domingo, 11 de octubre de 2009

Capitulo 2 - El Incidente de Antares (Completo)

"There’s no such thing as innocence, only degrees of guilt.
[No existe tal cosa como ‘inocencia’, sólo grados de culpabilidad]"
Warhammer 40 000


En mi torre estoy atrapada. Un delgado velo de luz inunda mis sentidos. Luz de Luna. Calor del sol. Rojo de mi sangre que acabada de escupir.
Mi jornada es solitaria. Solo puedo refinar el aire a mí alrededor. Un gasto de tiempo. Una inútil circunstancia de mi existencia. Una dolorosa exhalación que me consume vida.
Los días parecen eternidades y las noches son horrendas prisiones de terror.
Esta es mi vida, atrapada en mi torre hasta que el tiempo, el verdugo final me arranque de esta bola de carne amorfa. Ya mi familia me olvidó, capaz que ya no importo. Ni mi padre, quien me visitada todos los días, viene ahora. Asumo que murió.
Hace años que ni la esperanza me visita, estoy cayendo olvidada en el esquema de las cosas. Parece que el mundo no ha sentido ninguno de mis suspiros que lentamente he exhalado en esta oscura habitación, ni siquiera acumulados.
Volteo mi cara y me veo al espejo, observo mi albina piel, mi níveo cabello y mis ojos colorados. Me pregunto otra vez mas si mi destino desde mi concepción es volverme una estrella más. Mis ojos colorados han visto cosas que los mortales deben evitar, cosas que nadie puede ver sin perder su cordura.
Lo sé, porque ya la perdí. Los demonios que nos rodean, las batallas se luchan sobre la yema de nuestros dedos sin nosotros percatarnos. Los infinitos universos que cada día son destruidos por una sádica fuerza superior. La infinita guerra metafísica en la cual la humanidad no figura siquiera cómo estorbo. Criaturas yacen durmiendo plácidamente bajo nuestros pies, soñando alegremente saciar su sed con toda la sangre de muestra especie. Ellos esperan al momento adecuado para atacarnos con todo su poder. Y la humanidad morirá en solo último suspiro, no hay nada que podamos hacer. Cómo yo en esta torre, incapaz de salir de mi cama, así está la humanidad, a la merced de la piedad de horrendos dioses.
Pero el Orión me rescatará de esta prisión infinita que me rodea.
¿No concuerdas, Octavio? ¿No sientes mi presencia lentamente acercándose a ti?
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¡Quiquiriquí!
— ¡Gallo estúpido!— gritó Octavio y entonces abrió los ojos. Se dio cuenta que aún estaba en su habitación, en la torre noreste del Palacio de Aer. Estaba sentado en su cama, respiración acelerada y corazón apresurado. Estaba sudando e hiperventilando. Logró calmar su respiración, pero su pulso no cedía. ¿Acaso todo eso que vio fue una simple pesadilla? Un extraño monólogo que creó en él una sensación de impotencia. Cómo si los engranajes del mundo se movieran lentamente, y cómo si uno de ellos se estuviese acercando demasiado. A este paso lo aplastaría.
Entonces se acordó de una conversación que tuvo hace meses que tuvo con cierto pagano en Monte Canopo. Comenzó, por un segundo, a creer en esas palabras que había dicho. Lo que había visto podía ser una advertencia proveniente de otro plano.
Oye la puerta de roble abrirse. Era Orestes, el cual estaba asegurándose que todo estuviera bien.
—Señor, ¿Se encuentra bien?— Pregunta Orestes, con toda su armadura y su espada en mano. Una sola pregunta se quedó en la cabeza de Octavio en ese momento, y era si alguna vez ese Orestes dormía.
—Si…Si, si, si. Estoy bien, Orestes. No te preocupes. —
—Seguro de eso, ¿señor? Me pareció oírlo gritar…— Era increíble. Octavio Melquior gritando. Orestes jamás mentía, eso era un buen atributo de él, aunque a veces lograba apenar al príncipe, cómo en este caso.
—Si, ya estoy bien, debió ser tu imaginación. —
— ¿Ya está bien? ¿Cómo estaba enantes?—
—No tienes de que preocuparte, Orestes, era sólo una pesadilla. — Octavio conocía esa cara de Orestes, él sospechaba de la verdad. Tenía que desviar su atención, tenía que salirse por algún otro lado. Se le ocurrió una idea rápidamente. — ¿Qué día es hoy?—
—Sábado, Pridie Nones de Agosto—
— ¿Sábado? ¡Bien!— Dijo Octavio, al fin mostrando entusiasmo. Sábado era su día de descanso, La semana él se la pasaba trabajando para su padre y los domingos tenía que ir a misa. Sábado era el día en que podía hacer lo que quisiera, aunque en casos normales él se hubiera quedado durmiendo por un par de horas más. No tenía sueño, así que decidió levantarse y comenzar temprano a hacer sus diligencias. — ¿Me dejas cambiarme?—
—Lo que usted diga, señor. —
En cuanto Orestes salió de la habitación Octavio se levantó de su cama. —Si ese maldito gallo me vuelve a despertar temprano un sábado, lo voy a freír y me lo como cómo almuerzo…— Estiró sus extremidades y bostezó, entonces vio alrededor de él. Estaba en la torre Noreste del palacio. Los muros estaban hechos de bloques de piedra caliza crema, listos para resistir cualquier intento de sitio.
El príncipe era espartano con sus gustos. Su recamara sólo tenía una cama de plumas, una pequeña mesa, una silla y un armario donde guardaba sus pertenencias. Los pocos muebles que había en esa habitación, sin embargo, eran antigüedades de la época del Viejo Imperio, hechas todas de la fina madera perfumada de Oriente.
En su armario busca la ropa que se pondría ese día. Se pone sus pantalones cortos gris ceniza que le llegaban hasta la rodilla, y lo sujeta con su cinturón militar de placas de metal plateado unidos por tiras de cuero. Encima se pone una holgada túnica, también gris ceniza, la cual pendía desde sus hombros hasta sus muslos. Se aseguró que su espada y su cuchillo estuvieran en sus respectivas vainas en su cintura, no quería ser atrapado en ningún momento sin sus armas. Buscó en su gabinete una tela rojo sangre, la cual dobló a la mitad y sujetó en una esquina con un imperdible de plata que tenía grabado el Escudo de Aer. Deslizó su cabeza entre el imperdible y el doblez, asegurándose que el imperdible quedara en su hombro derecho, de manera que su capa estuviera bien puesta. La capa rojo sangre bajaba cómo una cascada desde sus hombros hasta sus tobillos, y dejaba una apertura por dónde sacaba su brazo derecho.
Con su capa puesta él se movió hacia la puerta de su habitación. Esa capa era esencial tenerla puesta, era símbolo de su posición social y de su profesión. El no se podía dignar a que lo vieran si ella, no quería ser identificado cómo un mísero plebeyo o esclavo.
Abre la puerta de roble macizo de su habitación y se topa con una larga escalera en espiral que descendía hasta la nave principal del palacio. Baja con calma y con mucho sueño.
Iba a ser un largo día.
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La Catedral Terra, en Aer, era donde se realizaban los oficios religiosos reales, fueran de Aer, Unda o Flamma. Era la primera catedral gótica de Europa, construida en el siglo V y hecha de caliza pura extraída de una cantera cercana a Aer. Consistía de una enorme nave central de piedra carbón formada por columnas de casi 20 metros de altura, las cuales aguantaban el peso de unos arcos puntiagudos de los que consistía el techo. Entre las columnas se encontraban vistosos vitrales de la pasión de Jesucristo. Estos vitrales llenaban la catedral de un asfixiante manto de luz multicolor. En el extremo de la Catedral se encontraba un altar de granito que se cree que provino del Santo Sepulcro en Jerusalén. Detrás del altar estaba un enorme crucifijo de oro puro que tenía más de tres metros de altura. El crucifijo estaba rodeado de un inmenso ventanal de cristal, viendo al este, de manera que cuando el sol nazca la dorada luz bañe a los creyentes con tibia luz. Los contrafuertes en su exterior estaban rodeados por jardines de plantas color jade, y las enormes torres junto a la catedral contenían enormes campanas bendecidas en Roma antes de su caída. Esta catedral se levantaba sobre el resto de la ciudad de Aer porque estaba en terreno elevado y porque por mucho era el edificio más alto de la ciudad. El único edificio que siquiera llegaba cerca era el Palacio, el cual estaba al frente y tenía casi la misma altura. Entre estos dos edificios estaba una enorme plaza de lajas, la cual era el centro de la ciudad.
Normalmente esta catedral era un lugar feliz, lleno de flores de muchos colores y de feligreses rezando y agradeciendo sus bendiciones, pero no ese día. Era el funeral del rey Bricio Baltasar Undado, y todos los presentes estaban con la cabeza agachada, y algunos llorando al lamentarse la pérdida de su soberano. Bricio estaba al frente del altar en un sarcófago de cristal, estaba acostado ahí en ropa blanca, sábanas blancas y pétalos de flores achicorias, las cuales eran de un color azul cielo. Sus brazos estaban cruzados frente a él, y con la espada recostada sobre su pecho ocultaban la enorme cicatriz del hacha infernal que le causó la muerte. Su expresión era de irónica paz.
Octavio se sentía culpable de lo ocurrido. Fue culpa de él que Bricio estuviese muerto. Se acordó de la batalla de Monte Canopo, del pagano y su horrible navaja, quién él logró derrotar por un margen muy pequeño. Si tan sólo hubiera actuado antes, Bricio seguiría vivo y nada de esto hubiera ocurrido. No se atrevía a ver ni el sarcófago ni el crucifijo. No merecía ese honor.
La depresión emocional sumía la iglesia en una extraña sombra que parecía no haber tenido jamás, las paredes que eran de un color pastel se veían ahora de gris fantasma y todos los vitrales estaban apagados, no había sol afuera. El cielo nublado complementaba la tristeza que se sentía.
Se permitió a sí mismo levantar su cabeza a buscar al hijo de Bricio, su amigo Lucio Baltasar Undano el cual estaba sentado un par de filas más adelante. Se veía sombrío y distante, no parecía ser el mismo que antes de la batalla. Sus ojos negros estaban clavados en el cofre, y su normalmente pálida cara estaba roja por las lágrimas. Su cabello negro estaba despeinado, y su cara de complicidad estaba reemplazada por una cara de enojo.
El padre comenzó a dar su sermón. Por supuesto, lo estaba dictando en latín, y de todos modos Octavio no le hacía caso. Estaba enfocado en Lucio, y estaba preocupado por él. Después de todo, su condición actual era su culpa.
La misa estaba terminando, y los hombres de honor se levantaron a cargar el sarcófago real hacia las afueras de la ciudad, al cementerio real. Maximiano y Nerva, quienes estaban al lado de él y tenían sus armaduras de gala con detalles en rojo puestas, se levantaron y caminaron hacia el altar, donde llegaron además Ivo e Ignacio. Entonces agarraron el ataúd por las asas, y lo comenzaron a cargar fuera de la iglesia. El coro de la iglesia comenzó a cantar un melancólico réquiem que drenó toda esperanza de los espectadores. Mientras el ataúd pasaba, las personas se levantaban y caminaban hacia el pasillo central, donde comenzaron a salir en silenciosa procesión.
Mientras salía Octavio distinguió a Lucio. Aún no se había levantado de su banca. Estaba viendo hacia delante, al parecer sin ninguna intención de irse de la catedral. “Algo no está bien…” piensa Octavio. En vez de salir con la procesión fue a donde estaba su amigo, se sentó a su lado e intentó hablar con él. Pero Lucio fue el que comenzó la conversación, y sus ánimos no podían estar peor.
—Habla rápido. —
— ¿Te encuentras bien? Te noto extraño…—
—Estoy bien…te puedes ir. Déjame rezar. —
—Lucio, ¡no me ignores! ¿Qué te pasa?—
—Nada…te puedes ir…—
— ¡Escúchame!...—
— ¡No! ¡Escúchame tú! — Lucio se hartó de la conversación y miró a Octavio con unos ojos rojos llenos de lágrimas. Parecían demostrar odio, mas no encaminado hacia él, sino hacia alguna otra cosa. Octavio no se atrevía a adivinar hacia qué. —Tal vez no entendiste… cuando dije ‘te puedes ir,’ no te lo estaba sugiriendo. —
Octavio se levanta de la banca, preparando para irse. Abre su boca intentando buscar algo que decir, pero nada sale. Sin más remedio se retira del área y se une a la procesión, pero un pensamiento se quedó en su cabeza.
“Algo verdaderamente malo le está pasando, él jamás hubiera apartado a alguien así. Debo ayudarlo”
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Octavio bajó las escaleras en espiral de su torre, y se encontraba con un pasillo tras otro de puertas y de esclavos trabajando. Octavio no tardó mucho en atravesar los pasillos para llegar a una puerta grande de roble que estaba abierta. La puerta llevaba al desayunador, habitación bien decorada y arreglada. Tenía una serie de ventanas que abarcaban el muro completo y que mostraba la ciudad abajo en plena faena. Esa ventana llenaba la habitación de luz dorada de la mañana. Dentro había una enorme mesa de roble rectangular llena de comidas con cinco pequeños divanes. No había esclavos en la habitación, porque a la familia real no le gustaba ser observada.
Ya estaban ahí Maximiano, Nerva y Elena, y había dos divanes desocupados. Uno de ellos, ubicado opuesto al del rey Maximiano, no había sido ocupada desde hace 17 años. Habían unos rastros de telarañas y de polvo en esa bien ornamentada silla, y tenía escrito en el respaldar un nombre, Mérope Melquior. Esa ya era una visión a la que ya estaba acostumbrado, el puesto que solía ser de su madre, así que no le prestó mucha atención.
Él fue a otro diván y recostó boca abajo para comer.
—Impuntual. — Dice seriamente una muchacha de 14 años acostada al lado de Octavio. Era Elena, su hermanastra. Tenía pelo chocolate extremadamente largo que estaba amarrado en dos trenzas a ambos lados de la cabeza, las cuales se juntaban detrás de la cabeza y formaban una sola trenza larga que llegaba a su cintura. Ese nudo estaba oculto tras un lazo rojo. Tenía piel un poco más bronceada que la de Octavio, pero su cara y su piel estaban maquilladas con una base blanca, a base de leche, señal de buen gusto y de alta posición social. También poseía unos brillantes ojos miel y demasiada inteligencia para su edad. Su cara contenía una pequeña sonrisa inexpresiva tras la que siempre ocultaba sus verdaderas intenciones. Una pequeña diadema de diamantes en su cabeza era muestra rotunda de su riqueza.
— ¿Algún problema?— Contesta Octavio, no dejándose dominar por su hermanastra. Octavio sabía que tenía que tener cuidado, porque la sonrisa inexpresiva de su hermana jamás cambiaba y tras ella siempre se ocultaba. Ella hacía tiempo había aprendido a reprimir sus emociones, y su calmada respuesta demostraba su casi inagotable paciencia.
—Sí. — Contesta la princesa.
— ¿Y qué vas a hacer al respecto? Sabes que yo te ganaría en lo que sea. —
—No— Elena retiene su sonrisa inexpresiva.
—No tengo tiempo para discutir contigo. —
— ¿O?—
Maximiano interrumpe. —Ya, niños. No peleen. —
—Ya lo oíste, niña. — Octavio continúa.
—Hablaba contigo. —
—Él les hablaba a los dos. — Nerva se entromete en la discusión. Nerva jamás podía estar en Aer, siempre estaba ocupado manteniendo a su Cuarta Legión en la fortaleza de Aldebarán, y odiaba tener que soportar que sus dos hermanos menores que peleaban sin cesar. — ¿No pueden parar de pelear por cinco minutos? ¿Por favor?—
Octavio decide detener la pelea por el momento para agarrar comida de los platos frente a él. El hambre le corroía las entrañas. Octavio oye con atención mientras su familia conversa sobre cosas irrelevantes, hasta que una frase capta su atención.
—Hoy hay una reunión de los reyes de la Alianza. — Contesta el rey. —En teoría era confidencial, pero alguien esparció la noticia. —
Octavio se pregunta acerca de la confidencialidad de Orestes.
— ¿Hoy? ¿Pasó algo?— Nerva pregunta. Él sabía que no debería haber una reunión de esa magnitud a menos que pasara un evento mayor.
El rey no cambia su expresión. —Es una reunión confidencial. Pero puedo decirles qué algo malo pasó hace unos días. —
— ¿Que tan malo?— Pregunta Elena, ahora interesada en la conversación. —Del 1 al 10—
—12— Responde Maximiano, completamente serio. La sala se quedó completamente callada. Se podían oír las inhalaciones de los presentes por el silencio.
— ¿Sabremos mañana de que se trata?— Pregunta Octavio, rompiendo el silencio al la curiosidad obtener provecho de él.
—Rueguen que no. Ojala se resuelva hoy. —
La sobremesa continuó, pero no volvieron a hablar de nada importante. Mientras los distintos miembros de la familia se apartaban e iban a realizar sus labores matutinas Octavio se aproxima a su hermanastra y le comienza a hablar.
—Esta noche viene Lucio, Voy a necesitar de tu ayuda y la de…—
—50 Denarios. —
— ¿Me vas a cobrar por invitarte?—
—Sí. Porque si yo no voy, Camila no irá. Si Camila no va, todos tus planes para sacar a Lucio de su depresión serán en vano. —
—25—
—35—
—Trato. — Dice Octavio. Él no esperaba que la avaricia de Elena le costara ese día, pero al parecer se equivocó. Elena, con su sonrisa arácnida, extiende la mano hacia su hermano. Octavio se ve forzado a desembolsar las monedas de oro.
— ¿Estarás ahí, verdad?—
Elena agarra las monedas y le da la espalda a su hermano en silencio total. Octavio odiaba el hecho que Elena fuera tan inteligente. Ella siempre ganaba mejores notas en la tutoría, tenía un vocabulario más amplio, y siempre sabía lo que estaba pasando y las intenciones de las personas, especialmente de Octavio y Camila. Esa era una habilidad que él envidiaba. Pero ya estaba acostumbrado, y ya tenía su promesa de estar presente. Eso era suficiente, al menos ella era una persona de palabra. Ignacio iba a venir, de eso estaba seguro. Nada más faltaba confirmar a Camila, hazaña no tan fácil cómo suena…
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—Esto realmente serio, mi señor. — Dice el viejo doctor.
Octavio empalidece. — ¿Cuánto tiempo?—
El doctor modula cuidadosamente sus palabras. —No verás Nochebuena. —
A Octavio se le pierde la voz. No sabe cómo reaccionar ante el anuncio de su muerte.
—Esto no puede terminar así— Octavio intenta racionalizar. —Esto es demasiado estúpido, morir de esta manera. No permitiré que mi muerte sea recordada como la de un cobarde. Se supone que yo sea el pilar de la defensa de Aer, ¿pero cómo pudo defender a mi mundo si soy un vil alimento de gusanos?—
—Las enfermedades terminales no son sinónimo de cobardía—
—No entiende mi posición doctor, la gloria sólo puede ser encontrada en batalla. ¿Cómo podré enfrentarme a mi Dios y a mis distinguidos ancestros cuando la muerte me obligó a rendirme temprano? ¡Seré maldito por toda la eternidad! ¡Mi muerte no significará nada! ¡Quizás hasta me vuelva en una estrella, ya que nadie me recordará!—
—Pero ya el destino ha hablado. —
— ¡No hables del destino, viejo! ¡No moriré en mi cama, jadeando cómo un perro por su aliento! ¡No permitiré que ese sea mi legado! ¡Moriré en un campo de batalla! ¡No importa cómo, pero moriré en defensa de mi nación!—
El doctor no intenta disuadir a su paciente real. —Tu enfermedad te destruirá lentamente los pulmones, escupirás cada vez más sangre cómo aquella que escupiste esta mañana. Te quedarás sin aliento constantemente, toserás y tu laringe sangrará. Cada vez perderás más el aliento, y serás cada vez más débil. Y entonces, cuando se acerque el final, verás lo peor, ilusiones, alucinaciones, tus ojos jugarán con tu cerebro. Y así morirás, ahogado en tu propia sangre, a menos que encuentres el campo de batalla anónimo que tanto anhelas. —
Octavio le paga al doctor y lentamente se va del consultorio. Entre el Druida de Monte Canopo y el doctor lo han condenado al infierno de los cobardes, por morir de una manera tan humillante. No quería morir, pero desde ese día acepto sumisamente la cruel verdad.
Él era un muerto andante.
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Dos estrellas aparecen esa mañana en el cielo diurno. Una enorme batalla en el cosmos de la cual la mísera humanidad era ignorante. Dos estrellas luchaban hasta la muerte, y el resplandor de su poder logra opacar al sol por breves momentos. Los habitantes de Aer quedan horrorizados por este augurio, y sus miradas quedaron clavadas en el duelo. Pero no tenían sentidos para percibir el terror absoluto de tal despliegue de poder. Una pequeña parte de toda esa muestra era suficiente para borrar toda la historia de la humanidad. Hasta el sol cambió su rumbo ese día para evadir los golpes celestiales.
Las otras estrellas lo hacían para mirar con rencor a la ciudad en la Alianza, esperando pacientemente su caída. La Ciudad se llamaba Aer. La más grande y rica de las tres capitales de la Alianza, Aer rebozaba en opulencia y esplendor. Las casas eran mayormente de argamasa blanca con tejas rojas. Las calles estaban pavimentadas de lajas. Un acueducto que bajaba del manantial junto al palacio le brindaba agua fresca a toda la población, y sacaba las aguas servidas de la ciudad.
La ciudad estaba construida en una colina cónica con la punta achatada que se levantaba sobre una planicie que hubiera sido infinita sino hubiera sido por las siluetas de las Montañas Centinela al oriente. Esa colina fue creada por la estrella Shaula cuando ascendió al firmamento eones antes de la llegada del hombre. La ira que desató creó una onda de choque que aplanó toda la región, excepto esa pequeña colina que se encontraba bajo el lugar preciso de su escape. Desde entonces esa planicie ha estado cubierta por hierba de más de un metro de altura, y los árboles aún no han podido colonizar efectivamente la inmensa llanura. Pero los hombres sí colonizaron la colina y la transformaron en esta orgullosa ciudad, desafiando a las estrellas con su presencia.
Las avenidas formaban siete círculos concéntricos, que se llamaban cómo las órbitas alrededor de la tierra que representaban: Luna, Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno. Un enorme anillo de piedra caliza pura rodeaba la avenida de Saturno, y era la principal defensa de la ciudad. Un segundo muro más pequeño se encontraba dentro de Luna, ese muro marcaba la punta achatada de la colina de la ciudad, esa punta achatada era la plaza central, que contenía a la Catedral de Terra y al Palacio Aer. En esa plaza se cruzaban las dos avenidas principales de la ciudad que funcionaban cómo dos diámetros perpendiculares de la circular ciudad.
A Shaula, que observaba la ciudad esa mañana, le constaba ver que Aer se encontraba sola en esa llanura. Trescientos años de guerra, peste y sitio han eliminado la mayoría de los asentamientos, quedando solo la Ciudad de Aer y sus 30 000 habitantes. Las carreteras imperiales cubrían la llanura en todas direcciones, pero las ciudades más cercanas, Proción y Sirio, se encontraban a al menos una semana a caballo.
Lentamente una de las estrellas se desvanece del cielo para no aparecer nunca más, la otra se atenúa lentamente hasta regresara su brillantez normal, oculta por el resplandor solar. Una más entre incontables soldados. Aer entera soltó un suspiro para ocultar su horror.
Y total a Octavio no le asustaban tales espectáculos celestiales. Estaba más concentrado en su trabajo actual, llegar a Marte a la herrería de la milicia de Aer, y a Saturno a negociar con Camila.
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Un par de días antes, Octavio estaba caminando por el palacio, sin hacer nada en especial. Simplemente explorando los pasillos del castillo sin ninguna preocupación. El Palacio era enorme, y había pasillos secretos que ni siquiera conocían los residentes. Cuando quería escapar del excesivamente leal Orestes entraba en estos pasillos, y de esta manera había encontrado pasillos mohosos y catacumbas húmedas. Que hacían ahí no era de su incumbencia.
Octavio estaba explorando uno en especial que jamás antes había visto, cubierto por moho y por muchas otras substancias extrañas en las paredes. Parecía que nadie había estado aquí en cientos de años. Entonces se encuentra una curva, gira y para su sorpresa se encuentra a Orestes ahí parado, esperándolo.
—Hola señor. —
— ¿Ho…la Orestes?— Contesta Octavio sorprendido ante el evento. Lo más chocante es que Orestes se comportaba como si lo hubiese estado esperando. ¿Podría él algún día parar de ser tan extraño? — ¿Qué haces aquí?—
—Siempre estoy aquí, señor. ¿Puedo enseñarle una cosa?—
Octavio estaba extrañado ante esta pregunta. Primero Orestes parecía haberlo estado esperando y ahora él le quería mostrar una cosa. Y pensar que él estaba explorando esos pasillos para escapar de él. Qué ironía. — ¿Qué cosa?—
—Solo una curiosidad, Señor—
Octavio sigue a Orestes a través del pasillo misterioso a través del palacio. Llega a un lugar que parece ser un dormitorio oculto. Era un lugar escondido pero tenía ventanas, las cuales mostraban un muy buen paisaje de la ocupada ciudad abajo y llenaban la habitación de dorada luz solar. También contenía tapizados y unos libreros. El problema es que la falta de mantenimiento hacía que las ventanas estuvieran completamente sucias y algunas secciones estaban rotas. Los tapizados en vez de ser rojos con el sello de Aer eran blancos con un sello de un pájaro raro que parecía un ave fénix, y además estaban rasgados casi por completo. Los libros estaban todos rotos y desparramados por todo el suelo. La cama estaba desgarrada por el tiempo. Todo estaba cubierto de telarañas y polvo. La habitación tenía un aura de soledad, tristeza y melancolía.
—Orestes, ¿Qué es este lugar?—
—No sé, señor. Este es el lugar donde me encontraron abandonado. —
— ¿ah?—
—Una de las sirvientas encontró esta habitación gracias al llanto de un bebé hace más de veinte años, señor. Ese bebé era yo. —
—Y desde entonces la gente del castillo te adoptó…—
Hubo un momento de silencio. Octavio vio la cara de Orestes, y encontró que no parecía tener ninguna reacción al contar este incidente. Su ojo izquierdo azul y su ojo derecho marrón ambos estaban completamente secos, el hablar de un tema así debería a lo menos tirar una lágrima. Pero Orestes estaba tan sereno como siempre, parecía que hubieran estado hablando de comidas favoritas. Otro detalle más que intrigaba a Octavio.
Orestes sorprende a Octavio al interrumpir el silencio. —Señor—
— ¿sí?—
—Mire ese escritorio. —
Octavio camina hacia el escritorio y encuentra ahí un objeto brillante. Era un magnífico relicario de oro, una pequeña joya de metal amarillo con una cadena para atarlo al cuello y una abertura por donde se abría. Octavio no pudo resistirse a tocarlo y al hacerlo sintió el frío del metal. Era oro puro, los grabados eran de la más alta calidad, hechos por un experto. Entonces abrió el relicario. Le dio piel de gallina. En la ranura donde debía estar un retrato del dueño no había nada.
— ¿De quién es esto?— Octavio aún no entendía que estaba haciendo aquí. ¿Y que era este relicario? ¿Y por qué le había dado piel de gallina? Sentía algo extraño en este relicario, como si estuviese vivo y no quisiera que su sueño fuera interrumpido. Orestes sacó a Octavio de su reflexión al responder con un tono de indiferencia.
—No sé, señor. —
A Octavio se le ocurrió una idea. Era un relicario abandonado desde Dios sabe cuándo. Además había algo extraño en él, ¿qué hacia algo tan valioso sólo? — ¿Te importa si me lo quedo?—
— ¿Para qué, señor?—
Octavio inventó una excusa. —No es la mejor idea dejarlo aquí tirado. —
—Adelante, Señor. — Sorprendentemente, Orestes inventó una excusa mejor. —Necesita un regalo de cumpleaños para la Señorita Camila. —
Ese era un detalle que se le había olvidado completamente hace tiempo. El regalo de Camila, ella no le perdonaría que no le diera nada. No tuvo más remedio que aceptar la generosa oferta. —Gracias, Orestes. —
Octavio agarró la joya y se preparó para salir de esa habitación cuando Orestes habla.
—Señor, quiero pedirle un favor. Nadie más sabe de esta habitación, y me gustaría que continuara siendo un secreto. Por favor no le cuente a nadie, señor. —
— ¿Y la sirvienta que te encontró aquí?—
—Murió ayer, señor. —
Octavio supo de inmediato que no debió hacer esa pregunta. —De acuerdo. — Salió de la habitación y fue al mohoso pasillo, prometiéndose ser más cuidadoso con sus preguntas en el futuro. Pero una duda permanece en su cabeza:
“¿Por qué quería mostrarme esa habitación y darme el relicario?...”
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Octavio se encontraba tan alegre con su nueva armadura que decidió no quitársela al salir de la herrería. Una coraza de metal color carbón que cubría todo su pecho, y unas franjas color carmín a sus costados, debajo de capa roja que cubría todo su lado izquierdo. Un escudo redondo de madera estaba en su mano izquierda, una tachuela de metal en el centro para sostenerlo en medio de un combate. El casco y su penacho rojo lo distinguían a él y a su posición.
También compró una espada nueva, una espada de caballería de un metro de largo, llamada spatha, para poder pelear desde un terreno más apropiado para un oficial.
La armadura era tan ligera que ya se había olvidado que la tenía puesta. La Espada estaba en su vaina y el escudo estaba colgado de su caballo. El casco lo tenía puesto para demostrar su posición ante los plebeyos y esclavos.
Continuó cabalgando hacia una casa grande ubicada en el último círculo concéntrico que era el mapa de Aer. El exterior blanco y las tejas rojizas concordaban con el estilo del resto de las casas del distrito. La casa tenía dos pisos, una fachada de argamasa blanca con tejas rojas, tenía en frente un jardín lleno de flores marchitas y estatuas decorativas rotas, y tenía ventanas de cristal fino y sucio. A simple vista se notaba que algo malo le sucedía a la casa.
Él se baja de su corcel Libra, lo ata a un poste y agarra su escudo. Orestes y su caballo Cáncer hacen lo mismo. Ambos pasan a través del descuidado jardín y entran a la casa. Detrás de la puerta estaba un sombrío pasillo que llevaba directamente al corazón de la casa, el jardín bien decorado que estaba en el centro.
Era un gran jardín interior, a diferencia del jardín exterior se encontraba muy bien cuidado y arreglado. El jardín era al aire libre, y estaba rodeado por una terraza techada. Se podía ver el pasillo del segundo piso que iba a modo de balcón alrededor de todo el patio, pero que se sentía completamente abandonado. El jardín en sí consistía en unas camas de flores de distintos colores con un charco de agua cristalina en el centro, donde residían unas aves acuáticas de plumaje blanco perla. Había mariposas volando entre las plantas, y otros pájaros reposando cerca. Pero ningún humano. La casa estaba completamente desierta, no parecía haber nadie ahí. La casa se notaba triste en su soledad.
Octavio caminó por la terraza, buscando alguna señal de alguien. Entonces oyó una voz detrás de él. La voz sale de una de las muchas sombras de la casa, e inmediatamente la reconoce. Era Celeno, la sirvienta de Camila.
— ¿Viniste por la dama Camila?— Dijo Celeno, oculta en una sombra. La sorpresa en la expresión del príncipe era evidente, él no la había visto. Ella parecía siempre estar por todos lados, oculta en una sombra hasta que ella decide que la puedes notar. Para entonces ella podía hacerte una maldad, cómo robarte todo el dinero o desarmarte la armadura sin que te dieras cuenta. Él jamás le ha visto la cara, la cual estaba siempre oculta en una sombra. –La señora está entrenando ahora mismo, está en la segunda habitación a la derecha en el segundo piso. —
— ¿Dónde estabas todo este tiempo?— Octavio no sabe por qué preguntó esto. Celeno jamás le daba una respuesta directa, menos le iba a decir su secreto de operación.
—Vigilándote. Yo sé bien lo que eres capaz de hacer. —
—Eso no me ayuda. —
— Estuve aquí. Todo el tiempo. Viendo el jardín. —
No se iba a dejar ganar. — ¿Por qué?—
—Me gusta ver el jardín. Es colorido. —
— ¿Todo el día?—
—Sí. Todo el día. Todos los días. Ya deberías saber que yo siempre estoy aquí, en mi muro favorito. —
Él repitió esas palabras en su cabeza, —Muro favorito…—Viendo que no podría extraer mucha información de esta señora, como siempre, él decidió terminar la conversación rápido. — ¿Dónde dijiste que estaba Cam?—
—Señora Camila, para ti. Ella merece tu respeto. — Celeno regaña a Octavio, cosa que en teoría no debería poder hacer. A Octavio le daba igual, no le hacía caso de todos modos. —Ella está entrenando ahora mismo, está en la segunda habitación a la derecha en el segundo piso. Cuidado con tropezarte. —
—Gracias. — Esa última frase lo perturbó, ‘cuidado con tropezarte.’ ¿Qué habrá sido? Capaz que era uno de los juegos mentales de Celeno para asustarlo, así que decidió ignorar ese comentario. Eso después de asegurar que su armadura estuviese completa, por supuesto, ella era realmente sigilosa y él no sabía hasta qué extremo ella era capaz de llegar.
Llegó tras una corta caminata a las escaleras que llevaban al segundo piso. Eran anchas y con barandales de roble, con escalones cubiertos de una madera que no conocía. De frente tenían al jardín, y a la mitad regresaban a su dirección original, quedando el patio de frente. Las subió y encontró frente a él el pasillo, a modo de balcón, que iba todo alrededor del patio central y que daba acceso a todas las habitaciones superiores. La habitación donde estaba Camila era la segunda a la derecha, así que se preparó y caminó hacia la puerta.
Entonces abrió silenciosamente la puerta y entró a la habitación. La habitación tenía muros color pastel. Una serie de ventanas que iba de piso a techo miraba al balcón y al patio central e iluminaba la habitación de cálida luz dorada.
Pero había demasiado silencio.
No parecía haber nadie. El cuarto estaba también lleno de escondites, y Octavio tenía la extraña sensación de estar siendo observado. Continuó caminando. Llega al centro de la Habitación. Nada. Celeno lo engañó. Regresa a la entrada.
Algo pasa junto a su pierna.
Apunta al piso con su espada. Suspira de Alivio. Es Solamente Luna, la gata negra, que sobaba su negro pelaje en la armadura de Octavio.
“¡Es solamente esa bola de pelos!… espera un segundo. Ese gato siempre está en la misma habitación que Camila, o sea ella está aquí. Si todo está tan callado y no parece haber nadie… Entonces-“
“Demasiado lento.”
“¡Es una trampa!”
En ese momento Octavio levantó por instinto su escudo hacia la izquierda, bloqueando un ataque con una lanza. La gata salió huyendo. El atacante realizó una vuelta de carnero y terminó en posición de combate a metro y medio frente a Octavio. El atacante tenía una lanza, dos vainas de espadas atadas a su cintura, y tenía una reluciente armadura plateada con detalles repujados en azul. Daba mayor libertad de movimiento y era más ligera que la armadura que él tenía, pero seguía siendo resistente a casi cualquier tipo de ataque. En su mano izquierda estaba un escudo redondo con una figura de Gorgona en el centro. El atacante era apenas más bajo que Octavio, tenía un sedoso cabello negro ónice que llegaba hasta media espalda, piel blanca cómo la nieve y unos feroces ojos azul zafiro. Tenía 16 años y era mujer.
Octavio soltó una sonrisa, igual que la agresora. Los combatientes comienzan a orbitar. La luz dorada brillaba cegadoramente a través del ventanal del salón. Él avanza hacia la joven y la impacta con su escudo. Ella intercepta el golpe con su propio escudo y empuja con su lanza. Octavio reacciona con su espada, ella aprovecha y arremete nuevamente con su escudo y logra darle en la coraza al príncipe. Octavio usa el golpe cómo impulso para girar a su derecha y realizar un enorme corte horizontal. Ella se agacha para evadir el corte, suelta su escudo, agarrara la lanza con sus dos manos y ensarta hacia él desde abajo. Él evade y contraataca con un corte de su espada, que ella bloquea con el centro de su lanza. Octavio vuelve a cortar con mayor fuerza y ella lo bloquea nuevamente. Pero él continúa haciendo presión contra el arma de madera hasta que la logra destruir. La atacante da un paso hacia atrás para evadir el corte de su contrincante. El fuego azul de los felinos ojos de la atacante parece encenderse. El príncipe sonríe ahora en ventaja.
La atacante aprovecha para lanzarle a él los pedazos de su lanza destrozada. Él no se detiene en su arremetida y continúa cortando el aire frente a él. La atacante evade los cortes con sus reflejos felinos, y espera el inminente error de su atacante. En efecto, Octavio se desespera e intenta una estocada, que ella fácilmente evade. Con una corta vuelta de carnero ella se encuentra a varios metros de su oponente. Posa sus manos sobre las dos vainas en su cintura y saca a sus armas favoritas, las espadas gemelas Castor y Pólux. El fuego azul en su mirada se enciende tanto que brilla por toda la extensión de los dos monumentos de un metro de acero forjado que ella tenía en cada mano. Octavio borra su sonrisa. —Oh-Oh. —
Brillantes destellos de acero bailaban por toda la habitación.
Mientras este combate ocurría, el leal Orestes se quedó en su posición sin poder mover un músculo. Tenía órdenes explícitas de no interferir en estos duelos. En vez volteó su mirada hacia una sombra que estaba a su derecha y comienza a hablar sin mostrar ninguna emoción en especial.
—Sé que está ahí, Señora Celeno. —
La sombra no cambia su apariencia, pero de ella sale una voz.
—Eres bueno descubriendo mis escondites. Nada mal para un romano. — La sombra suelta una pequeña risa. — ¿Por qué no vas a ayudar a tu señor? ¿Te ordenaron no interferir?—
—Precisamente, señora. —
La sombra suelta otra risita. —Yo tengo esas mismas órdenes. Esos dos se pasan peleando todo el tiempo. Polos iguales se repelen. —
—Pienso eso mismo señora. —
Orestes se quedó conversando con la sombra mientras el combate continúa.
Los dos duelistas bailaban al son de destellos de luz dorada del ventanal, reflejos de sus brillantes armas, el fuego zafiro de la mirada de la atacante y el azufre incandescente de la mirada del príncipe.
Octavio se encontraba peleando por sus dos flancos, más la velocidad de su escudo logra evitar un golpe directo a su coraza nueva. Intenta empujar a su oponente con su escudo. Ella se diluye en un movimiento y ahora se encontraba a su derecha, inmediatamente realiza un corte doble, pero Octavio lo bloquea con un preciso posicionamiento de su espada.
Ambos blandían sus armas sin lograr ninguna ventaja duradera, ambos duelistas eran demasiado parejos en habilidades de combate. Octavio tenía una defensa infranqueable, pero ella parecía siempre desaparecer cuando salía de la guarida de su escudo. Los destellos de los reflejos de sus espejos bailaban a su alrededor. El fuego en la mirada de los dos parecía que iba a consumir toda la habitación. Ambos estaban cegados por tanta luz, pero un extraño sexto sentido los dejaba verse entre sí.
El príncipe decide acabar el combate. Un corte directo a la cara. Ella lo contrarresta al cruzar sus dos espadas frente a su rostro. Un fuerte golpe metálico. Las tres espadas se cruzan. Ambos forcejean sus espadas.
Ambos quedaron esa posición. Ambos eran igualmente fuertes.
Octavio usa su otra mano para romper la defensa enemiga. Ella reacciona demasiado rápido. Ella se encuentra a dos metros, con sus espadas apuntando a él. El príncipe acepta el desafío, y ambos comienzan a orbitar por última vez.
Él mantiene su brazo izquierdo rígido y mantiene el escudo en dirección a su oponente. La joven carga hacia Octavio y este responde con un corte vertical, que es bloqueado cuando la joven cruza sus espadas hacia arriba. La mano derecha de la agresora estoca. Octavio evade, más ella lo tenía planeado.
Un solo movimiento rápido: se agacha, extiende su pierna derecha y comienza a girar. Su pierna se engancha en la pierna del príncipe. Continúa girando. Se lleva la pierna de Octavio. Termina de girar, se levanta, y observa las consecuencias de su técnica en su ponente.
Él es llevado por la sorpresa de la inesperada zancadilla. La gravedad no se hizo esperar.
TUD CLANK.
La felina atacante da un paso hacia su presa y le apunta al cuello con Castor.
—Te gané. Otra vez. — Comenta la joven. La dulce voz que emanaba de su boca estaba condimentada con una amarga pizca de desprecio.
— ¿Por qué eres tan agresiva, Camila?— El príncipe intenta ocultar la vergüenza de ser derrotado por una mujer nuevamente. El fuego azufre de sus ojos lentamente se apaga. — ¿Algún día podrás recibirme con ‘hola’?—
—No. — Camila guarda sus espadas en las vainas en su cintura y le pasa su brazo a Octavio. Octavio agarra el brazo y se levanta del suelo. Accidentalmente sus ojos se cruzan.
Aunque a ella no le afectó, Octavio no pudo tolerar el impacto y arrastró su mirada a otra dirección. Sus pupilas apuntaban hacia abajo y sus ojos se humedecían. Camila toma cómo un insulto el no ser el centro de la atención de Octavio y por lo tanto le da la espalda al príncipe.
Él decide sonreír para romper el extraño silencio y acabar con el insólito intercambio que acababa de ocurrir entre ellos.
— ¡Cam! ¿Qué piensas de mi nueva armadura? —
Camila mueve ligeramente su cabeza y ojea a Octavio desde su posición se superioridad, entonces regresa a su posición habitual, de espaldas a él. —El rojo no va contigo. —
— ¡Deja de ser tan fría! —
—Derrótame un día y veremos. —
— ¡Te gané ayer!—
—Estaba resfriada. —
— ¡Y hace tres días!—
Camila se voltea para poder discutir mejor. —Mira Octavio…Olvídalo. Me voy a bañar…—
— ¡¿Ahora?!—
—…así que tú y Orestes esperen frente a mi cuarto. Ahora regreso. —
Camila salió de la habitación antes de que Octavio pudiera protestar. Él solo pudo mirar a Orestes buscando una solución a este dilema. Orestes simplemente lo miró de vuelta con esa mirada extraña que él tenía y levantó sus hombros. Algo se movió en el estómago del príncipe, se olvidó que no debía ver a Orestes a los ojos. Sin más remedio, Octavio decidió sentarse en una silla frente al cuarto de Camila y esperarla ahí, y Orestes lo siguió.
—Esa Camila es incurable…—
—Te escuché. —
— ¡Rayos!—
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Esperar era eterno. Octavio intentaba contactar a Camila a través de la conexión, pero estaba bloqueada. Octavio se preguntaba por qué a ella le gustaba estar bloqueada casi todo el tiempo. O peor aún ¿por qué ahora?
Varias veces intentó conversar con Orestes, pero él no daba buen diálogo. Celeno, como siempre, brillaba por su ausencia. Hasta intentó abrir la puerta para espiar a Camila y revisar que era lo que le estaba tardando tanto, pero ella había trancado la cerradura esperando ese movimiento. Entonces vio algo frente a él en el piso. Era Luna jugando con un juguetito en forma de ratón. Octavio acercaba su mano para tocar al animal.
— ¡Gatito, gatito! … ¡Auch!—
El gato le dio un zarpazo a Octavio. La armadura que tenía puesta le impidió sentir dolor, pero reaccionó de esa manera por naturaleza. Octavio juraría que el gato estaba revolcándose de la risa en el suelo.
—Bien hecho Luna. —
En ese preciso instante Camila abre su puerta y se agacha para agarrar a la gata. Luna corre hacia Camila y termina en sus brazos, y se levanta mientras sobaba el brillante pelaje del animal. En ese momento entra al cuarto.
—Pueden pasar, pero no se atrevan a tocar nada. —
Octavio quedó extrañado ante esa petición, y decidió levantarse antes de que Camila cambiara de opinión. Era mala educación entrar a la habitación de una joven sin ser invitado. Orestes lo siguió a una corta distancia atrás, listo para cualquier cosa. Octavio pasa por la puerta, la cual tenía un anuncio amistoso de bienvenida.
“Cuarto de Camila.”
“Entra y MUERE.”
“PS. Especialmente tú Octavio.”
Ignoró ese letrero al pasar al lado de la puerta. Cuando entró notó que la habitación había sido remodelada desde su última visita. “¡Por eso es que quería que entrara!” La cama de madera, el librero y la peinadora todos seguían ahí, pero estaban en distintas posiciones. Las paredes eran ahora color arena con frescos grecolatinos, y la ventana que veía a la calle tenía una cortina blanca enrollada a los lados. También veía una puerta que iba hacia el baño privado de la habitación, un lujo que muy pocas personas tenían. Qué rayos, ni él tenía eso.
Octavio se sentó en la bien ordenada cama, intentando no ser muy irrespetuoso, y entonces buscó a la propietaria del cuarto. Camila apareció sentada en una silla frente a su espejo, peinándose su sedosa cabellera. Octavio sabía que lo estaba observando a través del espejo, así que decidió actuar cuidadosamente, Camila tenía fama de ser impulsiva y violenta si algo la molestaba, y Octavio sabía que ella tenía las vainas de sus espadas alrededor de su cintura. No se requería mucha imaginación para saber lo que podía pasar.
Entonces Octavio se fijó en Camila, quién tenía puesto un quitón color leche, hecho de lino. Era un traje casi cilíndrico, unido arriba de los hombros y en los brazos por unos imperdibles pequeños. El vestido se apoyaba desde sus hombros y el hueco terminaba justo encima de su pecho, para evitar escote. Luna la gata negra estaba sentada sobre su regazo, durmiendo cómodamente. Se veía completamente distinta que la guerrera con la armadura, menos…combativa.
— ¡Qué diferencia!—
—Al grano. ¿A qué viniste?— Camila interrumpe. Ella usaba un tono extremadamente frío al hablar, y movió sus ojos a través del espejo para hacerle un regaño visual a Octavio. Sin embargo Octavio evitó contacto visual. —No eres bienvenido, ¿sabes?—
—Mira, hay una reunión de los reyes de la Alianza esta noche, y Lucio va a estar ahí. Entonces necesito que me ayudes a jalarlo… digo, ‘convencerlo’ de que se nos una a nosotros en mi torre esa misma noche. —
— ¿Y Elena?—
—Eres tan predecible…— Octavio intento hacer una imitación de Camila, a Camila no le gustó ese gesto. —Elena aceptó ir si tú vas. Creo que Ignacio va a estar de acuerdo, y Orestes, por supuesto, va a ir. Sólo faltas tú, Y te tengo un incentivo…—
Octavio sacó de una bolsa pequeña que tenía atada en la cintura el relicario y se lo presentó a Camila. — ¿qué tal?—
Camila se quedó boquiabierta por un segundo, mientras Octavio creía ver que los ojos azul zafiro de Camila brillaban de felina avaricia. Pero ella reaccionó, cerró la boca y recuperó la compostura. Para compensar esa flaqueza en su carácter, decidió ir a la ofensiva en el argumento. — ¿A quién se lo robaste?—
—A nadie. — Octavio sonreía. Sabía que esta ronda la había ganado.
Ella se levanta y arranca el relicario de las manos de Octavio. Se lo pone alrededor del cuello. A ambos al mismo tiempo les dio piel de gallina. Camila comienza a caminar hacia el espejo y comienza a compararse con el relicario en el cuello. “No está mal…” pensó de una manera amable en ese momento sin la mente bloqueada, y supo entonces que Octavio la oyó por la sonrisa de victoria que se dibujó en el rostro de él. Bloqueó su mente otra vez, evitando que eso pasara otra vez. Camila entonces abrió el relicario cuidadosamente y no encontró ninguna foto.
La gata Luna simplemente cambia su base a la cama de Camila, donde se acurruca con un suave Miau.
Camila suspira fuertemente antes de continuar. —Iré, pero por Elena. —
—Sabía que podía confiar en ti— Octavio sonríe una vez más y se levanta de la cama de Camila. —En el palacio al anochecer. —
—De acuerdo. — Camila no podía terminar la conversación sin una amenaza. —No te atrevas a intentar nada raro, gusano. —
Octavio se despide de Camila. Bajo la mirada inquisitiva de la joven él abre la puerta, señala a Orestes para que lo siga, y baja las escaleras. Camila entonces suaviza ligeramente su expresión e inspecciona por la ventana de su cuarto al dúo mientras sale de su casa. Ellos se montan en sus respectivos caballos y se van por la avenida.
Celeno aparece desde una sombra en una esquina del cuarto y saca de una vaina en su cintura una espada.
—En guardia. —
— ¡Ya me pasé toda la mañana practicando! ¡Quiero descansar!—
— ¿Quién es el profesor aquí?—
— ¡Hoy es sábado!—
— ¡Vamos, una hora más!—
Octavio, en cambio, se dirige hacia el palacio con una sonrisa tras una ocupada mañana. Hizo una nota mental de darle un agradecimiento a Orestes por la victoria de ese día, no hubiera sido posible convencer a Camila si no hubiera sido por el relicario. Mejor dicho, conociendo a Celeno, la nana estará ahora mismo dándole un sermón sobre lo buen amigo que es y toda esa basura cursi. Camila estaba derrotada y humillada. Sonríe en victoria. También tenía que preparar los eventos de esa noche, todo tenía que quedar perfecto. Si salía bien podría consolar a Lucio, y tal vez regresaría a ser el viejo amigo que antes era.
Los reyes llegarían en unas horas, tenía que trabajar rápido.
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Paris se encontraba recostado en su nueva habitación. No podía aún creer su buena suerte. Lució le dio la posición de équite por sus servicios en Monte Canopo, con lo que su salario se había multiplicado varias veces. Héctor, su hermano menor, quedó cómo centurión. Además, Paris quedó en una buena posición en la embajada de Unda en Aer. Casi ni sentía lastima por los dos oficiales anteriores, quienes fueron exiliados por herejes. Casi.
Paris estaba acostado viendo el cielo de su cuarto. Sus brazos cruzados detrás de su cabeza, y su respiración comenzando a reducirse. En poco tiempo iba a caer dormido, la quinta siesta en la tarde, y posiblemente no la última.
Pero la puerta repentinamente se ilumina. La figura que entra portaba una rizada cabellera rubia y unos ojos de aguamarina. Un delicado velo blanco le cubría la piel. Tal era su bondad que ésta resplandecía a su alrededor, e iluminaba donde quiera que se encontrara.
Pero él ese día simplemente tenía sueño. —Hola, Estérope, que quieres. —
—Te ves mal. — Contesta Estérope preocupada cómo siempre, — ¿Estás comiendo bien?—
—Solo tengo sueño hermana, por mí no te preocupes. —
Estérope se sienta en la cama al lado de su hermano. —Más vale que te despiertes, porque te tengo una noticia que te gustará. —
— ¿La comida está lista?—
—No—
—Entonces no me interesa. —
Paris deja soltar un ronquido a propósito, pero Estérope no le hace caso. —Hoy viene Lucio, y me pidió que lo acompañaras al consejo de los tres reyes esta noche. —
Paris inmediatamente se acuerda de la imagen mayor. Lucio dejó a Estérope de embajadora porque ella se lo pidió directamente, y media alianza sospechaba que Lucio estaba atraído a esta plebeya. Los chismes viajan más rápido que las epidemias. — ¿Va a haber comida?—
—Para ti no creo. —
—No me interesa. —
— ¿Y qué harás en ese caso? ¿Quedarte aquí y tomar otra siesta?—
—Ese es mi plan. —
Estérope debió darse cuenta que impulsar al espíritu emprendedor de Paris era mala idea, Paris tenía escasez de ese elemento. Si fuera por él se quedaría ahí hasta la Segunda Venida. Estérope sabía que esa actitud no era buena para su salud, por lo que decidió atacar por otro frente.
—Paris, la infanta Elena está planeando algo. —
Como por arte de magia Paris abre los ojos para ver a su hermana mayor a la cara. — ¿Cómo sabes?— Pero luego cierra los ojos nuevamente — ¿Habrá comida?—
—No creo—
—No me interesa. —
—Pero Paris, confía en mí, tal vez ella requiera tu asistencia, acuérdate que le prometiste ayudarla en cuanto puedas. Tengo una sensación de que requerirá tu ayuda pronto. —
Sensaciones de Estérope. Por más irrazonables e improbables que sean siempre resultan ser acertadas, incluso si Paris no tenga la voluntad mental de entender las razones. Sólo por esa razón decide él hacerle caso.
—Despiértame en veinte minutos. —
Estérope se va de la habitación con una sonrisa de victoria, esa era el término más flexible que a él se le pudo ocurrir.
Paris celebró esos siguientes veinte minutos con mucha alegría.
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Los otros dos reyes y sus delegaciones llegaron simultáneamente a la ciudad, y fueron tan sutiles que muy poca gente se percató de su identidad.
No tardaron mucho en llegar a la ciudadela, donde desmontaron y entraron al Palacio. Dentro son recibidos por Maximiano y Nerva, mientras Octavio y Elena se conformaban a ser reducidos a un segundo plano. Orestes también estaba presente, pero detrás de Octavio. Tras una cortesía sigue otra, y parecía eterno el recibimiento. Entonces los reyes y sus consejeros más confiables entran a la sala de conferencia. Ignacio llega a la posición de Octavio y Elena. Exhala y comienza a hablar.
— ¡Elena! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?—
Octavio interrumpe. — ¿La saludas a ella antes que a mí?— Él tenía puesta su armadura nueva, la cual acababa de ser pulida por el diligente Orestes. Parecía un espejo gris brillante. Además quería alardear, y el hecho de ir a la ofensiva contra Elena era un beneficio adicional.
—A las damas siempre se les saluda primero. — Exclama Elena. Tenía puesta un quitón de diseño complejo, principalmente negro y dorado, y el lazo detrás de su cabeza era color dorado. Su vestido estaba decorado con muchos lazos dorados, e igualmente el nudo al final de su trenza tenía un lazo pequeño dorado. En sus orejas yacían unos pendientes de perlas blancas. El comentario de su hermano ni siquiera la molestó. —Deberías mostrar modales. —
—Eres dama cuando te conviene…—
Ignacio interrumpió a los dos hermanos. —Cálmense, no se peleen por mí—
—Nada te aprecia lo suficiente para pelearse a ti. — Camila aparece detrás del grupo. Esta vez estaba vestida en un quitón blanco marfil, con diseños geométricos cerca de los bordes, los cuales siendo de color azul combinaban con sus ojos azul zafiro. Un modesto cinturón holgado a altura de la barriga completaba el conjunto.
—Camila, — Octavio dice para interceder por su amigo, — ¿tienes que ser tan grosera?—
—Él debería estar agradecido por mis críticas constructivas, No es mi culpa que tenga baja autoestima. —
—O si, claro. Constructiva. — Ignacio continúa, su orgullo lastimado.
— ¡Ya olvídenlo!— Octavio intenta controlar a sus dos amigos, los cuales sabía que pelearían pronto. El problema, Octavio sabía, es que Camila era completamente capaz de ganarle a Ignacio.
—Bueno, creo que nos tendremos que quedar aquí esperando a que salgan de ahí, señores— Orestes cambia el tema. —Recomiendo sentarnos aquí. —
Octavio, Elena, Orestes, Ignacio y Camila se sientan en unos sofás encontrados justo afuera de la sala de conferencias, esperando que saliera Lucio.
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El rey Ivo Caspar queda pasmado ante la revelación de Maximiano Melquior, él no se esperaba que eso sucediera durante su vida. Lucio Baltasar, en cambio, parecía no importarle lo que sucedía frente a él, Su visera y sus ánimos seguían bajos.
—Antares fue aniquilada. — Repite Maximiano. —No hubo sobrevivientes, no hubo testigos. Nos enteramos de esto sencillamente porque Tántalo estaba patrullando en el área. Hemos intentado ocultar el incidente, pero ya hay rumores circundando por Aer. No podemos permitir que los plebeyos pierdan la confianza en nosotros tras este incidente. —
— ¿Por qué pasaría eso?— Pregunta Paris, un équite sin miedo a entrometerse en asuntos de reyes. —Los plebeyos le son leales ante todo a Roma, ellos no traicionarán a aquello que los protege. —
A Maximiano no le molestaba tener que responderle a ese chiquillo entrometido, ya que le daba a él más tiempo para poder hablar y exponer la situación con todos los detalles posibles. Intenta por un momento ignorar la insolencia de ese équite. —Entiende, Paris, lo precaria que es nuestra situación. El deber de la nobleza es proteger a los plebeyos a cualquier costo, y a cambio los plebeyos le ofrecen recursos y lealtad a la nobleza. ¿Pero qué sucederá si la nobleza resulta incapaz de proteger a los plebeyos? Caos. Los plebeyos buscarán otra manera de asegurar su protección, y le negarán sus recursos a la nobleza y al resto de la nación. —
Ivo resume el argumento con una oración más sencilla. —La Alianza sólo subsiste por la lealtad a la causa, si en algún momento se rompe la lealtad mutua que todos nos tenemos entonces la Alianza no tardará en caer. —
Lucio veía a los otros dos reyes desde su silla, sus tristes ojos negro sombra reluciendo a través de la visera baja de su yelmo.
Maximiano, en cambio, suelta una sonrisa de ironía. —El incidente empeora. Perdimos la reliquia sagrada que se encontraba en Antares. —
Todos los presentes de la sala menos Ivo, Lucio e Ibis se mostraron extrañados. ¿Reliquia?
Ivo toma la palabra. — ¿Antares tenía tu reliquia?—
—Una de las tres bajo mi posesión. — Maximiano fanfarronea. —Pero esa era la más poderosa de todas nuestras reliquias, es capaz de contrarrestar a las otras cuatro. Acabamos de perder toda nuestra ventaja metafísica en solo un instante. —
Nerva está petrificado de miedo por esa revelación, por lo que decide preguntar — ¿Y ahora qué hacemos?—
Maximiano le contesta a su hijo mayor con una respuesta sencilla pero eficaz. —Encontraremos a los malditos que hicieron esto, y tenemos una pista. El atraco no fue perfecto, Tántalo reporta que descubrió el saqueo porque un soldado con una armadura de Flamma gravemente herido estaba huyendo del sitio, lograron capturarlo e interrogarlo, mas el sospechoso murió poco después. Su cuerpo está en nuestra morgue. ¿Explícame esto, Ivo? ¿Acaso no tenemos permitido tener soldados en los reinos aliados?—
Ivo se da cuenta inmediatamente del ataque en su contra. Sabía que era cierto, las leyes de la Alianza impedían tener tropas en territorio de otra facción a menos que el otro rey se lo pidiera expresamente, y Maximiano no había hecho tal petición. —Eso no significa nada. —
—Ivo, significa que habían tropas tuyas involucradas en el incidente. —
—Niego toda relación con todo lo acontecido. —
— ¿Acaso dices que no sabes lo que tus soldados hacen? ¿Acaso no los puedes controlar?—
Ivo se queda callado, Maximiano tenía razón. O admitía negligencia con sus tropas o admitía estar involucrado. No sabía qué escoger, y Maximiano parecía haber ganado. Decidió salirse de la tangente — ¿Acaso no confías en mí?—
—De acuerdo. — Maximiano exhala. —Te daré el beneficio de la duda. —
— ¡¿Cómo así beneficio de la duda?! ¡¿Me crees o no?!—
—El creerte o no es irrelevante. Yo confío en ti…Pero mucha evidencia apunta hacia ti y mis soldados…—
— ¿En quién confías más? ¿En mí o en un montón de plebeyos?— Ivo se estaba enojando ante la injuria. Maximiano intentaba mantener la calma con todas sus fuerzas. Ibis, Nerva, Paris, Diomedes y Lucio esperaban callados que la discusión no terminara mal.
—Esto no es una cuestión de conf-—
Ivo se propulsa de su silla e interrumpe a Maximiano. — ¡¿En quién?!—
Maximiano logró hacer que su susto no se notara en su cara, su expresión no cambió para nada. Lucio tampoco se movió de su silla, aunque podría ser también por no estar prestando atención al mundo real. El resto de los presentes se mostraron aterrados. El silencio espectral que sigue es interrumpido por una voz.
Ibis detiene la pelea. —Mis señores, ¿Y si resulta ser un disfraz o si plantaron evidencia? Aún es temprano para asumir que su declaración es real. —
—A lo mejor es cierto. — Dice Maximiano con burla. —Tal vez esos malditos lo que querían es dividirnos, y aparentemente estuvieron por lograrlo. Propongo un descanso para calmar los ánimos con un poco de comida. Están todos invitados, síganme. —
Maximiano se levanta de su silla, le siguen los otros dos reyes, y luego el resto de los asesores. Pero Maximiano cae en la tentación de ver con suspicacia a Ivo, quien le devuelve el gesto.
Paris observó con temor esos eventos.
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—Aburrido. — Elena dice desesperada, sentada en su sofá, esperando a que salieran los reyes de la sala. Su desesperación sin embargo no se notaba a través de su cara de seriedad infranqueable.
Ya habían pasado horas y no parecían haber intenciones de que la reunión acabara. Los cinco presentes se resignaron a conversar entre ellos. Octavio hablaba con Ignacio y Orestes, mientras Camila conversaba con Elena.
Las horas pasaban y los nobles no hacían más que chismear y conversar cosas inútiles. Pero eso cambió cuando se abrieron las puertas de la sala de conferencias y salen de ahí los involucrados. No se había disuelto aún la junta cuando Octavio y su séquito logra apoderarse de Lucio y lo jalan a la torre Noreste, el cuarto de Octavio.
Y Paris los persigue esperando a que el grupo se disuelva para poder hablar con Lucio.
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— ¡Quien quiere vino!— Octavio exclama, pero el único en la sala en responder es Ignacio. Elena se creía superior al licor, Camila no quería degradarse, Orestes no le encontraba el propósito y Lucio seguía apático en su esquina. Ni siquiera Octavio tomó, el necesitaba sobriedad para poder sacar a Lucio de su depresión. Por eso es que Ignacio se quedó con todas las jarras de licor.
Cuando Octavio vio que todos sus huéspedes se encontraban cómodos entonces continuó con su plan. —Oigan, tengo este juego nuevo que me regalaron para mi cumpleaños. ¿Me ayudan a probarlo?—
Octavio saca una caja de madera que su padre le regaló y la abre. De ahí sale un tablero en forma de cruz con muchos cuadros de colores alternos. Dentro de la caja estaban las fichas de ajedrez que completaba el juego. Pero eran cuatro ejércitos, y cada uno iba en una de las esquinas de la cruz. Era un ajedrez de cuatro personas.
— ¿Entonces quienes van a jugar? Yo voy. — Dice Octavio
—Yo también, señor. — Dice Orestes.
— ¡Cuenta conmigo!— Interrumpe Ignacio entre sorbos de cerveza.
— ¡Que rayos! Voy también. — Exclama Camila.
Ignacio observa extrañado a Octavio. ¿Una mujer en un juego de guerra? ¿Acaso el mundo se estaba acabando?
Octavio decidió reprochar visualmente a Camila. Ella sabía que ese era el puesto de Lucio, pero aún así se lo arrebató. Octavio no sabía cuál era el plan de esa sádica, pero ella se mostraba con una sonrisa que no podía ser indicio de amistad.
El tablero de juego era parecido a una cruz, cada jugador teniendo uno de los brazos. Ignacio estaba al norte, Camila al este, Octavio al sur y Orestes al oeste. Cada uno se sentó en una silla, Elena se sentó en el sofá rojo sangre, junto a Camila, y Lucio se quedó sentado apático en la cama. Entonces comenzó la partida.
Sin embargo, La rivalidad entre Octavio y Camila es tal que ninguno quiso permitir que otra persona lo derrotara, por lo que ambos hicieron un pacto de no-agresión hasta derrotar a Ignacio y a Orestes. De esa manera podían luchar en duelo sin que nadie se entrometiera.
Octavio avanza al norte hacia Ignacio, evadiendo la avanzada de Camila que iba de derecha a izquierda. Orestes avanza desde su formación al oeste y comienza una batalla de maniobras con Camila en el centro del mapa. Ignacio simplemente se prepara en su territorio para el avance del agresivo Octavio.
Ignacio decide hacer caos, así que lanza a su reina hacia el este, el campo de Camila, creyendo que ella no podría contrarrestarla. Camila sorprendió a todos al derrotar a esa reina el siguiente turno.
—Nada mal para una mujer, — dice el apenado Ignacio, — ¿Dónde aprendiste a jugar esto?—
—En Amazonia todas las mujeres sabemos jugar ajedrez antes de los cinco años. —
Silencio incómodo.
— ¿Cómo así?— Pregunta Ignacio sin entender, — ¿Acaso eres una Amazona?—
—Mis padres vinieron de Amazonia, por lo que legalmente soy de allá. —
—Así que, ¿Sabes pelear?—
—Desarmada, con espadas, lanzas, hachas, masas, látigos, arcos, ballestas, cuchillos... Con un arco puedo pegarle a un grano de polen a cien metros de distancia, con dos espadas puedo luchar contra dos legionarios al mismo tiempo, también he logrado entrenar mucho mi agilidad, por lo que soy mucho más rápida de lo que ustedes romanos podrán algún día soñar con ser.—
Ignacio se esperaba un torrente de arrogancia, por lo que su siguiente pregunta logró irritar enormemente a Camila. — ¿Y Cómo puede usted pelear tan bien con un busto tan sobresaliente cómo el suyo?—
La reacción de Camila fue predecible pero sorpresiva. Lleva su mano derecha velozmente hacia su cintura y saca una espada de una vaina que ella tenía oculta. Entonces extiende el brazo hacia su derecha, la hoja quedando a un centímetro del cuello de Ignacio. Elena, sentada en el sofá a la izquierda de Camila, tapa su gesto de sorpresa con sus manos. Ignacio estaba paralizado por la amenaza en su silla, no atreviéndose a mover un músculo. Octavio borra la sonrisa que le provocó el irónico comentario. Lucio seguía apático.
Camila pone su cara frente a la de Ignacio para verse más amenazante. —Repítelo. —
Ignacio simplemente mantuvo su posición de eterno desafío. — ¿Acaso no te gustan los cumplidos?—
— ¡¿Quieres que te arranque la lengua, infeliz?!—
— ¡Camila!— Octavio se levanta de su silla e interrumpe la escena. — ¡Baja esa espada ahora!— Octavio sabe que Camila solo le hacía caso si le lanzaba una orden directa, y aún así las probabilidades eran bajas. Pero increíblemente Camila acató la orden.
Camila gira la mirada y le da su sentencia final a Ignacio. —Vuelve a hacer eso y lo lamentarás— Camila guarda su espada y se sienta de vuelta en su silla, como si nada hubiera pasado. Ignacio decidió seguirle el juego para evitar represalias. Como si nada hubiera pasado.
Los cuatro jugadores ignoran el incidente y continúan la partida. Elena decide, sin embargo, anotar eso en su mente para la posteridad. Mientras tanto, el juego continúa.
Sin su reina, Ignacio tiene dificultades defendiéndose, mientras que Camila y Orestes continuaban sus maniobras en el centro del mapa. Pero el duelo entre ellos acaba sorpresivamente, Camila se escabulle en la formación de Orestes en el momento preciso y luego completa el jaque mate. Entonces ella repliega lo que queda de sus fuerzas a las esquinas este y oeste del tablero, esperando a que terminara el duelo entre Octavio e Ignacio.
Octavio sabía que Camila iba a cargar hacia su posición el momento en que derrotara a Ignacio, así que mantuvo fichas en su región del campo. Eso debilitó sus esfuerzos en el sitio contra Ignacio. Pero Ignacio no pudo defenderse bien sin la reina que perdió contra Camila, por lo que Octavio acabó el jaque mate sin muchas dificultades.
En ese momento Camila comandó una avalancha hacia la región de Octavio. Camila hizo varios movimientos brillantes, sorteando las trampas que Octavio usó para defender su región. Mientras lo hacía, sin embargo, dejó su región sin defensas substanciales y Octavio pudo ganar la carrera al jaque mate de Camila mientras ella quedaba enredada en varias trampas ingeniosas.
—Eso te pasa por meterte con Octavio el conquistador. — Dice Octavio, declarando su victoria final. — ¡Todos inclínense ante mí!—
Orestes se levanta de su silla y se pone de rodillas.
Octavio no sabe que responder. —Era una broma, Orestes. —
— ¿De verdad? Disculpe señor. —
Con el juego concluido Octavio continúa lanzando artillería hacia Lucio, pero él no responde ni articula palabra.
La reunión se prolongó por unas horas más. Octavio se pasó casi toda la noche buscando una respuesta de parte de Lucio, el cual seguía apático. Ignacio continuaba lanzando sus bromas, varias de las cuales encontraron oposición por parte de la inflexible Camila. Elena se distraía oyendo las barbaridades que lanzaban sus compatriotas, jamás cambiando su sonrisa arácnida.
Estaban en una conversación muy agitada mientras Camila regañaba a Octavio sobre un tema sin importancia, cosa que siempre hacía, cuando alguien toca la puerta de la habitación.
—Pase. — Dice Octavio, dando gracias a Dios por salvarle el trasero otra vez de la ira de Camila. Entra Diomedes, consejero de la corte de Ivo. Tenía entonces más de 50 años, pero se notaba aún en buenas condiciones y su cabello no era aún canoso. Tenía mucha experiencia en el campo administrativo, ya que también había servido como consejero para el abuelo de Ignacio en su periodo cómo rey.
—Buenas noches Señores. — Dice calmadamente. —Ignacio, nos vamos. —
Ignacio quedó sorprendido ante la sorpresa de la sentencia — ¿Qué no nos íbamos a quedar en Aer esta noche?—
—Tu padre tuvo que hacer un cambio de planes. Nos tenemos que ir a Flamma ahora. —
—Diomedes. — Contesta Ignacio, con el tono más serio que pudo mantener, toda una hazaña por su carácter. — ¿Tienes idea de qué hora es? Orestes, por favor. ¿Qué hora es?—
—Una y media de la mañana de los Nones de Agosto de…—
—No importa Ignacio. Nos tenemos que ir. Ahora. — Diomedes se notaba estricto, aunque sintió una pequeña pizca de preocupación en la voz. Octavio se dio cuenta de eso.
“Camila, algo no anda bien…”
“Ya me di cuenta. ¿Quién se va a estas horas de la noche?”
—Lo siento chicos, me tengo que ir. ¡Nos vemos pronto!— Ignacio se despide, y por el tono de voz serio Octavio pudo notar que él, también, notaba algo mal. Se despide de todos y todos lo despiden de vuelta. Menos Lucio, por supuesto.
Antes que se cierre la puerta por la salida de Ignacio, entra otra persona sorpresivamente. Esa persona estaba exhalando fuertemente por el esfuerzo de correr a toda velocidad a través de las escaleras de la torre de Octavio. Cuando llegó se quedó sin aliento por un segundo, y su cabello hasta la espalda lo delataba cómo Paris, el cual había acumulado suficiente voluntad para subir a buscar a Lucio.
— ¡Lucio, ¿puedo hablar contigo a solas?!—
Elena no puede creer la insolencia de ese plebeyo. — ¡Discúlpame, plebeyo, No deberías estar entrando en los cuartos de los patriarcas sin permiso!—
Elena observó la cara del invasor y lo reconoció. ¿Qué hacía Paris en esta habitación? Paris también la reconoció, la saludó con la mano antes de enfocarse de vuelta en el rey Lucio al frente de él.
Lucio habla por primera vez en la noche: —no me esperen, adiós. — Sale de la habitación para no ser visto de vuelta por sus amigos en toda la noche.
Paris sale de la habitación y cierra la puerta.
Octavio se sentía ahora más culpable que nunca, Lucio se encontraba aún peor de lo que esperaba. Se sienta en silla muy desilusionado de su desempeño cuando una voz en su cabeza lo intenta ayudar.
“No creo que hayas podido hacer nada, no fue tu culpa. Tú no creías que el rey Bricio fuera derrotado tan fácil. Si es culpa de alguien, es de ese druida pagano, quien organizó toda esa carnicería”
“Si tan sólo hubiera actuado antes Bricio aún estuviera vivo.”
“Y si no fueras tan estúpido llegarías a patético, gusano. Deja de residir en condicionales. Él murió, nada de lo que hagas ahora lo traerá de vuelta. Si resides en el pasado te perderás el presente. “
Octavio suspira y agarra una de las jarras de cerveza y se intenta ahogar en alcohol para evitar la culpabilidad. Camila se sienta en su silla, esperando que Octavio entienda que, en el fondo, la responsabilidad no es de él. Era tan necio que si una idea se le entraba en la cabeza ahí se quedaba hasta que apareciera otra. Y Octavio no tomaba en serio ninguna de las sugerencias de Camila, no importa que tan bien intencionada en el fondo sean.
Las horas pasaban y la reunión parecía no querer morir. Camila y Elena comienzan con sus interminables chismes de corte. Aburrido, aburrido, aburrido… Octavio cabecea. Era ya muy tarde, tenía que dormir. En la mañana temprano había que ir a misa, y cómo nobleza que es él no podía faltar. Tenía que dormirse pronto. Bosteza.
Por suerte para el príncipe Elena bosteza poco después, tal vez bajo influencia del bostezo de Octavio. Ella también tenía sueño. Eso significaba que en poco tiempo se iría.
—Creo que me estoy durmiendo. — Comenta Elena, con su máscara comenzando a debilitarse. Ella no podía permitir ser agarrada en un estado tan débil, debía retirase. —Me voy a dormir, hasta mañana. —
Elena se levanta y se va de la habitación, dejando solos a Camila, Octavio y Orestes. La reacción de Camila no se hace esperar. —Cumplí mi promesa, me largo de aquí. —
Octavio aprovecha una oportunidad que acababa de surgir.
— ¡Yo te acompaño!— La exclamación de Octavio fue seguida por una mirada dudosa de Camila, ella consternada sin saber que pensaba hacer él. — ¡Sería mala educación dejar que te fueras sola!—
—Haz lo que quieras. —
—Orestes, revisa a mi hermana. Ya regreso. —
— ¿Seguro de eso, señor?—
Octavio miró con mala cara a Orestes, él no entendió la indirecta. Él nunca las entiende. —Quiero revisar que mi hermana esté bien. — Octavio espera que Camila no entienda sus intenciones. Al parecer ella no se percató.
—De acuerdo, señor. —
Salen los tres de la habitación, Octavio y Camila al establo, Orestes a buscar a Elena. Octavio aún tenía una misión que cumplir antes de dormirse.
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Elena se encontraba sola en camino a su torre personal del palacio. Este era un camino muy frecuentado por ella, un pasillo que cruzaba el muro Norte del palacio de Aer. A su derecha ventanales arqueados revelaban el cielo nocturno, con las estrellas destellando en el firmamento.
Las carcajadas de las estrellas eran inaudibles.
Pero la Luna se eleva alta en el firmamento, y con su plateada luz alumbraba a Aer, la cual dormía en silencio. Más allá de la sombra de los muros Elena podía ver la llanura de Aer expandiéndose infinitamente a través de la obscuridad.
— ¡Mi señora!—
Elena se voltea para ver al perpetrador del llamado. A quién se encuentra es al équite Paris, arrodillado y apoyado de su espada larga. Miraba al suelo en señal de reverencia. Elena suelta una sonrisa apenas perceptible en la visera helada de su rostro.
—Levántate— Ella Ordena.
Paris se levanta con una sonrisa, y mientras envaina su espada comienza a hablar desenfrenadamente a su señora. —Princesa, le tengo una noti-—
—…No te di permiso para hablar—
— ¿Podría ser un poco más flexible conmigo?— Paris le sonríe a la princesa. Elena no puede evitar pensar en lo irrespetuoso de este équite. —Le pido, mi señora, que me tenga paciencia, acuérdese que yo sólo la intento ayudar. —
Elena no le gusta ser cuestionada, pero sonríe en su interior al ver que el équite se encontraba a la defensiva. Decide perdonarlo por esta ocasión. —Continúa. —
—Hablé con mi rey acerca de Antares, tal cómo me lo pidió. El rey dice no saber nada…—
“Lógico”, Piensa Elena, “él es un cachorro que quiere hacerse de león.”
—…sin embargo oí unas cosas muy preocupantes en la reunión de los reyes…—
Paris le cuenta con lujo de detalles lo sucedido en la sala de consejos de los reyes de la Alianza, una habitación con confidencialidad. Elena siempre se sorprende a la cantidad enorme de información que ese muchacho le tenía para dar, pero en ningún momento le dio indicios de agradecimiento.
—La trama se complica. — comenta Elena.
—El rey Melquior se está moviendo contra el rey Caspar, mi señora. Opino que las agresiones pueden empeorar si no se encuentra la causa del Incidente de Antares. Espero que el rey Melquior no ataque al rey Caspar. —
– Estás hablando de mi padre quién es buen gobernante. — Que lástima que el équite frente a ella jamás pueda entender el peso que la corona ejerce sobre el cerebro de su portador. Ella porta una pequeña diadema de diamantes en todo momento, y ya sabe lo que incluso este pequeño emblema puede causar con su cordura.
—O puede ser un avaro hambriento de poder, — comenta Paris, pero se percata muy tarde que el comentario fue completamente inapropiado. La mirada gélida de la princesa lo comenzaba a congelar.
—Insolente—
Paris decide no subestimar a su señora nuevamente. –Disculpe mi lengua, señora, se dejó llevar del miedo que sentí por lo que parece aproximarse. —
Elena decide soltar el incidente para preguntar la pregunta que ella quería verdaderamente hacerle. — ¿No has podido encontrar nada sobre mi madre?—
Paris borra su sonrisa inmediatamente. —Seguí una pista, pero fue un camino sin salida. De vuelta estoy en el inicio. —
Elena suspira por frustración. La única razón por la que había aguantado a este équite indecoroso era porque le prometió que podía encontrar a su madre. La princesa desconfiaba de Paris, ella sabía que su verdadera lealtad era a Lucio Baltasar. Después de todo, fue el mismo rey quien hizo el acercamiento inicial hace unos meses para “compartir inteligencia.” Elena escéptica, le pide al équite que le haga algo para demostrar su verdadera valía, encontrar a la madre de la princesa. Él parece incapaz de lograr encontrarla, pero había demostrado que la información que él le otorgaba era invaluable, incluso si estaba segura que él le reportaba a Lucio Baltasar sobre sus conversaciones. Decide conservar a esta ficha por un rato más.
—Concentra tu investigación en la Reliquia de Antares, intentemos resolver esta crisis. —
Elena le da la espalda al soldado y camina lentamente hacia su habitación, mientras Paris la observa a la distancia para asegurarse de que estuviera a salvo. Entonces emprende camino hacia otra ala del palacio, al ala de huéspedes, en donde se quedará esa noche.
—Ojalá tenga una última noche de paz antes de que estalle la tormenta, mi señora. —
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— ¿Puedo preguntarte una cosa?— Octavio le pregunta a Camila mientras galopaban por la avenida central. El estaba montado sobre Libra, y Camila estaba montada sobre su caballo blanco Escorpio. La calle estaba muy callada, todo lo que se oía era la orquesta de grillos que tocaban desde los múltiples parques de la ciudad. Los cascos de los caballos pegaban la piedra en un ritmo constante. El cielo estaba despejado, se veía a la luna llena acompañada de incontables estrellas arrogantes iluminando la noche. Todo alrededor parecía estar dormido.
Pero él necesitaba respuestas, esa era la razón por la que la estaba acompañando. Camila bajaba siempre sus defensas cuando tenía sueño, pero siempre Elena estaba cerca para repelerlo. Ahora sin Elena él podía extraerle información con más facilidad, o al menos eso creía.
—Por supuesto, — Camila comenta amablemente. Tenía tanto sueño se le olvidó mostrarse dominante ante Octavio —Te escucho. —
—Hace unos meses, en Monte Canopo,— Octavio cuenta lo más calmadamente posible, intentando evitar que Camila malinterprete la pregunta, —Ignacio y Lucio me preguntaron sobre qué pasó con lo nuestro, por qué antes éramos tan unidos y ahora nos queremos matar. ¿Sabes que fue lo que pasó?—
—Crecimos, Eso es todo. —
—Te conozco lo suficiente para saber que estás mintiendo. — Octavio intenta ser cuidadoso, Camila es agresiva aún dormida. —Algo ocultas. —
— ¿Con este maldito vínculo entre nuestros pensamientos tú crees que puedo ocultarte algo?—
—Tu mente está siempre bloqueada. —
—Es porque eres un asno. —
— ¿Y?— Octavio decidió seguirle el juego a ver a donde iba.
Camila mira hacia delante, vaciando sus críticas sobre Octavio. —No aceptas responsabilidad. Eres un cretino. No entiendes nada de lo que yo te intento decir. Eres tan carismático cómo un charco de lodo e igualmente astuto. Y sobre todo, por mucho lo más importante, no te tengo confianza en lo absoluto—
Octavio no se iba a dejar ganar. — ¿Acaso no confías en mí?—
Camila no se iba a dejar ganar. —Por supuesto que no. —
Octavio no se iba a dejar ganar — ¿Por qué no confías en mí?—
Camila no se iba a dejar ganar. —Porque eres un idiota. —
— ¿Y eso que tiene que ver?—
—Que no confías en la gente. No confías en mí. Eso se llama ser idiota. —
—Ahora eso es falso. Yo sí soy capaz de confiar en la gente, ahora, por ejemplo-— Octavio interrumpe su argumento a la mitad, no iba a decir lo que le pasó por la mente.
— ¿Por ejemplo qué?—
—Nada. Olvídalo. —
—Ahora me lo vas a decir. —
—No. —
Camila sonríe. —Entonces perdiste. —
Octavio se percata que incluso con sueño Camila no lo iba a dejar que encuentre respuestas. Parecía completamente determinada a serle un estorbo por toda la eternidad.
Pero Camila no contaba con la decisión de Octavio de ganar este argumento. Ahora mismo estaba debatiendo entre la victoria o la honra. Octavio odiaba dejarse ganar así de fácil, no iba a dejarse dominar, no tuvo más remedio que soltar el argumento para evitar ser derrotado.
—Yo decía que…que…— Era más duro de lo que pensaba decir esas palabras. —que… bueno, sabes…yo…Confío en ti. ¿Ya? ¿Feliz?—
Camila cambió su tono de voz. —No te creo. —
Octavio quedó aturdido ante las palabras que acababan de salir de su boca, apenas podía creer que era él el que las dijo. Pero ni se acercaba al grado de asombro de Camila, quien volteó su cabeza hacia delante e intentó mostrarse indiferente al sorpresivo comentario. Sin embargo, esa confianza le golpeó duro. Ella tenía que ser fuerte. Tenía que sobrevivir.
Por mucho tiempo todo lo que se oyó eran los cascos de los caballos pegando al suelo, los cantos de los grillos y las silenciosas risas de los astros. Ni Octavio ni Camila se atrevieron a ver al otro, mucho menos hablar. Entonces Camila sorprende a Octavio al cortar el silencio.
— ¿Sabes lo que pasa? ¿Por qué ambos somos así?—
Octavio tarda en responder. — ¿De qué hablas?—
—Elena me contó lo que pasa. Ambos somos soldados, y por eso siempre estamos peleando. Siempre estamos intentando someternos mutuamente, siempre rebajando al otro para poder controlarlo. Pero esa es nuestra manera de cuidarnos mutuamente… así es cómo nos enseñaron a ser. Lo que intento decir es que no deber confiar ciegamente en nadie. Ni en mí. No me gustaría te terminases asesinado por un cuchillo en la espalda. —
— ¿Acaso estás diciendo que la confianza es dañina para la salud?—
Camila suelta una risita, pero aún no se atrevía a mirar a Octavio a los ojos. —Siempre intentando mostrar el lado gracioso a la vida ¿no Octavio? Por eso es que la gente se siente cómoda contigo. Pero, por favor, no confíes en la gente de esa manera. —
—No entiendo tu punto. —
— ¿Qué no entiendes? ¿Qué acaso la gente en quien confías no te traiciona? Discúlpame por interrumpir tu visión utópica de la vida, ¡Pero esto no es así!—
— ¿Sabes por qué no te estoy escuchando?— Octavio cambia su tono a serio repentinamente. —Porque estas buscando excusas. No me gusta tener que ser tan sincero contigo, pero es cierto que confiamos en nosotros. Ya. Punto. Fin del asunto. ¿Por qué te cuesta tanto aceptarlo?—
—Porque no quiero que termines confiando en las personas incorrectas. —
— ¿Acaso no eres digna de mi confianza? ¿Es eso lo que estás diciendo?—
— ¡Sí! … digo… ¡No!...digo… ¡Tú me entiendes!—
—Francamente… no te entiendo. —
—No confíes en nadie. — Camila termina. —Déjalo ahí. —
Se quedaron callados por un largo tiempo más. Entonces giraron para salir de la avenida principal y llegar a la avenida de Saturno. Estaban llegando a la casa cuando Camila comenzó a cantar una canción. Octavio la miró extrañado al oírla cantar esa melodía.
—Twinkle, twinkle, little star,
How I wonder what you are!
Up above the world so high,
like a diamond in the sky.
Twinkle, twinkle, little star,
How I wonder where you are!—
Octavio no entendía lo que decía, esa era una lengua que él no comprendía. Pero el tono lo entendía perfectamente, parecía que hubiera una extraña tristeza o un remordimiento en la conciencia. ¿O era solo su imaginación?
Octavio logró encontrar su voz, escondida por el asombro de ver esa habilidad nueva de Camila, para hacer una pregunta.
—Y esa canción… ¿De dónde salió?—
—Me la cantaba mi madre antes de dormirme…antes de que ella muriera en el accidente. ¿La tuya no te cantaba?—
—Mi madre murió al darme a luz. —
—Esta canción es lo último que tengo de mi madre. — Camila miró al suelo de vuelta, su tristeza evidente a través del vínculo. —Eso y la armadura. Ya ni me acuerdo cómo era…cómo se veía. —
Octavio se quedó callado, no sabía que responder. De todos modos no tuvo que hablar, porque Camila continuó hablando.
—La canción está en griego amazónico, la lengua de mi gente. Ni yo sé qué rayos significa. Patético, ¿ah?— Soltó una pequeña sonrisa, pero Octavio sabía que era una apariencia que ella había puesto para no llorar. —Ah, mira. Ya llegamos. —
Ambos se bajaron de su respectivo caballo y Camila comenzó a caminar a su casa. Pero paró repentinamente, se volteó y comenzó a caminar hacia Octavio. Ella lo miraba desde abajo, buscando palabras para aquello que quería decir. No había palabras.
Pero aquellas pocas palabras que ella dijo esa noche se le grabaron a Octavio Melquior por todo lo que le quedaba de vida.
— ¿Cómo puedo confiar en un puerco que rompió la única promesa que me hizo en toda su vida? ¿Un puerco con quien estoy comprometida desde nacimiento? ¿Un puerco que no es digno de mi respeto, menos de mi lealtad?—
Octavio se quedó paralizado en esa misma posición, sin saber qué hacer. Completamente confundido por la reacción inesperada de ella, simplemente se quedó en su posición sin poder hacer algo más laborioso que respirar. Camila entra a su casa y Octavio se queda solo en la calle.
Afuera Libra estaba relinchando a ver si despertaba a Octavio, cosa que logró. Octavio se sobresaltó, pero se recuperó rápidamente. El caballo le había salvado de quedar dormido en media calle.
—Lo siento Libra, es que tengo mucho sueño y…—
“Humph.”
—… ¿Que no quieres excusas? Bueno, vamos a casa. — Octavio intentó sonreír, cosa muy difícil con el caos en su cabeza. —Acuérdame de darte zanahorias mañana. —Octavio se montó en el caballo y miró una última vez la casa. Y tarareando la canción de Camila comenzó el camino a casa.
El largo y solitario camino a casa
Y tosió, en su pañuelo, un escupitajo de sangre negra, bajo la mirada de infinitos testigos que lo querían muerto.
---------
¿No sientes mi presencia lentamente acercándose a ti?

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