lunes, 28 de septiembre de 2009

El primer recuerdo

Todo conspiraba en el jardín donde ella se escondía de su madre. Su primer recuerdo comienza el día que cumplió tres años. Había en él remiendos de sucesos confusos que no alcanzaba a comprender. La mayoría de lo que recordaba de su infancia, no era sino recuerdos heredados de su madre.
El blanquecino peplo del alba se desvelaba para ofrecer una conjunción matinal insuperable. Las gotas de la mañana se deslizaban de hoja en hoja hasta la fuente situada justo en medio del paraíso. Ese fue siempre su sitio preferido, donde se congregaba con toda suerte de alados visitantes, para esperar que los primeros filamentos dorados que se filtraran por entre la plantas. Embriagada por la lluvia de sol, llenos los ojos, complacidos todos sus sentidos, se entregaba a los cuidados de la niñera y a los mimos del padre. Desde muy pequeña su madre la llevaba en brazos para aspirar juntas el aroma de las gardenias. Allí vivió los momentos más gratos de su infancia. Pero también allí aprendió a sustraerse de los recuerdos que le proporcionaban algún tipo de incomodidad.
— Lo que no contribuye a la paz mental es mejor borrarlo de tu mente- decía su madre, quien seleccionaba solamente recuerdos felices, aunque siempre eran del pasado.
Desde su escondite, podía oír el crujir de los techos vecinos azotados por la tempestad del sol de mediodía.

Su padre suplió siempre "todas las necesidades del hogar", que para él eran buena alimentación, algunos viajecitos al extranjero y obsequios acompañados de engaños. No se trataba siempre de engaños amorosos; sin embargo, no podía recordar una sola historia contada por él en la que no se escuchara muy quedo, la voz de su madre diciendo que no sucedió así. Al principio le creía cuando disfrazaba su origen con desfiguraciones de todo tipo. Le pareció tan divertido oír siempre una historia fantástica relacionada con lo que estaba aconteciendo, pero después comprobó que él no sabía ser de otra manera. La imagen que tenía de sí mismo se distanciaba gradualmente de la realidad. Mentía y llegaba a creerse su propia historia. Dulce vivía una vida mísera, aunque con solvencia económica y se resignaba porque le tocó en suerte alguien con esa dicotomía.

Elisa escapó de la habitación mientras Dulce fue a indicarle por teléfono a una amiga donde iba a realizarse el cumpleaños. No percibió los pasitos sigilosos que pasaron tras ella mientras hablaba con su amiga.
— A última hora tuvimos que cambiar los planes… No, no, lo que pasa es que me quedé sin muchacha… Ahhhh es que no he tenido tiempo de contarte… La niñera resultó ser de los del ojo del mal… No, no, no… está comprobado... hacía ritos… Bueno, le rezaba a la despensa, al closet, a la cuerda cuando iba a tender… Te juro que me dio miedo esta mañana cuando la sorprendí hablando sola, creía yo, pero era con esa pulsera que tiene un ojo que da la impresión de estarte vigilando… Fíjate, después de casi tres años que tiene cuidando a Elisa… Sí, yo también creo que tiene algún noviecito por ahí que la metió en esa secta... No, nunca tuve queja de cómo cuidaba a la niña, era un amor con ella… Pero ahora que lo pienso, de pronto había algo raro en eso, porque mientras ella estaba aquí la niña no quería nada conmigo… Claro que sí, ya la despedí… Y me amenazó cuando se iba. En la puerta, se volteó y me dijo: "Me las pagará con lo que más le duele"…
Al terminar la llamada telefónica quiso volverse loca. No encontró a Elisa en la habitación. En la cama estaba el vestido de marinerito que a Elisa no le gustaba. Siempre reaccionaba así con la ropa nueva. La buscó por toda la casa.
Ya atardecía, iba hacia el jardín cuando entró el señor Virtudes ebrio y con la bragueta del pantalón abierta. Apenas si podía sostenerse en pie. Notó unos abrojos pegados al pantalón y hasta le pareció que había lodo en sus zapatos; sin embargo, no reparó mucho en él porque llevaba prisa. Ni alcanzó a decirle nada. Entre tras pies y trastabilladas él iba balbuceando...
—Hoy cumpleaños mi nena… ¿Tres años, cierto?... Ya está grande mi princesa… No hay ninguna en el mundo más hermosa que mi ne…naaa… ¿Y es míaaa… cierto que es míaaa?... ¡Respóndeme! ... Ahhh ...Tú no me quieres... La única que me quiere es mi princesita… Ahhh… Dame un beso…Ahhh...
Al sentir la proximidad de su aliento alcohólico, Dulce lo hizo a un lado con desprecio y salió al jardín a buscar a su hija, segura de que allí la encontraría.
Iba abriéndose paso por entre la maraña de plantas que poblaban el jardín, nunca le había parecido tan intrincado el berenjenal de maceteros, orquídeas, rosales, arbustos, guayacanes, un sin fin de plantas, que ahora, en esta encrucijada le parecían un bosque impenetrable. Llamaba a Elisa con la voz entrecortada, temerosa de que algo malo le hubiera ocurrido y no podía dejar de pensar en las últimas palabras emitidas por la niñera antes de dar el portazo final. Repentinamente, se cruzaron en su mente las palabras de la niñera con la imagen del marido ebrio. De repente sintió el impulso de regresar a la casa para informarle que la niña se había extraviado. No, no lo haría porque él no estaba en condiciones de ayudarla. Esta no era la primera vez que se presentaba en ese estado cuando ella tenía un evento importante, pero que no le importara hacerlo el día del cumpleaños de su hija, era el colmo.
Siguió avanzando, de pronto encontró tirado junto a la fuente un libro de cuentos. Era raro que estuviera allí, tal vez la niña lo habría tomado para jugar, lo cual indicaba que debía estar cerca. Se agachó para recogerlo. En el preciso momento en que lo levantaba vio un gusano en una hoja del caracucha.
—Y es igualito al que está el libro ¡qué casualidad!- Miró la planta, volvió a mirar la imagen del libro.
Ella debe estar cerca.
La llamaba con renovadas fuerzas. Al no escuchar respuesta, comenzó a levantar del suelo unas hojas sueltas mezcladas con pétalos entre las que encontró un objeto que llamó su atención y lo tomó.
Esta es la pulsera del ojo del mal… ¿Qué hace esto aquí?
Una vez se la hubo puesto, el mundo invisible que la circundaba se hizo real. Con furia inusual en ella, Dulce arrancó de su muñeca la pulsera con el símbolo del panóptico y la tiró a la fuente. Volvió a llamar a Elisa, su intuición de madre le decía que no podía estar lejos.
— Por esa maldita pulsera del ojo del mal se ha perdido a mi hija.
Arrinconada detrás del arbusto de flores nacaradas, donde estaba el gusano, divisó a la cumpleañera, sollozando, pero sin atreverse a salir del escondite, con una expresión de terror en los ojos. Temblaba, estaba desnuda, empapada en lágrimas y algo más.
— ¿Qué tienes, Elisa, por qué estás así?, ¡qué cochinada es esta!... Hummm… Elisa, estás toda pringada… Elisa, hueles mal… Huuuujummm…
De ese mal día, como Elisa llama a su primer recuerdo, sólo conserva esas palabras de su madre.
Después de dejar a Elisa en la tina del baño, Dulce se dirigió a la recámara matrimonial para poner a su esposo en conocimiento de lo acontecido; sin embargo, no pudo hacerlo porque él estaba en el quinto sueño. Se acercó para cubrirlo con una sábana. De inmediato volvió a notar que tenía la bragueta abierta y un escalofrío inexplicablemente recorrió su cuerpo…

El Fuego

El fuego

Encontré la pira humeante bajo el árbol de marañón la misma tarde del funeral de Mamita Isidra. Era el verano de 1968. Años más tarde por boca de la tía Marita entendí el significado de las cenizas de esos años. Delfina revolvía con cierta amargura los tizones rojos, el dolor, los trapos, el amor y los trastos –esos- que alguna vez- también pertenecieron a su madre.

A Mamita Isidra la recuerdo como una mujer fuerte. De baja estatura y reducida por los cien años que ya tenía. Así la recuerdo por primera vez. Mujer de tez morena, de cabellos blancos que recogía en una trenza. En una coca la moña daba vuelta y una peineta negra la sujetaba sobre la coronilla de su cabeza.

Mamita Isidra, con voz grave e imperante me dijo: ven acá muchacho. Siempre daba órdenes y en su casa se hacia su voluntad. ¿Eres Cholo el de Miriam? Preguntó. Cada verano visitaba su casa de Bichal para que con sus manos huesudas y temblorosas recorrieran mi cara, mi cuerpo y mis piernas. El miedo se apoderaba de mí y allí permanecía sin respirar y no menos aterrado frente a su cuerpo azotado por los años. Recostada en su catre-afirmando con su cabeza- me traspasaba con sus ojos fijos, huecos y lejanos. Arriba también, me miraban los ojos inmóviles del Sagrado Corazón de Jesús que colgaba en la pared de la habitación.

Llano de Bichal era un villorrio en Las Lomas de David. No tengo antecedentes de su fundación, sin embargo sé que se originó por la limpia de viejos bosques a orillas del río Chiriquí Viejo. La hilera de casas de quincha y tejas se levantó a orillas del camino que llevaba al estero y los puertos La Peña, Ubaldito, Palma Real y otros que no recuerdo. La casa de Inés era una de las mejores en ese camino.

Delfina contó que tuvo 11 hermanos. Mamita Isidra se caso a los 15 años con Claudio Vega su padrastro, quien era viudo para esos entonces y que ya tenía tres hijos. Dalia y sus once hermanos vivían alejados del pueblo a orillas del río Chiriquí donde la tierra era muy fértil y a donde ni siquiera llegaban las noticias del viento. Tenían unas cabezas de ganado y algunos caballos. Claudio pescaba y sembraba la tierra.

Dalia escuchó de su madre Inés que abriría la escuela –arriba- en el pueblo. Ordenó la mudanza de Claudio, sus hijos y ella su mujer. Claudio hizo construir la casa, era de quincha y tejas y una de las mejores del lugar. Al frente un portal, 2 puertas, 2 ventanas a cada lado, una sala y 3 habitaciones. Tenía piso de lajas y cemento y adosada al fondo, otra casita que hacía de cocina. Allí, el fogón de leña, una mesa rústica y el tinajero.

Mamita Isidra en sus interminables horas, ciega y paciente, pasaba postrada en el catre de lona bajo la única ventana de la habitación de su casa de quincha, la misma que que Claudio construiriá y en donde se educó Marita. Desde allí controlaba –también- la economía familiar. Meticulosa, rígida y disciplinada era muy apegada al dinero y conocía al tacto los billetes de dominaciones de 1, 5 y 10 dólares. El dinero que contaba los obtenía de la venta de huevos y gallinas que Delifina cuidada - siempre supo la cantidad de huevos y aves en el gallinero. Dicen que también contaba el número de cacareos, de allí la cantidad de posturas y finalmente el balance diario de los reales que entraban a la pobre economía del hogar. Me contaron también, que para esos años se mantenía un burro que contribuía a la casa. El burraje del famoso animal mejoraba la calidad equina de esos potreros, y también el ingreso familiar. Seguro que también el rebuznar del semental era motivo del control de Inés.

Se cuenta que en la casa de Mamita Isidra funcionó por años como la escuela del caserío y que por ello recibiría ocho pesos al mes; siempre replicó: toda real suma, y Delfina en su ingenua y muy temprana realidad, nunca adivinaría lo duro que sería la vida bajo el techo de la casa de su madre.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Taller Rino 09

Este sitio ha sido creado para continuar el vínculo literario que establecimos durante el taller de novela del año 2009, dictado por el profesor Ariel Barría. Sin temor a críticas, despreciando lo innecesario del dolor inútil, los invito a que escriban lo que les venga en gana (noticias, comentarios generales, sugerencias, ESCRITOS, comentarios de sus escritos y, desde luego: LA CONTINUIDAD de nuestros preciados proyectos). Sin más por el momento, este espacio es de todos ustedes.