su escudo. Los felinos sentidos de Camila detectaban todos los movimientos de su oponente.

Pero Attis embiste y corta transversalmente. Ambos evaden. El cacique suelta su mano izquierda de su horrible espada y carga contra Camila. Mientras Octavio bloqueaba la espada negra la quimera recibía un brutal puñetazo en la cara. El dolor rompe la sincronización y ambos regresan a sus cuerpos.

Camila seguía aturdida cuando Attis continúa hacia ella. Attis embiste y Camila evade. Attis la golpea por segunda vez y ella cae sobre el muro del balcón. Se golpea en la cabeza, pierde la conciencia y queda fuera del combate.

Demasiado tarde llega Octavio para ayudar. El dolor que penetraba por el vínculo era demasiado. Lo distrae. Attis blande su malvada espada al ahora indefenso Octavio y con un solo corte le destruye el escudo. Las astillas cruzan todo el aire y su brazo izquierdo comienza a sangrar por los proyectiles. Una fracción de segundo después Attis realiza un corte que Octavio bloquea con su gladius, la espada corta sale volando y Octavio queda indefenso y desarmado frente a Attis.

—Les dije que no me podían derrotar— Attis ladra victoriosamente sobre Octavio, a quien le otorga un puñete en la cara que lo tumba al suelo. Entonces apunta su perversa espada al cuello del general y sonríe. —Ni siquiera el hijo de Melquior me puede derrotar—

Octavio estaba sin opciones. Orestes, Camila y él habían sido derrotados por este guerrero mucho más fuerte y experimentado. Estaba en el suelo y una espada le apuntaba a la cara. En su desesperación observa a Camila, quien también se hallaba inconsciente.

Sus entrañas se retuercen cuando por segunda vez ve a Camila sangrando. Se encontraba recostada en el muro del balcón, la sangre corría desde su nariz hasta su pecho y su armadura. Su nariz estaba rota. Apenas respiraba.

Octavio intenta levantarse con ira pero una patada lo clava nuevamente al suelo.

—Es una lástima que vayas a morir así— Exclama Attis.

Una imperiosa voz interrumpe por detrás la cruel escena. —A quien buscas, Attis, es a mí. Deja a ese chiquillo en paz— Lucio subía lentamente por las escaleras de la corona de la inmensa estatua. Su visera seguía abajo, y sus ojos negro sombra seguían ocultos tras ella. Su capa azul ondulaba por el frío viento.

Attis se olvida del indefenso Octavio y sus otras presas y concentra su atención en el rey Baltazar. Lucio desenvaina su espada real, Morta, con un enorme zafiro en el pomo. Mientras la luz atravesaba tal gema iluminaba todos los alrededores con una mística aura azul.


 

Yocasta estaba perdida dentro de la estructura en medio de la estatua. Dejaba que su ira la condujera por los virados pasillos y la hiciera subir por todas aquellas escaleras y rampas.

Su ira se calma cuando llega a la colmena. Un enorme hueco en el pecho de la estatua donde se posaban balcones, antorchas y fuegos rituales. Ella se encontraba en un balcón a enorme altura del piso. Abajo, en el piso, se encontraban los remanentes de una batalla campal. Encuentra una escalera. Es una delgada espira que llega hasta el cielo del hueco. Ella sube por las delgadas escaleras en espiral, y ahora, en la clavícula de Cibeles, atravesaba los serpenteantes pasillos del pecho de la diosa. Corría por los pasillos interiores, dejando su ira soltarse cuando encontraba a un enemigo. Hacía tiempo que había transgredido sus órdenes y que se había separado de su división. Pero ya no le importaba, ella continuaba haciendo valer su venganza.

Ella gira por una esquina. Un bárbaro la sorprende, pero sus reflejos, alimentados por la ira, fueron más rápidos y ella evade el hachazo. Yocasta contrarresta con un corte de su gladius que provoca una pequeña mancha de sangre en su cara. Y una muerte.

Continúa su paso de destrucción, y lo que encuentra son las mazmorras, protegidas pos dos brutales carceleros que inmediatamente se percataron de su presencia. Ella carga contra ellos, aún cegada por la ira, y los extermina a los dos sin darse cuenta de su propia acción. El camino no tenía salida, iba a volver por el mismo pasillo.

Pero oye un ruido proveniente de una celda. Arranca la llave de la cintura de un carcelero. Va hacia la robusta puerta de metal y mete la llave en el agujero. Desenvaina su espada.

Yocasta abre la puerta de golpe y se prepara para atacar al prisionero, pero en vez encuentra una escena aterradora.

Una joven de su misma edad estaba tirada en el suelo, con unas cicatrices aún en su nariz. Su cabello rubio espiga estaba despeinado, con unas briznas de tierra enmarañadas. Su piel color durazno estaba sucia, su ropa caqui ligeramente rasgada. Un muñón en vez de dedo meñique izquierdo. Parecía estar dormida, sin darse cuenta de la batalla a su alrededor. Rápidamente se despierta y le habla a su liberadora.

— ¿No eres un poco pequeño para un soldado imperial?— Contesta la joven Maya al darse cuenta de su rescate. Su voz estaba débil tras la extraña interrogación, ella desgastada por ejercer resistencia contra sus captores.

Yocasta siente cómo su ira desparece tras ver a Maya. La incontenible furia estaba desapareciendo y siente en su interior sus objetivos cambiar. Su esgrima desaparecía. Maya era de su misma edad, más ella estaba muy débil tras quedarse en esta prisión Dios sabe desde cuándo.

— ¿Vos de dónde venís?— Pregunta Yocasta al fin recuperando su voz, hasta ese momento oculta en su garganta por el terror a la inflamable ira. — ¿Sois romana?—

Maya ignora esas preguntas. — ¿Dónde está la señora Camila?— Maya se comienza a levantar, Yocasta envaina su espada. — ¿Dónde está el señor Octavio? ¿Ellos vinieron por mí?—

— ¿El general?— Pregunta ella extrañada ante una manera tan coloquial de referirse al legato y a su esposa. —Ellos deben estar cerca del frente, buscado al cacique- —

— ¡Tengo algo que decirles! — Maya interrumpe. — ¡Hay algo que tienen que saber! ¡El cacique está en la cabeza de la estatua! ¡Llévame allá pronto!—


 

Lucio carga contra Attis. Attis evade el golpe con un corte de su espada y contraataca por arriba del rey. Baltazar se mueve hacia la izquierda y evade el corte, toma un paso más cerca del cacique. Intenta una estocada. Attis le regala un codazo. Lucio se recupera y bloquea la espada con su escudo. Attis intenta recuperarse pero Lucio le clava su espada en la espalda.

Attis aúlla de dolor. No se detiene y continúa cortando todo el aire alrededor del rey hasta que Lucio finalmente lo bloquea. La Obsidiana destruye el escudo del rey. Astillas nuevamente vuelan por todo el aire.

La espada de Lucio se quedó clavada en la espalda de Attis, pero él no sangraba. Ni una gota de sangre, ni una expresión de dolor en su cara. Attis parecía no importarle el hecho de que una cuchilla de metal estuviese enterrada entre sus costillas.

Lucio estaba sin su escudo ni su espada, completamente desamado. Pero en ningún momento la duda se asienta en su mirada. Attis aprovecha y comienza a realizar cortes contra el joven rey. Lucio comienza a evadir. Prodigiosa velocidad. Attis no logra pegarle. Lucio se inclina hacia la derecha para evadir un corte.

Cada mano agarra una de sus jabalinas. Intercepta con ellas la sombría espada que le iba a venir de encima.

El viento sobre la enorme estatua comenzaba nuevamente a soplar, la capa de Baltazar danzaba contra la fresca brisa. Horrorosas aves de rapiña vuelan a todo su alrededor y desaparecen entre las frías murallas de la corona de la diosa.

Lucio intercala bloqueo de la demoníaca espada Obsidiana con su jabalina izquierda y sus inútiles intentos de herir a su oponente con su jabalina derecha. El cacique evadía todos los ataques del rey. Attis no lograba tocar la armadura de Lucio con su espada larga. Estaban demasiado parejos.

Attis realiza un corte transversal hacia Lucio. Lucio se agacha y mientras Attis queda indefenso por el corte fallido. Lucio se acerca y le atraviesa el pecho con uno de sus pilos. Attis solo se ríe.

Una luz irradia desde las escaleras y una suave brisa repentina refrescaba a Octavio, quien aún se intentaba levantar. Una suave voz grita hacia el combate ambos luchadores pausan sus ataques.

— ¡La espada lo vuelve inmortal!—Exclama Maya al llegar.

Attis se aleja de Baltasar. — ¡Conque el paladión se liberó! —

Yocasta y todos los oficiales de la Séptima legión que en la nuca de Cibeles estaban descansando suben tras la doncella. Aterrados todos encuentran a Octavio sentado en el suelo, soportando sus heridas mientras Lucio lo salvaba. Asustados encuentran a Orestes y Camila en el piso, lejos del duelo de los dos reyes.

Octavio se levanta y con horror reconoce la espada que Attis portaba. La reliquia de la inmortalidad, aquella cosa que él y Camila buscaron aquella horrible noche y no encontraron. El cacique ahora la portaba y la usaba cómo arma de guerra.

Por esa razón aquel animal sobrevivía tales caídas, tales cortes con su espada y tales punzones de las jabalinas. Era inmortal mientras esa espada portara.

—Esta pelea es personal— Exclama el rey azul ante la legión que lentamente subía por las escaleras. —Nadie se entrometa—

Lucio taclea a su oponente. Attis pierde el equilibrio. El rey aprovecha y extrae el pilo del pecho de su inmortal oponente. Evade un corte de retaliación de la negra espada. Un paso rápido. El rey se posa detrás de su oponente. Baltazar arranca su real espada de la piel de su oponente.

Se come un codazo directo de su oponente. Pierde el equilibrio. Attis lo guillotina. Lucio evade por poco. Le clava la espada en el pecho y la extrae con rapidez. El cacique falla otro golpe.

Lucio danzaba a su alrededor y le enterraba su navaja ante cualquier oportunidad. Attis parecía debilitarse.

Pero el pagano patea a Lucio y él cae al suelo. Todos los legionarios gimen de sorpresa. Attis guillotina. Lucio se revuelca y evade. Salta y taclea a su oponente. Attis intentaba resistirse. Lucio lo empuja. Un pequeño muro que a las caderas les llegaba los detiene.

Lucio apuñetea a Attis y lo intenta empujar por el balcón hacia el inmenso vacío. Attis se resiste. El rey insiste. Lucio entierra a Morta en el pecho de su oponente y lo debilita aún más. Extrae la espada azul.

Attis golpea a la espada real y ella cae dos metros tras Lucio, a los pies de Octavio. Lucio continúa su lluvia de puñetazos. Debía debilitar a su oponente. A tan poca distancia Obsidiana no puede ser utilizada. Attis se encuentra en una horrorosa desventaja.

Lucio efectúa el golpe de gracia.

Una poderosa patada distrae a su oponente. Lucio arranca a Obsidiana de las manos de su oponente. Inmenso dolor se posa en la cara del cacique. El rey lo empuja una vez más y el pagano no opone resistencia. Fluye tras la muralla del balcón y cae sobre la cabeza de la Diosa.

Se desliza sobre la estola de la diosa. Mancha con sangre la fría piedra. Cae al vacío.

Lucio tenía ahora la espada del rey en sus manos y la victoria a sus pies. —Reclamo esta espada cómo trofeo de mi victoria— Y caminando atraviesa la sorprendida legión y baja por las escaleras y desaparece de la batalla ganada.

Octavio voltea su mirada hacia su sangrante prometida, aún inconsciente en el suelo por el brutal puñetazo de su oponente. Maya estaba arrodillada a su lado y la picaba con su dedo para intentar despertarla. Pero él no se atreve a verla.

—Llévenla a ella y a Orestes a primeros auxilios— Ordena él mientras imitaba a Baltazar, caminaba lejos de sus consternados soldados y entraba nuevamente a la diosa.


 

Camila, ¿me viniste a visitar?

No vine por ti, vine a rescatar a Maya.

¿Por Maya? ¿Por qué te sacrificas tanto por ella?

Algo en ella me acuerda a ti.

No me sorprende. Ella es mi hija y mi hermana, una estrella caída igual que yo y Andrómeda.

¿Quién es ella verdaderamente?

Es parte humana, pero algo tiene más allá que cualquier mortal. Es una estrella, un ente caído del firmamento en tiempos inmemoriales para impedir la tragedia que va a suceder. La encarnación de la benévola voluntad del éter.

¿Qué tragedia quiere impedir?

La erradicación de la civilización.

¿Por qué iría a suceder?

Por qué las estrellas así lo desean.

¿Y por qué tú y tus hermanas nos quieren ayudar? ¿Acaso no son estrellas también?


No me quieres responder esa pregunta. Hay demasiadas cosas que quiero saber, demasiadas preguntas que quiero hacerte. Todas sobre ese extraño regalo que tú me legaste, este Fuego de Vesta, con lo que me salvaste la vida aquella noche años atrás.

En Roma había una llama dedicada a Vesta, diosa del calor del hogar. La llama Vestal ha estado encendida desde que Rómulo y Remo construyeron la ciudad. Esa llama es la pasión de Roma, es su esperanza. Mientras la llama exista, y el Paladión de Ilos siga ileso, Roma no caerá.

¿Paladión? ¿Aquella estatua robada de Troya para asegurar su caída?

Eneas la devolvió a los hijos de Troya, los llamados hijos de Marte, Los Romanos. Se guardó en el templo a Vesta, junto a la Llama Vestal. Los dos forman una columna sobre la que el imperio se soporta. Pero es ahora el hilo del que pende toda la civilización, todo aquello que amamos de la humanidad.

¿Y ahora esa llama se encuentra dentro de mí?

Tú eres la última Virgen Vestal. La última cuidadora de ese fuego de Roma. Ese fuego no solo ha aceptado tu custodia, ahora existe dentro de ti. Es parte de ti. Es esa llama zafiro que existe detrás de tu mirada, aquella chispa de pasión que aún existe dentro de los romanos para ver de vuelta a su madre Roma.

Pero no soy Romana, soy una amazona, igual que mi madre, Celeno y mis ancestros.

A Amazonia le aguarda el mismo destino que Roma, podrirse y destruirse a sí misma. ¿Dónde preferirías estar, sobre una pila de escombros o dentro de una torre al borde del colapso? De Amazonia viniste, pero ahora eres la última esperanza de Roma.

Odio a esas dos malas madres. En mi niñez me escabullía al cuarto de mi mamá, y oía de la guerra civil en la isla. Ella lloraba porque muchas de sus amigas se mataban entre sí, y ella atrapada acá sin poder hacer nada. Se sentía indefensa e impotente. Mi padre intentaba consolarla, mas ella llorando se dormía. Era horrible. Yo no quería que mi madre pasara por eso. Yo no quería pasar por eso. Amazonia para mí se volvió en aquella Medea que lentamente estrangula a sus propios hijos. No quería depender de ella, por eso la traicioné y me uní a Roma en mi niñez. Eso era Octavio para mí, mi oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva nacionalidad, una nueva esperanza. Quería ser romana, quería someterme a ese yugo y obedecer. Tras la muerte de mis padres abandoné a Castor y a Pólux, las espadas gemelas, porque no necesitaba de armas. Él y su nación me defendería.

…Mentira…

No puedes hacer que un podrido cadáver luche tus batallas. Octavio me falló esa noche, cuando finalmente su promesa me iba a cumplir. Todas mis esperanzas se quebraron como el cristal.

…desesperanza…

Octavio no podría defenderme. Estaba sola y traicionada.

…horror…

Me empalidecía y lentamente mi vida se apagaba.

…La horrorosa cicatriz en tu vientre…

La memoria es demasiado dolorosa para revivirla ahora. La cicatriz en mi vientre aún retumba ante esa remembranza. No quiero volver a pensar en eso jamás…

…Y finalmente el amanecer de la verdad…

Abandonada por mi segunda madre, y desnuda de toda esperanza aquella noche me quedé. Pero Octavio a mi lado se quedó, se quedó hasta el final, hasta que la fosforescencia de mis alrededores se confundió entre mis sueños y delirios, y en medio de las sombras de tal luz apareciste tú y me salvaste de la muerte segura. No podía depender de nadie, estaba sola. Por eso fue que finalmente acepté la propuesta de Celeno de volverme una guerrera amazona, de entrenarme en combate, espadas y lanzas. Pero entonces yo no sería amazona, ni romana. Yo sería algo nuevo, algo nacido de esas dos madres traicioneras. Un híbrido, parte león, parte serpiente, una criatura de contradicciones. Yo sería…

La Quimera

…Vesta me dio esta oportunidad de un nuevo inicio. Tú, Alcíone, me diste una nueva esperanza de vida esa noche. Soy la esperanza de aquellos niños abandonados. Soy el faro que ilumina ese sendero que tenemos que recorrer para encontrar una nueva esperanza. Soy la última Virgen Vestal.

Pero para salvar a tus nuevos hijos tendrás que encontrar la otra reliquia de aquel templo, la otra seguridad de Roma. Aquella cosa perdida por siglos, pero que solo tú podrás ahora encontrar. Algo que sólo tú puedes proteger.

El Paladión de Ilos. La llave del nuevo camino… Maya.

Maya es la marca de mi deshonra cómo Virgen Vestal. Yo estaba casada con toda la civilización, con la misma Roma. Concebir a Maya significó serle infiel a todos ustedes por sólo una persona. Cómo Amazonia y cómo Roma yo tampoco pude ser una buena madre. Quisiera poder remediarlo. Quisiera dejarte a Maya. Quisieras que tú fueras su madre en mi ausencia. De esa manera cuando la eternidad termine, cuando sea liberada de mi prisión en este bosque y regrese a las estrellas que iluminan el cielo, sea en paz.

Acepto tu responsabilidad, Alcíone. Maya está en buenas manos.

En la eternidad esta es mi prisión, mi castigo por todos mis pecados y mi único anhelo ante lo infinito. Alcíone es mi nombre. Soy la Tercera Pléyade, ninfa del bosque maldito de Cibeles, Andrómeda atada a este peñasco. Yo soy el bosque maldito, y hasta el fin de los tiempos aquí me quedaré. Ojalá la humanidad algún día me perdone por todo…

… Amén.


 

Camila despertó unas horas después, y casi destripa de un abrazo a Maya cuando a su lado la ve. Las enfermeras no entendían tanta felicidad. Camila se levanta y escapa de la tienda médica, y en vez se aleja de la legión y acampa con Maya a los pies de la monstruosa deidad.

Ya era de noche cuando Octavio las encuentra, y a Camila no le gustó ser detectada por ese malandrín. Ambas acampaban amparadas por una pequeña fogata, ambas compartiendo un poco de comida que Camila se había robado de la carreta de provisiones. Comían mejor que el mismo general.

Octavio observa a Camila con detenimiento. Encuentra una horrorosa marca nueva en su cara, su nariz ahora se encontraba doblada hacia la derecha. Las cicatrices en su cara se continuaban acumulando.

—Maya— Pregunta Octavio acercándose a la huérfana, —necesito de tu ayuda, ¿me responderías una pregunta que quiero hacerte? —

— ¡Por supuesto, mi señor!— Maya inmediatamente emite una malsana luz de alegría que retuerce los intestinos de Octavio. — ¿Cómo lo puedo ayudar? ¡A mí me gusta ayudar a las personas, yo soy una persona muy ayudadora!—

— ¿Fueron estos los mismos bárbaros que atacaron tu pueblo natal, Antares?—

Pero la respuesta no pudo ser más aterradora.

— ¿De qué estás hablando?— contesta Maya sin borrar su disonante sonrisa. — ¡Les dije que los que atacaron Antares fueron romanos con unas armaduras naranjas!—

Si no lo hubieran oído ellos no lo hubieran creído. Armaduras naranja. Romanos. Sólo una respuesta podía encajar con todos esos detalles.

—Flammanos del carajo— Maldice Octavio. — ¿Qué habrá pensado mi padrino para hacer todo esto?—

No tuvo tiempo de esperar una pregunta. Porque la noche se enciende de antorchas. El suelo bajo sus pies comenzó a bailar cómo poseído por un ritmo imperceptible. Los pálidos hongos a su alrededor se disolvían en el aire. Sus esporas volaban sobre ellos, se mezclaban con el fuego fatuo.

Un viento huracanado sobre ellos corta. Un remolino de luces y condenadas esporas.

Camila se levanta, en su pecho una extraña luz brillaba. El relicario que Octavio le había regalado estaba brillando, su fulgor comparable al de una estrella en el firmamento. Enloquecida ante tanto poder Camila se quita el relicario y este cae hacia arriba, hacia el vórtice del huracán de esporas.

La luz del relicario se come todas las esporas. El huracán es consumido por la estrella terrenal. La Luz se extingue y el relicario cae al suelo inofensivo. Octavio, Camila y Maya caminan con cautela hacia la mágica gema y casi esperan a que explote.

Camila se agacha para agarrar, pero Octavio la detiene y es él quien agarra el relicario y lo levanta nuevamente. Estaba caliente, pero nada le había pasado. ¿Había sido todo una ilusión? Octavio se apresura a abrir el relicario, pero una fiera mano lo detiene.

— ¡No lo hagas!—

Camila le arranca el relicario de las manos y se lo amarra nuevamente al cuello.

Legionarios de ambas naciones los rodeaban consternados. — ¡Señor! ¿Sabe acaso que sucedió?— Pregunta Orestes en nombre de todos los soldados.

—No, no sé— Contesta Octavio igualmente asombrado.

El maldito Bosque de Andrómeda había desaparecido, y en su lugar quedaba una fértil llanura. Todos los pálidos hongos se esfumaron en el remolino. El relicario se los había comido. Sólo quedaba en medio de la llanura las antiguas ruinas y la inmensa estatua, quienes ahora comenzaban al fin a desaparecer después de eones de congelamiento.

—Al menos ya no hay Andrómeda— Se dice Octavio a sí mismo.

—Ahí es donde te equivocas— Interrumpe una serpentina voz, que solo parecía poder escuchar él. Tal es el horror que esa voz provoca que Octavio paralizado se queda, pero nadie sospechaba el terror que por él pasaba. — ¡Yo soy la verdadera Andrómeda, y estoy más viva que nunca!— Una risa de demencia completa retumba en sus oídos.

Y nadie se percató que entre las esporas que flotaban y el huracán que desaparecía una solitaria estrella, atrapada en el bosque, volvía al firmamento.