viernes, 12 de febrero de 2010

Capítulo 6 – El Sitio de Aldebarán

Silent enim leges inter arma. [Las leyes callan en tiempos de guerra]

Cicerón, Pro Milone

—Ella vine con nosotros— Exclaman los soldados que rodeaban a las dos chicas. Camila posa su mano en la empuñadura de su espada. Maya, aterrada, se acurruca junto a su protectora. La noche y las estrellas pendientes a la tragedia que iba a ocurrir.

Octavio se acerca a Camila de parte de los soldados que su padre había enviado. —Ellos vienen a llevarse a Maya a Aer—

Pero Camila responde al desenvainar y apuntarle a Octavio al cuello con Cástor.

Octavio desenvaina y rápidamente evade el contraataque de Camila. Ella arremete contra el general con zarpazos de sus espadas e ira incontenible.

— ¡Ahora!— Exclama Octavio tras evadir un corte, y los soldados agarran a la chiquilla y la arrastran hacia las sombras.

Camila se voltea, ignora a Octavio y corre a su rescate. Octavio aprovecha ese descuido. Le hace una zancadilla. Ella tropieza y cae. Ella come frío lodo. Observa cómo por segunda vez le arrancan a Maya de entre sus brazos, ella desaparece entre las sombras mientras que la quimera se quedaba humillada en el lodo. Sólo que esta vez, es Octavio, aquel traidor que ella había protegido por tantos años. Aquel sucio animal que le arrancaba a su hija y la dejaba sola.

Y es entonces cuando ella se percata del engaño del que fue víctima.

Se levanta del suelo y corre a rescatar a Maya.

—Prometiste quedarte a mi lado en todo momento, Camila, y te ordeno no ir a ningún lado— Dice Octavio con una sonrisa — Regresa a dormir y olvida este incidente— Y le da la espalda y desaparece entre las sombras.

Camila se encontraba sola, en un pequeño capullo de aire rodeado de negros pétalos de oscuridad. Estaba sola, abandonada, traicionada y olvidada. Su esperanza se desvanecía. Se arrodilla por la impotencia. Y…

Tal rugido de ira ahoga esa noche que media legión se despierta aterrada. Y un espectral silencio le siguió, mientras ni siquiera los grillos se atrevían a romperlo.


 

—Esto es una pesadilla diplomática— Comenta el caballero. —La situación no puede posiblemente empeorar—

Bajo la inmensa tormenta de esa noche dos figuras se posaban en una banca anónima del parque del palacio de Aer. Los truenos iluminaban el nublado cielo, pero la lluvia acobardada se rehusaba a caer.

La princesa había huido aquella noche de sus criadas porque sus oídos no estaban listos aún para oír el reporte que ella sabía Paris le iba a dar. La Alianza estaba ahora cómo el clima: el otoño arrasaba con la vegetación y un crudo invierno se aproximaba.

Trueno.

— ¿Qué sucedió con la expedición al pasaje del este?— Pregunta fríamente la princesa.

Paris suspira. —Fue un truco del rey Maximiano, Terra jamás tuvo aliados fuera de la Alianza. Fue una maniobra para obligar al rey Caspar y a su hijo Ignacio a sacar sus tropas de sus tierras y dejar a Nerva solo. Se utilizó a sí mismo cómo carnada y mintió acerca de las intenciones de nuestro oponente—

Elena se queda callada y no sabe cómo reaccionar. — ¿Qué quería mi padre?—

Paris callado se queda.

Elena insiste.

Paris la ignora.

Elena lo observa con tal frialdad que lo comenzó a congelar.

Paris cede. —La Reliquia que Flamma ocultaba en Betelgeuse—

Trueno.

Elena deja de observar a su acompañante y en silencio comienza a reflexionar. La Alianza se encontraba al borde de una conflagración, su padre parecía estar incitando a una guerra civil. Romano contra Romano. Cristiano Contra Cristiano. Hermanos contra hermanos, padres contra hijos, vecinos contra vecinos.

—Lo Impensable— comenta ella.

Así se nombraba a la incitación de conflictos civiles. La pena era algo peor que la muerte, peor que la transformación en estrella: Lapidación y posteriormente destrucción de toda memoria de la existencia del perpetrador. Su nombre será borrado de las actas, su propiedad decomisada por el estado, la mención de su nombre se volverá delito. Eventualmente será cómo si nunca hubiera existido.

Damnatio Memoriae.

Trueno.

—La situación empeora, linda— Comenta el caballero. —El rey Caspar reclama la devolución de la reliquia a cualquier costo. Él se sabe que el príncipe Nerva la tiene en Aldebarán—

Elena se encuentra en su banca paralizada, su mirada miel fijada hasta el horizonte. Su larga trenza reposaba sobre la fría blancura de la banca. Elena estaba desconcertada y anonadada, y por primera vez parecía requerir verdadera ayuda.

Y Paris, cómo buen caballero, decide dar el paso. —Usted es muy hermosa, ¿Sabe mi señora?—

Cuando Elena sonríe Paris piensa que ella se sentía halagada por el comentario, cuando ella verdaderamente se acordaba de la asquerosa celda en la que aún reside la última persona que le hizo un comentario parecido. Paris aún no conocía hasta donde era capaz de llegar la princesa por tal irrespeto.

—Cuidado, Paris—

Y mientras la princesa se retira dentro de la oscuridad el caballero se percata que esa es la primera vez que la princesa lo llamaba por su nombre.

Trueno.


 

Y haz visto, Octavio, cómo la situación empeoraba mientras tú te ocultabas con tus soldaditos. Esas horribles semanas de Octubre dieron paso al gélido viento de Noviembre. Pero el calor de una conflagración era lo que se sentía esa temporada en Ciudad Aer. Melquior y Caspar apostaban cada vez más en su juego de atrevimiento. La ciudad vivía en el terror absoluto por la venidera guerra civil.

Yo, Andrómeda, fui testigo de aquella pelea que comenzó a corroer los cimientos de la misma Alianza.

La oscuridad se cierne a todo nuestro alrededor. La tensión ha aumentado hasta el borde de la detonación. Mientras el fuego se aproxima un crudo inverno por el horizonte se asoma y la demencia somete nuestra cordura. Esa misma cordura se mece cómo una pequeña araña colgando de su tela en un inmenso mar de oscuras tinieblas, esperando ser devorada por las bestias que ahí habitan, la agarro yo, me la meto en la boca y succiono todas sus deliciosas entrañas. Saboreo su lenta desesperación.

La misma desesperación que Camila siente ahora mismo, incluso tras la cual ella se rehúsa a abandonarte en esa obscuridad que tú mismo te estás construyendo. Que gatita más leal.

Todos a tu alrededor contenían el aliento y esperaban la resolución de tal conflicto. Todos, con mucha razón, temían lo peor.


 

El mensajero cruzó el campamento de la Séptima Legión. Cómo un alma perdida se veía, sus vestimentas rasgadas, su armadura destruida, su piel embarrada en lodo. Con un bastón de madera ceniza se arrastraba a penas de pie entre las toldas y los soldados escandalizados.

Octavio se encontraba practicando esgrima contra el poderoso sátiro Ajax en ese momento. El sombrío heraldo camina hacia el legato, lo saluda con las pocas fuerzas que le quedan y le entrega el mensaje.

Cumplida su misión cae muerto.

Y Octavio quería acompañarlo, porque el horroroso mensaje minaba su poca cordura restante.

— ¡Ensamblen a todos los soldados de inmediato!— Comanda el joven general. Cómo si se necesitaran más explicaciones que el terror que en su cara se posaba.

En minutos toda la legión se había formado a su alrededor.

—Me acaba de llegar un mensaje de parte de mi hermano, el heredero al trono de Aer— Exclama Octavio a sus leales tropas —Este es su propio anillo, hecho de una brillante esmeralda, que él me entregó a través de este mensajero para demostrar su identidad—

Levanta en la palma de su mano el anillo de esmeralda, emblema del heredero de Aer. Inmediatamente todos los legionarios reaccionan ante el peso de ese resplandor y se arrodillan para mostrar sus respetos.

— ¡Este anillo sin lugar a dudas muestra que el mensaje es real e igualmente urgente!— Octavio inhala y prepara la bomba —Flamma está sitiando Aldebarán, y mi hermano, el príncipe heredero, está atrapado adentro—

Los indisciplinados soldados adolescentes no pueden reprimir los murmullos de pavor que por toda la formación comienzan a surgir, pero rápidamente se callan mientras el general continúa su reporte.

—Eso hace una semana— Octavio sentencia — La Quinta Legión, liderada por el traicionero príncipe Ignacio Caspar, aún no ha agarrado el coraje para atacar los muros de la fortaleza. Mas a este paso eso no será necesario, porque al Primer Manípulo de la Cuarta Legión, atrapados adentro, se les están acabando los suministros y es un par de días más se verán obligados a rendirse—

Murmullos nuevamente.

—La situación es desesperada. Sólo un tercio de la Cuarta Legión está en Aldebarán, el Primer Manípulo. El resto, cómo saben, están esparcidos por toda la frontera. La Cuarta Legión está demasiado fraccionada para luchar contra la Quinta. Aer se encuentra demasiado lejos, a tres días más de viaje que nosotros, por lo que la Primera Legión no podrá socorrerlos—

Murmullos nuevamente.

—No hay opción. Tenemos que intervenir. ¡Levanten sus toldas, porque vamos a Aldebarán!—

Una voz entre la multitud interrumpe el monólogo. — ¿Y qué planeas hacer ante esta situación, gusano? ¿Llevar más corderos al matadero?—

Camila camina hacia él, la leona encadenada, la quimera enjaulada. Su ira y su preocupación calentaba el aire a su alrededor. Una llama resplandecía encima de su armadura, y los legionarios se alejaban para no incinerarse.

Ella no iba a dejar que los romanos se mataran entre ellos. Ella no iba a dejar que sus hijos adoptivos se estrangularan mutuamente. Ella no iba a permitir que Octavio inicie la destrucción de toda la civilización.

— ¿Y cuál es tu plan, amazona?—

—Apelar al tercer rey, Lucio Baltasar—

— ¿Y mi hermano, mientras tanto?—

— Dejarlo— Dice ella con tranquilidad —Él se lo buscó—

— ¿Estás sugiriendo que abandone a mi hermano a los lobos por un capricho tuyo? ¿Qué clase de estúpido crees que soy?—

Camila sube camina hasta un lado de Octavio cuando sus guardaespaldas la interceptan. Con ira ella los mira y ellos aterrados la dejan pasar. Camila se encontraba ahora junto al general.

El general estaba harto de las insurrecciones de la quimera, cosa que él ya no puede tolerar. Minaba su fama de hombre romano. Tenía que neutralizar esta amenaza. De una vez y por todas.

— ¿Puedo hablar contigo a solas, Camila?— pregunta Octavio con empalagosa y falsa caballerosidad.

Camila se acerca al general. No iba a permitir que él cometa el pecado de atacar a sus propios amigos. Es preferible no hacer nada que fomentar una guerra civil.

Ambos se dirigen en silencio a la tolda de comando, seguidos de Orestes. Entran y encuentran a la tolda llena de oficiales que diligentemente cumplían sus tareas. Pero con una mirada iracunda ellos los ahuyentan a todos, y en segundos la tolda estaba vacía. Orestes se queda afuera, en la puerta.

Camila sabe que tendrá que ganarle a Octavio en campo igual para obligar a su capitulación. No iba a dejar que ese cabeza dura le ganara en un argumento. Esto era por honor, ego si se quiere, pero no lo iba a dejar ganarle.

Octavio leyó el pensamiento, y concordó. A Camila había que ganarle en igual terreno. Sin Trampas. Sin espectadores. Sin atajos.

Sin remordimientos.


 

Aldebarán.

La fortaleza impenetrable de Aer.

En el centro de las tierras de la Alianza se encontraba. El río Estigio, que separaba a Flamma de Unda, bajaba desde el noroeste y chocaba con el río Erídano, que separaba a Aer de Unda y venía del Noreste, justo al norte del Pasaje Del Este, y luego correteaba al mar hacia el sur. Este caudaloso rio separaba a Flamma de Aer, y el principal puente entre ambas potencias era custodiado por Aldebarán.

La fortaleza se posaba sobre un enorme domo de roca, el cadáver de una supernova muerta hace milenios. En la cima se posaba el castillo de un diseño cuadrado. En el muro opuesto a la entrada se encontraba una puerta de metal que llevaba a la ciudadela, otro cuadrado de muros de piedra maciza que rodeaba la Torre del Homenaje, una alta espira que pinchaba el cielo. Desde la entrada hasta el suelo bajaba una rampa en espiral que pasaba junto a todos los muros y dejaba a los atacantes completamente vulnerables. En la base de la rampa se encontraba un muro que cerraba el acceso y funcionaba cómo primera línea de defensa.

En la terraza al tope de la Torre se encontraba acostado Nerva, con la espalda en uno de los muros y tomando un merecido descanso de su interminable vela. Esa noche las estrellas traicioneras deslumbraban con su luz. Pero las ignora por el cansancio de tal lucha en la que se ve envuelto.

Sus hombres estaban cansados, hambrientos y desesperados. Esa trinidad causaba demencia en muchos de sus soldados, y ellos estaban al borde de una crisis nerviosa. Quizás fue esa misma desesperación que causa ese resplandor rojizo que lo despierta esa noche.

Vio con horror cómo la esfera de fuego incandescente desciende desde una catapulta en el muro inferior y cae sobre la formación enemiga. La formación enemiga entra en pánico y huye del golpe.

Él no había dado la orden de comenzar el ataque. Alguien había sellado el destino de la batalla. Alguien había transgredido sus órdenes y había disparado primero al enemigo.

Alguien había cometido lo Impensable por desesperación.


 

Sólo cuando Octavio estaba seguro que ellos estaban solos entonces habla. — ¿Acaso sigues enojada por perder a Maya?—

La leona peleaba contra su jaula.

—Maya con esto nada tiene que ver, gusano. ¿Acaso estás tan desesperado por ver a tu nación arder?—

— ¿Y por qué a ti te debería importar?—

—Porque, igual que Maya, ustedes son mis hijos y no quiero verlos morir- —

—…Estás enferma—

La leona pelea con su jaula.

— ¡Me quitaron a Maya para justificar su pequeña guerra, para que les sirviera de testigo y para decir que ustedes no comenzaron!—

La leona peleaba con su jaula.

— ¿Te atreves a desafiarme, cómo prometiste no hacerlo cuando te contraté para este trabajo?—

El error de Camila vuelve para morderla en el tobillo cómo una serpiente. No debió aceptar tal trato con Octavio para entrar a su guardia personal y atacar junto con él al bosque Maldito de Andrómeda. No debió dejarlo raptar a Maya, no debió continuar a su lado, no debió aceptar ese trato. Es la segunda vez que Octavio la ahorca con ese contrato.

Su honor de mujer no la dejaría romper esa única promesa. Era ahora someterse o huir.

Octavio sonríe, había ganado.

Pero la leona continuaba peleando con su encierro. Rugía ferozmente. Ansiaba la libertad. Ya la podía sentir, ya estaba cerca. Los barrotes de la jaula estaban cediendo. Decide pelear, intentar una última vez hacer entrar en razón a aquel gusano que quería destruir a toda la Alianza.

—Está bien Octavio, ¿Qué quieres en verdad?—

—Eso no tiene que ver-—

— ¡Por supuesto que tiene todo que ver, Octavio! ¡El rey Melquior todo lo que quiere es poder! ¡Antares es una simple excusa para atacar Flamma! ¿No lo has notado?—

La leona destruye un barrote.

—No hables de mi rey de esa manera—

Los barrotes de la jaula cedían ante la iracunda arremetida de su rehén.

— ¡Pues esto es locura! ¡Atacar a una nación que ha sido aliada por tres siglos por un malentendido!—

— ¡Ellos comenzaron este malentendido!—

El acero de la jaula se retorcía.

— ¡Pues es tu deber, cómo fiel ciudadano de tu insípida Roma, de detener esto!—

— ¡¿Cómo así insípida?!—

— ¡Porque han estado muertos desde hace siglos, y ustedes se niegan a aceptar la verdad!—

— ¡Mientras nosotros existamos Roma vivirá, zorra!—

Camila pierde el control. El fuego zafiro de sus ojos se enciende ante la nueva humillación. Flexiona los músculos de su brazo derecho, agarra sus fuerzas… no, no iba a caer en ese truco. No, no le dará una bofetada, ella es demasiado superior para esa muestra de debilidad emocional.

Camila le sonríe a Octavio. La jaula había cedido. La leona era libre.

Camila desata toda su ira en un poderoso golpe a la mejilla de Octavio. Ella le impacta cómo un martillo de guerra, toda la energía de su cuerpo es liberada en sus nudillos. La fuerza del impacto es tal que Octavio pierde el equilibrio y se estrepita al suelo.

Él escupe un gargajo de sangre.

Octavio estaba en el suelo derrotado por un solo golpe. Pero comienza a sonreír. Carcajadas demenciales. Se levanta en medio de la locura y la observa con su mirada de azufre incandescente, recién importada del mismo infierno.


 

Nerva sin pensarlo entra a la torre. Frenéticamente despierta a sus guardias. Ellos corren despavoridos por los pasillos. Soldados y Soldados corrían por todos lados, y muchos de ellos ya comenzaban a gritar. La desesperación consumía toda civilización.

Nerva baja y se choca con sus hombres que despavoridos corrían por todas direcciones. Aún bajaba por las interminables escaleras cuando ve un brillo carmín que se asoma por las ventanillas.

Nerva apenas logra reaccionar. — ¡Agáchense!—

Un enorme proyectil enemigo impacta la Torre de Homenaje, y el golpe arremete como un inmenso terremoto en su interior. Todos los legionarios estaban agachados y aterrados. Silencio. Gritos a la distancia.

Por la ventanilla pasa otra inmensa roca inmolada, brillando cómo una estrella bajo la oscuridad de la opaca noche.


 

Camila se aterra ante esa nueva mirada de Octavio. Ella da un paso atrás. Octavio la estaba viendo, sonriendo, como un caníbal que la iba a devorar. Sus ojos estaban iluminados con una extraña llama de azufre maligna que estaban ocultas en sus irises. Camila estaba aterrorizada.

Octavio apaga su demoníaca mascara. —Tienes diez segundos para largarte de mí campamento—

— ¿Octavio?—

—Nueve…—

— ¡Octavio respóndeme!—

—Ocho…—

Camila recupera su compostura. Su expresión de terror desaparece y es prontamente reemplazada por desafío. Mira con odio a los ojos de Octavio y prontamente le da la espalda. Sale de la carpa. Su cara se comienza a sonrojar, sus ojos se sentían húmedos. No quería continuar aquí. Se iba del campamento.

Camila pasa en medio de los curiosos legionarios que rodearon la carpa. Ellos no sabían lo que había pasado, Orestes no los había dejado ver la pelea. Pero la gritería la oyeron claramente. Todos se apartaron aterrados de la Amazona enardecida y la dejaron pasar.

Octavio no se movió de su posición. Una extraña tristeza lo cubre, se comienza sentir enterrado vivo debajo de la tierra negra de la culpabilidad. Un enterrador le sonríe, dos metros sobre él, mientras que con su pala continúa sepultándolo. Cada segundo era una nueva palada y una sonrisa del malvado enterrador. Pero no puede hacer nada, fue él mismo quien se tropezó dentro de ese hueco, quien ahora negó a la única persona que ha estado con él desde siempre. Él mismo es su propio enterrador, el que se sonríe a sí mismo mientras se lanza paladas de arena de culpa.

Octavio siente que un extraño peso se posa sobre su diafragma. Le impedía respirar. Pero lo ignora, porque Camila regresaría en dos días besándole los pies pidiéndole perdón. Ella no podrá sobrevivir sin él, ella se dará cuenta de lo vacía que es su vida sin Octavio en ella… ¿Verdad?

—Mi señor, la señora Camila se va del campamento— Comenta Orestes entrando de vuelta a la tolda.

—Vete, déjame solo—

—Pero, mi señor—

La mirada fulminante de azufre incandescente sacó sin chistar a Orestes.

Una vez solo, Octavio dice unas palabras en honor a su situación, sin saber la irónica certeza de la verdad de cruza sus labios en ese momento.

—Estoy cavando mi propia tumba—


 

Y por orgullo se sentencia tu destino. El último chance de cambiar aquellos eventos que terminarán con tu destrucción. Pudiste haberle hecho caso a Camila, evitar escalar la crisis. Pudiste negarte a ayudar después de que ella se fue. Pudiste hacerle caso a su idea, obligar a Lucio a actuar y acabar con toda esta conflagración.

Pero por tu orgullo tomaste la peor decisión posible. Y por lamerte tus heridas causadas por esa traición precipitaste tu decisión y te tiraste de cabeza al abismo.

Y a tu cuello atado se encontraba el destino de la Alianza…


 

Elena esperaba a Paris en la sala de espera frente a la sala del trono. Paris había entrado a confrontar al rey de su parte. Elena se preocupa, sabe que el rey Melquior es capaz de matarlo en el acto. Cualquier intento de insurrección contra él no sería tolerado. Su pulso aumenta mientras ella aguarda el juicio del Trono de Esmeralda. ¿Para qué aguardar? Ya sabe que el rey Melquior, su padre, no cedería jamás ante un plebeyo, no importa cuán valeroso sea o con que intenciones venga.

El rey Melquior jamás aceptará una amenaza del embajador de Unda de cesar y desistir, menos aun siendo el embajador un plebeyo.

—Debiste saber mejor que haberlo dejado hacer eso— Comenta una sombra cerca de Elena. Ella se asusta, pero rápidamente recobra su mirada estoica mientras la voz continúa saliendo de la sombra. —Tu padre no tolerará que Lucio intervenga en sus ambiciones—

— ¿Cómo te enteraste?—

—El viento me lo dijo— Contesta la sombra. —No sólo no permitirá su intervención, sino que tu amigo tendrá suerte de siquiera salir con vida—

Elena no responde.

—Un plebeyo confrontando al rey. No importa cuánto confíes en ese plebeyo él jamás hará que el rey recapacite de su ruta. ¿Estás dispuesta a desaprovechar la única oportunidad que tienes para evadir el desastre?—

La princesa continúa neciamente en su tren de pensamiento. Sabe que Celeno quería su bien, pero no le creía sus razonamientos. —Una princesa no debe enfrentarse a un rey—

— ¿Tanto miedo le tienes a tu padre?—

Elena se queda callada.

La puerta se abre de golpe. El caballero Paris sale cabizbajo de la sala del trono, la expresión de su cara decía más de los palabras jamás podrían.

Paris intenta buscar las palabras correctas. —Tenías razón, él es un cabeza dura— Él suspira —No me escuchó ninguna palabra después de hacer la petición. Me dejó quedarme en el ala de huéspedes, pero bajo guarnición, y mañana me tengo que ir a primera hora. Tal vez para siempre—

A Elena no le gustó esa frase. — ¿Quién se cree mi padre para expulsar a un embajador?—

Las pupilas miel de la gélida princesa se movían por todas direcciones, buscaban una salida para el laberinto. No podría confrontar a su padre. Paris, su mejor aliado, partiría de su lado. Celeno burlándose de su ingenuidad en una esquina. Guerra civil al borde de detonar.

El cascarón de hielo se resquebrajaba.

Paris por instinto interviene en la inmensa duda de la princesa. —Todo saldrá bien— Contesta él con una falsa sonrisa. —Confía en mí, esto no ha acabado aún—

Mientras Paris subía a las escaleras a su prisión-en-disfraz, Elena sentía que un enorme peso se posaba sobre su pecho. Pero en el fondo creía que él podría sacarla de este embrollo. Él era su caballero de reluciente armadura después de todo. Ese era su trabajo.

Y no lo logró. Le falló. Debía saber mejor que dejar que la servidumbre enfrentar las peleas que solo un patriarca puede luchar. El rey no iba a ser derrotado por un sencillo plebeyo. Elena agarra todo el coraje que puede encontrar.

Ella misma debía enfrentarse a su propio padre.


 

Enormes piedras, bañadas en fuego, caen sobre Aldebarán. El fuego se comienza a extender sobre toda la mole de piedra. Los aldeanos, en desesperación, comienzan a intentar sofocar las llamas, sin éxito. El pueblo de Aldebarán estaba en llamas. Estruendos inundaban el aire de ruidos, el castillo estaba agonizando. Hasta las mismas piedras parecían llorar en su caída, los silbidos que lanzaban asemejaban a los de las personas que aplastaban.

La Torre de Homenaje continuaba sufriendo impactos de las catapultas. Nerva, desde su posición en el segundo muro, podía ver cómo se resquebrajaba.

El muro inferior estaba ligeramente guarnecido con arqueros y legionarios. Tántalo estaba sobre la puerta, una extraña sonrisa en su cara. Una marejada de soldados romanos carga contra el muro inferior.

— ¡No tengan piedad, pues ellos no mostrarán ninguna!— Tántalo les exclama a sus tropas, — ¡Ellos ya no son nuestros hermanos, castíguenlos por su atrevimiento!—

Una enorme roca en llamas impacta en una sección cercana a Tántalo. El muro bajo el impacto simplemente colapsa bajo el peso de la roca. Un enorme hueco aparece en el muro, suficientemente grande para que cupiera el ejército enemigo por él.

— ¡Retirada!— Tántalo ordena, su corazón deteniéndose un segundo. Habían perdido el muro inferior sin siquiera combatir. No tenían más remedio que replegarse. Bajo la oscura noche y la luz del fuego Tántalo y sus hombres huyen por la rampa hasta entrar en el círculo del pueblo, donde encuentran una tormenta de fuego en pleno apogeo.

Nerva se encontraba en ese momento en el muro que estaba sobre la loma de acceso. Con terror mira cómo su muro inferior fue penetrado sin el combate siquiera haber comenzado. Observa cómo las tropas del muro se retiraban vergonzosamente hacia el segundo muro sin haber cobrado víctimas.

Una estampida humana arremete a través del muro derribado. Legionarios romanos traidores. Nerva recibe un pequeño golpe de culpa antes de contraatacar por primera vez.

— ¡Fuego!—

Los arqueros dudan.

— ¡Fuego!— Grita Nerva Los arqueros se despiertan y sueltan una ponzoñosa lluvia sobre las líneas enemigas. Legionarios enemigos caen derribados al suelo. Las filas enemigas reemplazan inmediatamente los legionarios caídos. Los arqueros agarran una segunda flecha de su carcaj y la enganchan en sus armas.

— ¡Fuego!— Grita Nerva por tercera vez. Los punzones vuelan por el aire y se clavan en la piel de sus oponentes. Los legionarios enemigos se comienzan a agrupar. Sus escudos se posicionan en la formación testudo.

— ¡Fuego a discreción!— Ordena Nerva, pero ya era demasiado tarde. Los soldados enemigos estaban en la formación. Las muertes enemigas se comenzaron a reducir.

Nerva observa un ariete subiendo por la rampa espiral.

El ruido de la batalla era ensordecedor, las muertes a su alrededor numerosas. Un pequeño escuadrón de arqueros enemigo apunta y dispara a su posición. Nerva se cubre con su escudo de madera, con su brazo derecho lanza con todas sus fuerzas un pilo hasta uno de los perpetradores. Ese arquero cae al suelo al su cuerpo ser atravesado por una sola pieza de madera.

La segunda puerta, que encerraba al pueblo de Aldebarán, estaba ya rodeada de escaleras. Nerva inmediatamente se apresura a esa posición del muro, en el camino viendo toda la magnitud de la destrucción causada por Flamma desde arriba. El pueblo, detrás del muro, estaba completamente en llamas, Los muros estaban saturados con cuerpos de soldados de Aer que murieron en combate.

Nerva llega a la muro sobre la puerta. En ese preciso instante un traidor sube por el muro a su izquierda. Nerva no titubea en cortarle la garganta. El cuerpo sin vida cae sobre la escalera y sobre sus compañeros, tumbándolos a todos al piso. Nerva aprovecha para tumbar la escalera.

Debajo de él aparece un ruido que sobresale de todos los demás. La puerta de madera estaba siendo atacada por el ariete. Observa cómo sus soldados les lanzaban aceite a los enemigos.

Pero no fue suficiente. El ariete enemigo rompe la puerta. Un enorme grito se oye por debajo del muro, mientras los traidores de Flamma comienzan a atravesar la puerta de madera destruida. Los traidores inundaron el pueblo de Aldebarán. Los civiles en el camino eran lentamente exterminados.

— ¡Retirada a la ciudadela!— Exclama Nerva, — ¡A la ciudadela!—

Una estampida de Aer se mueve por encima de los muros del imponente Aldebarán, Todos los defensores restantes corriendo a la ciudadela. Las bajas de Aer aún no eran substanciales, pero ya estaban arrinconados en la última pared defensiva. Si esa última puerta caía nada detendría al enemigo, 3 veces más numeroso, en masacrarlos a todos. Detrás de Nerva, en la torre central de la fortaleza, estaban todos los civiles del pueblo, miles de personas, incluyendo mujeres y niños, quienes seguramente perecerían si ellos eran derrotados esa noche.

Esa eran las reglas del combate antiguo. El perdedor era exterminado.

En el claustro cerrado los arqueros sobrevivientes lanzaban las flechas que les quedaban en sus carcajes. Las puertas se cierran justo cuando antes que lleguen los impíos. Los soldados que se quedaron afuera no tuvieron la mínima oportunidad. Nerva observa cómo sus soldados eran asesinados a través de los barrotes de la puerta, sin poderlos ayudar. Unos momentos después un enorme golpe impacta la última puerta. Llega el ariete. Una última olla de aceite es derramada sobre los oponentes para freírlos en sus armaduras. Nerva se monta sobre su caballo Capricornio que lo esperaba en la Torre. Junto a él se posiciona su leal oficial Tántalo. Juntos habían organizado todos los legionarios que sobreviven en una formación frente a la puerta. Había ahí 400, otros 50 peleando en los muros, y otros cincuenta faltantes, muertos lo más probable.

— ¡No carguen hasta que yo lo comande!— Ordena Nerva, mientras la puerta frente a él se comenzaba a quebrar. — ¡Presenten Pilos!—

Todos los legionarios envainan sus espadas y con su brazo derecho levantan las jabalinas de madera. Con sus escudos en sus brazos derechos se preparaban a bloquear los proyectiles enemigos. Los pocos legionarios que quedaban en los muros mantenían a raya las escaleras enemigas, pero su fuerza se acababa.

Unas campanas suenan en lo más alto de la fortaleza.

DING-DONG-DING-DONG-DING-DONG

Un grito se oye sobre el caos que rodea a Nerva y a Tántalo. Proviene del vigía del campanario, el que Nerva había confiado con su última esperanza. — ¡Son ellos! ¡La Séptima Legión!— Exclama el vigía, — ¡El general Octavio viene a ayudar!—

Nerva sonríe — ¡Hermanos! ¡La Séptima Legión ha llegado! ¡Es hora de cambiar el curso de esta batalla!—

En eso se termina de romper la puerta de la ciudadela, y una jauría de traidores cargan contra la formación de Nerva.

—Calmen…— Nerva exclama, los soldados a su lado se preocupan. Los soldados enemigos se acercan más.

—Calmen…— Nerva exclama, los soldados a su lado se asustan. Los soldados enemigos se acercan más.

— ¡Fuego!— Cómo una enorme manticora humana los defensores lanzan sus pilos reclamando las primeras víctimas de ésta carga. Los legionarios de Aer desenvainan sus espadas y cargan contra la jauría enemiga, dispuestos para morir defendiendo a su patria.


 

Octavio Melquior cargaba a toda velocidad por la infinita llanura de Aer. Su larga espada de caballería en su mano derecha. Su pentagonal escudo de madera en la mano izquierda. La bandera de Aer seguía erguida triunfante sobre el castillo. Aún no había caído. Detrás de él estaba toda su caballería, doscientos jinetes de primera categoría. El aire retumbaba sobre sus oídos. Su capa rojo sangre vertical en la llanura.

El tiempo se detenía lentamente. Iba más rápido. Pero la batalla seguía alejándose. Los caballos galopaban en una sinfonía de cascos. La alta hierba le llegaba a los talones.

El sol amanecía a su espalda.

Octavio desenvaina su espada. La levanta en el aire. Todos tras él hacen lo mismo. Carga contra las catapultas. Todos los operadores habían muerto en tres segundos.

Octavio ni se detiene. Continúa su carga. Arremete contra la retaguardia del ejército de Flamma.

Su espada degüella a un soldado enemigo. Con un segundo movimiento acaba con la vida de un sorprendido traidor. Con otro movimiento más de su espada bloquea una lanza, y contraataca para acabar con otra vida más.

Orestes estaba a la derecha de su señor. Su lanza atravesaba las líneas enemigas, penetrando armaduras de cualquiera que se interpusiera en su camino. El mango de su arma estaba empapado en líquido rojo, pero esta no se había saciado aún. Embiste contra un soldado que intentaba acercarse a su señor, penetra con su lanza el costado de ese traidor, y este cae al suelo a desangrarse.

La caballería atraviesa la retaguardia y comienza a distorsionar el centro de la formación enemiga. Se comienzan a dispersar por todas direcciones. Octavio y Orestes cabalgan a toda velocidad por la rampa en espiral, seguidos de un pequeño contingente de jinetes. Acababan con todo Flammano a su paso.

Pasan muchos minutos antes que la infantería de la séptima legión cargue finalmente contra la retaguardia de Flamma. Las bajas de Flamma comienzan a aumentar. La batalla agarraba un segundo frente. La Infantería de los traidores se reagrupaba para contrarrestar a la infantería de Aer que venía a reforzar al castillo.

La infantería de la Séptima Legión choca contra la Infantería de la Quinta Legión momentos después.

Cleopas Ralla realiza una estocada contra un oponente. Un corte de un oponente a su izquierda es bloqueado por su escudo. Cleopas reacciona y con su espada le penetra el estómago. Le arranca la espada y con ella bloquea otro golpe que se le aproximaba.

Yocasta no sabía qué hacer. Ellos eran romanos, ella no tenía ira contra ellos. Sin su enojo alimentando su espada, esta no podía moverse. Con su escudo bloqueaba los ataques contrarios, pero no podía contraatacar. El miedo la comenzaba a inundar

Alphaeus tarda en llegar. A una buena distancia ataca con su lanza, acabando con enemigos uno a la vez.

Naevius, sobre su corcel, cortaba la línea frontal enemiga con su espada. Los soldados caían ante su juicio, su espada goteando líquido al suelo.

Primero no duda un segundo antes de atacar con su espada. Con un corte amputa el brazo de un traidor. Con otro corte amputa el cuello. Con un tercer corte bloquea una lanza, pero la lanza enemiga se rompe ante el ataque.

La Quinta Legión fue tomada de sorpresa y comenzaba a quebrarse.


 

—No debiste entrar aquí, hija—

El imponente rey Melquior observaba a su hermosa ciudad a través del enorme ventanal de su sala de trono. Detrás de él brillaba silenciosamente el opulento Trono de Esmeralda. Sus brazos estaban cruzados y su expresión infranqueable.

Hasta se había tomado la molestia de sacar a toda la servidumbre de la sala, en preparación para el duelo contra su propia hija.

Elena da la primera estocada. — ¿Acaso es esto lo que significa ser rey?—

— ¿Acaso no has aprendido nada de todo lo que te he enseñado? Jamás le delegues a nadie tus peleas, ¡Eres una princesa! ¡Si vas a oponerte a mí dímelo en la cara y no mandes a la servidumbre declararme la guerra!—

La princesa duda. — No te he declarado la guerra- —

Maximiano interrumpe iracundo. Abofetea a la princesa y ella cae al suelo. —Segunda cosa que te he dicho siempre. Jamás me mientas. ¿A quién habrás salido tan ponzoñosa y traicionera? Debió ser a tu madre—

Elena no se levanta del suelo aterrada. El rey se agacha y la tiende la mano para ayudarla a recobrarse. Ella ignora la petición.

—Levántate, eres un patriarca y la ciudad necesita de tu valor, ahora más que nunca. Ese mismo valor que mostrarte cuando te opusiste a mí— Cambia el tono de su voz para tranquilizarla —Te prometo que todo saldrá bien—

La princesa acepta la mano del rey y se levanta del suelo. Su caparazón congelado estaba ahora quebrado y su poder estaba disminuyendo. Intenta congelar a su padre con la mirada, pero en vez de su mirada salen cálidas lágrimas.

—Necesito de tu ayuda— Pregunta el rey — ¿Me acompañas?—

La princesa se rinde y acepta.

Pero en su interior aún se posaba una última esperanza.


 

Octavio percibe con horror el estado del pueblo de Aldebarán. Las llamas habían consumido todo. Aún ardían, sus llamas y su humo llegaban hasta el carmín amanecer. El calor era sofocante y las cenizas obstruían la vista. Pero a Octavio no le importa nada más. Lidera su caballería hasta la retaguardia enemiga a través de las infernales llamas. La caballería aérea choca contra la retaguardia enemiga. Ellos sorprendidos no pueden reaccionar. El pequeño grupo de unidades de Octavio estaba distorsionando el avance de la Quinta Legión. Y su general se percata.

Ignacio y su guardia atacan a la caballería de Octavio. Mientras Octavio relama víctimas una sombra aparee por su flanco y la invoca.

— ¡Ignacio Caspar!— Exclama Octavio a su mejor amigo. — ¡Ven y pelea cómo hombre!—

Ignacio, en medio del incendio, instantáneamente reconoce esa voz. — ¡Octavio! ¡Cómo te dignas a mostrarme tu cara!— Ignacio cabalga hasta las cercanías de Octavio, y con su corcel se detiene justo al frente de su amigo.

— ¡No seas tan hipócrita, Ignacio, si tu comenzaste esto!—

— ¡Esos fueron ustedes, traidores a Roma!—

— ¡¿Y este ataque que significa?!—

Con ese argumento Ignacio se percata que el destino los ha separado a ellos dos. Levanta su lanza y suelta un suspiro de remordimiento. —Esto es por la Alianza. ¡En guardia!—

Una casa junto a ellos colapsa por el fuego, y el humo lleva su cadáver hacia el firmamento, hacia la curiosa estrella que esa mañana en el cielo se colaba.

Con un solo grito de dolor Ignacio carga con su lanza contra Octavio. Octavio sólo tiene tiempo para dar un paso con Libra y de bloquear el ataque con su escudo. Las cenizas en el piso se levantan con esta evasión. La lanza de Ignacio queda destrozada por el impacto. Ni Ignacio ni Octavio se detienen, y ambos giran sus corceles para la segunda ronda.

Octavio y su caballo Libra. Ignacio y su corcel Aries. El fuego a su alrededor. Las sofocantes cenizas.

Ignacio suelta su lanza destrozada. Desenvaina su espada. Ignacio carga contra Octavio. Lo agarra por sorpresa otra vez. Para responder, Octavio cabalga hacia un lado y justo cuando Ignacio pasa intenta cortarle la espalda con su espada. Pero la armadura de Ignacio es impenetrable, ese golpe rebota limpiamente. Solo parte de su capa anaranjada queda rebanada por el impacto.

Octavio e Ignacio ambos escapan de las hojas del otro por segunda vez consecutiva. Ambos cabalgan hacia direcciones opuestas. Ambos dan la vuelta. Octavio cabalga a toda velocidad hacia Ignacio. Ignacio cabalga a toda velocidad hacia Octavio.


 

— ¡Reténganlos un rato más!— Exclama Nerva.

En medio de la ciudadela la batalla era brutal. La línea de combate de los Aéreos estaba siendo empujada atrás. Los traidores estaban rodeados justo afuera de la puerta, no podían avanzar. En tan claustrofóbica situación los legionarios de Flamma descubrieron que sus números superiores eran ahora una desventaja.

Nerva se encontraba ahora en la retaguardia. Veía la batalla desde su caballo Capricornio. Frente a él encontraba que sus hombres estaban siendo empujados dentro del patio. En los muros veía que sus arqueros estaban sin flechas ya y se encontraban igualmente presenciando la pelea cómo espectadores en un Coliseo Antiguo.

Los traidores estancados en la puerta de entrada inundaban la formación de los defensores. Cada soldado de Aer muerto era reemplazado por uno de Flama que forzaba a sus antiguos aliados a replegarse cada vez más. Ahora eran más Flammanos que Aéreos dentro de la ciudadela.

Nerva pierde el control de la batalla. Ordena la retirada. Con su caballo apunta a la entrada de su residencia de su torre y galopa sobre ellas.

Tántalo lo sigue hasta la entrada donde se voltea y abandona a su señor. — ¡Aquí los retendré, señor!— Dice él. — ¡Usted huya!—

Nerva asiente mientras Tántalo y unos pocos hombres retienen la entrada. Una estampida de Aliados corren a su alrededor. Los defensores juntan sus escudos. Tántalo ordena avanzar. Su pequeña cuadrilla se mueve en formación hacia la carga enemiga.

Sus aliados continuaban su huida dentro de la torre. Tántalo estoca y retiene a sus oponentes, los soldados a su alrededor peleaban hasta la muerte.

Pero Tántalo no observa al jinete que se escabulle detrás de él y le golpea en la nuca con su escudo. Tántalo no soporta el golpe y cae al suelo inconsciente. Sus soldados son prontamente exterminados.

Nerva apunta con Capricornio hacia la Torre y cabalga dentro de ella. No le importa arruinar la madera con los cascos del animal. En cada esquina de la torre observaba a civiles aterrados quienes cobija habían pedido dentro. Casi mil no combatientes buscaban donde ocultarse mientras el oponente continuaba avanzando.

Llega a una pequeña docena de sus legionarios, formados en un amplio pasillo que se encontraba en la entrada al piso superior. Se forma tras ellos. Civiles y soldados corrían por todas direcciones.

Llegan los naranjas Flammanos. Nerva ordena una carga justo cuando pasan por el portal. Los legionarios impiden la entrada con sus escudos y arremeten al oponente con sus espadas. Nerva cabalga a Capricornio y carga contra un oponente y lo decapita con su espatha.

Un oponente lo ataca con un pilo y lo recibe en su brazo derecho. La pequeña punta atraviesa su brazo hasta el otro lado. Sangre mana. Agarra la jabalina con su otra mano y la arranca. Piel suya queda enganchada y es removida entre las placas de metal perforadas. El dolor era insoportable.

Con su escudo bloquea otro golpe e intenta retirarse. Otro pilo vuela por el aire y Capricornio lo recibe. El animal cae al suelo agonizando. Nerva salta a tiempo para evitar ser malherido.

Ordena a sus soldados que se formen a su alrededor. La media docena de romanos camina lentamente hacia las escaleras en espiral.

Blanden sus espadas en la torre en espiral que formaba el tope de la Torre de Homenaje. Nerva se mantiene en segunda fila e intenta blandir su espada a un oponente ante una oportunidad. No puede. El dolor retiene su fuerza.

Llegan a la azotea. Solo quedaban Nerva y dos soldados. Los Flammanos los atacan. Nerva pierde su espada en el combate, pero la reemplaza por un gladius de un oponente caído. Sus compañeros estaban muertos.

Una segunda ola. Nerva valientemente los retiene. Inmenso dolor le ahoga el perforado brazo derecho. Ningún enemigo se acerca lo suficiente. Todos mueren ante su espada nueva. Una tercera ola. Más muertos a su alrededor.

— ¡No me atraparán con vida!— Exclama él con desafío — ¿Me escuchan traidores Flammanos? ¡Jamás lo lograrán!—

Pero en ese momento la misma torre tiembla y Nerva se llevar por el terror absoluto.


 

Los mismos errores que en el pasado. Las mismas expresiones de dolor al matar a tus propios hermanos. ¿No sientes esa hermosa sensación que se atora en tu diafragma y te comienza a corroer lentamente los intestinos? Sería cómo tomar ácido hirviendo. Tus entrañas se cocinan y se corroen, sólo cuando ya estás condenado es cuando ves a aquella substancia desbordarse por tu boca, mezclándose con tu sangre. Te cocina y te cauteriza. Hasta suena apetitosa esa receta para la agonía.

Los mismos errores que en el pasado. Las mismas expresiones de dolor al matar a tus propios hermanos. ¿Acaso no crees, Octavio, que la ironía es sencillamente sublime?

Tres hermanos en disputa.

Una princesa incapaz de afrontar a su propio padre.

Un general incapaz de aceptar un error.

¡La Alianza acaba exactamente igual a cómo comenzó!


 

Octavio e Ignacio ambos cortan con sus espadas. Las espadas de ambos se interceptan. Ignacio reacciona más rápido y con un movimiento de su muñeca logra cortar con su espada la mano de Octavio. Octavio soporta el dolor y continúa cabalgando fuera del alcance de Ignacio. La incandescente luz del fuego era reflejada por el metal que ambos cargaban.

—Esto no tiene que acabar así, Octavio—

Octavio oye un estruendo. Al otro lado del muro una enorme nube de polvo sube alrededor La Torre de Homenaje. La Torre tiembla y lo impensable ocurre. Una bola enorme de humo se expande a la mitad se su altura y se traga la parte superior de la torre, la nube cae y regurgita los escombros sobre la base de la estructura. Lo que queda de la parte superior se inclina y comienza a caer sobre el muro. Escombros llovían sobre los desafortunados. La torre choca contra el muro, en donde se encontraba la puerta a la ciudadela. Una nube de polvo engulle la vanguardia de Flamma. La nube engulle a Octavio y a Ignacio. Ruido infernal. El polvo se asienta y se mezcla con las cenizas. Las llamas continuaban meneándose sobre el cadáver de Aldebarán. El insoportable ruido desaparece.

La Torre de Homenaje desaparece.

Los escombros se tragan a cientos de personas.

El fuego persistía.

Octavio estaba paralizado. Boquiabierto. Era todo un sueño, no era real. La última bandera de Aer de Aldebarán no había sido devorada por ese derrumbe. Su hermano aún debía estar vivo. Aldebarán no había sido aniquilado.

Todas mentiras.

Octavio observa que su mano derecha estaba sangrando. Su propia sangre manchaba su espada.

Ignacio se aterroriza cuando Octavio carga hacia él. Octavio realiza una estocada hacia Ignacio en el momento justo. La gruesa armadura de Ignacio rebota el ataque. Ignacio corta por encima del brazo de Octavio. Octavio Evade el corte. Los dos caballos se detienen y ambos generales blanden sus espadas sobre el otro.

Otro corte horizontal de Octavio. La gruesa armadura del Flammano se burla del inútil ataque. Octavio comienza a defenderse. Busca una manera de atravesar la armadura de su amigo. La platinada coraza era casi impenetrable.

Ignacio toma la ofensiva con una andanada de feroces golpes que fuerzan a Octavio a cubrirse tras su escudo de madera. Su antiguo amigo no le otorgaba misericordia. El escudo de Octavio se quebraba. Era ahora cuestión de tiempo antes de perder. Buscaba una abertura de la armadura enemiga. Era su única esperanza. Ordena a Libra a cabalgar hacia atrás. Esperaba la mínima oportunidad para ganar esta batalla. Un corte brutal astilla su escudo. Se queda sin opciones.

Ignacio levanta su espatha y Octavio encuentra su posible salvación. Un pequeño agujero en la axila de la armadura, el único punto vulnerable de toda la coraza. Tenía que atacar ese pequeño punto, demasiado pequeño para su espatha.

Le lanza su destruido escudo a Ignacio. Él se cubre. Octavio desenvaina un pequeño puñal de su cinturón y se prepara para tomar un último riesgo. Ataca a su oponente desde arriba y él bloquea con su espada. Levanta el brazo. El Aéreo taconea al caballo y se acerca más a Ignacio, y antes de que él se dé cuenta le entierra el puñal por el orificio en la axila.

Libra no se detiene. El príncipe arranca el puñal de debajo del brazo de su oponente. Ignacio intenta recobrarse, pero se percata que ha perdido la movilidad de su brazo derecho. Sangraba por la axila. Tal es el dolor que suelta su espatha.

Esta es la oportunidad de Octavio y la toma. Cabalga hacia su presa. Corta a todo su alrededor, y la espesa armadura del exhausto heredero evitaba toda ataque. Ahora Octavio ataca a la cabeza y obliga a su ponente a bloquear el golpe o morir. Ignacio sube su escudo y Octavio le clava el puñal una segunda vez, ahora en la axila izquierda. Talonea a Libra y cabalga lejos de su oponente. Le arranca el cuchillo una segunda vez.

Cegado por el dolor Ignacio cae al suelo derrotado. Desde arriba de Aries la caída fue demasiado larga.

Octavio se baja de su caballo y le apunta su espada al cuello. —No te muevas—

Los soldados de Flamma, desmoralizados ante la arremetida sorpresiva de la séptima legión pierden toda cohesión. Ignacio estaba en el suelo y no podía reagrupar el ejército. Sin líder, los soldados comienzan a correr a través del campo, escapando de la matanza.

Octavio observa con horror que la nube de polvo que sobre Aldebarán yacía se comenzaba a dispersar, y La Torre de Homenaje no estaba.

Ignacio se intenta levantar.

—Si te mueves mueres— Octavio apunta a sus heridas. —Si no te tratamos morirás desangrado. ¿Es eso lo que quieres?—

A Ignacio se le borra la sonrisa mientras su conciencia se desvanecía en el lecho del letargo. Una sola palabra abandona la boca del general, que aunque baja, Octavio la logra escuchar.

—Traidor—

Octavio siente una pesa posarse en su diafragma.


 

Paris se encontraba acostado en su cama esperando su eventual exilio. Los minutos parecen horas y las horas eternidades. El tiempo era ahora irrelevante y el sol oculto tras las opacas nubes parece no percatarse de la caída de la noche.

¿O aún era mediodía?

Su letargo se interrumpe por alguien que toca la puerta de madera de su habitación. Una de las sirvientas de la princesa entra y le sonríe, le pone una bandeja de comida de prisionero en una de las mesas de su habitación, y saca un papel de su vestido, el cual pone en medio del rancio biscocho.

La sirvienta se va y Paris bebe de las palabras que la princesa le deja. Por un rato nada lo sorprende de la carta hasta que encuentra el nuevo plan de la princesa.

— ¿¡…huir y convencer a Baltasar!?— Exclama él — ¡¿Acaso está usted loca?!—


 

Ignacio se comienza a despertar. No solo se acordaba de haber perdido la conciencia después de impactar el suelo, tras caer de su caballo. Pero la realidad lo golpea. Había perdido contra los traidores. Se levanta de la litera. Estaba en una opulenta tolda. Debía ser de un oficial importante.

—Despertaste, bello durmiente— Contesta una demoníaca voz. Ignacio no reconoce la voz hasta que observa una figura sentada en una sombra, con sus poderosos ojos azufre incandescente punzándolo cómo flechas al rojo vivo. —Espero hayas dormido bien—

Ignacio reconoce la silueta. Vagamente. Era Octavio, pero tan deformado por la ira que hasta su voz se oía distinta. Sus ojos brillaban en la obscuridad, como si fueran saetas de fuego que estuvieran a punto de incinerarlo. Su cara estaba oculta en una sombra. Su tono emanaba irritación profunda.

—Bienvenido a mi tolda, — Dice el general Octavio, —Espero la hayas disfrutado—

—Linda- —

Octavio odiaba ser interrumpido. —¡Cállate y no me interrumpas! ¿Cómo puedes dormir tan plácidamente después de haber causado toda esta destrucción, pendejo? ¿Tienes idea de lo que tu transgresión causó?—

Ignacio se asusta tanto al ver la explosión de su amigo que no pudo responder a esa interrogante.

Octavio se levanta de tu silla y en ese momento Ignacio nota la extensión de la ira de Octavio. Estaba sonriendo, una sonrisa que resaltaba con las lágrimas en sus ojos. Su cara estaba roja, sus ojos manchados de rojo. Esa sonrisa parecía la de la muerte misma.

— ¡La Torre de Homenaje colapsó gracias a tus catapultas! ¡Todo el pueblo de Aldebarán que dentro se encontraba ha muerto! ¡Miles de personas, incluyendo soldados tuyos! ¡Y lo peor de todo encontré el cadáver deformado de mi hermano! ¡Nerva ha muerto de manera atroz por tu estupidez!—

— ¡Ellos nos atacaron primero, tuvimos que defendernos!—

—Pero la muerte de todos ellos no será en vano. No, no lo será— Dice Octavio con demoníaca dulzura — ¡Verás a Flamma arder ante tus propios ojos!—

Octavio había perdido la cabeza. ¿Quería atacar Flamma? ¡Suicidio!

—No lo intentes, Octavio— Dice Ignacio, — ¡Sólo traerás tu propia destrucción!—

Octavio lo ignora y sale de la carpa. Las consecuencias de sus acciones futuras no le importaban, porque, total ya estaba muriendo.

Tose y escupe un gargajo de sangre.


 

Tántalo rasga el aire con un grito de insoportable dolor.

— ¿Ya despertaste?— Pregunta la dulce voz de la enfermera. Cuando Tántalo la ve se logra calmar. Sabe que se encuentra vivo. Sabe que esa horrible pesadilla que tuvo no podía ser real. Observa su cuerpo y se percata que se encontraba bien. Estaba lleno de cortadas y moretones pero eso se curaba. Se encontraba bien.

—Tuviste usted suerte de sobrevivir— Dice la enfermera—Alguien allá arriba te quiere mucho—

— ¿Ganamos?—

La enfermera le sonríe. —Aer ganó, pero perdimos demasiada gente—

— ¿Y el señor Nerva?—

La enfermera borra su sonrisa. —La Torre de Homenaje colapsó a la mitad de la batalla. Apenas hace una hora encontramos el cadáver del señor Nerva Melquior. El general Octavio apenas pudo reconocerlo de lo desfigurado que se encontraba—

Tántalo salta de su cama y se enfrenta a la enfermera. — ¿Cuántos muertos?—

La enfermera jamás le contestó. Sólo le apuntó afuera, donde se encontraba una inmensa pila de cuerpos desfigurados que habían rescatado de los escombros. Miles de Aéreos, civiles y Flammanos cuyos cadáveres deformados decoraban con sus grotescas sonrisas el campamento. Los legionarios Aéreos, aterrados, se alejaban de los sonrientes espectros y de sus órbitas oculares desbordadas.

—Oh Dios mío—


 

Y esto es solo el comienzo. Se me pone la piel de gallina de pensar en toda la sangre que será derramada.

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